“Escribe eso, contra el ébola hace falta mucho más dinero”

Un equipo israelí trabaja a partir de la sangre de supervivientes africanos para crear una vacuna eficaz contra el ébola. Si los experimentos dan el fruto esperado, confían en desarrollar un tratamiento en el plazo de entre tres y cinco años.

Leslie Lobel emigró a Israel en 2002, aunque es de origen neoyorquino. Desde su laboratorio del Departamento de Patología de la Universidad de Ben-Gurion, en la ciudad de Beer Sheva (a un centenar de kilómetros de Jerusalén), escudriña junto a la doctora Victoria Yavelsky, con quien codirige el programa virológico del centro, el comportamiento de dos de las cinco cepas del virus del ébola (Zaire, Sudán, Bundibugyo, Reston y Tai Forest).

“Nos concentramos en la de Sudán y Bundibugyo porque nadie más las estudia y, sin embargo, presentan un mayor número de supervivientes. Les necesitamos, a cuantos más mejor, para estudiar sus anticuerpos y entender por qué sí superaron la enfermedad”, explica. Asimismo, en su laboratorio también analizan al otro miembro de la familia de los filovirus, el Marburg, una fiebre hemorrágica descubierta en 1967 en la ciudad alemana que le dio nombre.

A diferencia de las cepas de ébola estudiadas por Lobel, que tienen una tasa de mortalidad de entre un 30% y un 70%, la de Zaire, que azota África y este año ha hecho temblar a hospitales europeos y estadounidenses, es letal para alrededor del 90% de los infectados. “Los militares norteamericanos la conocen bien porque son uno de los pocos grupos que llevan años estudiándola, mucho antes del brote actual. Ya era uno de los focos de investigación en los programas de armas biológicas de la guerra fría”, añade el investigador.

Por su experiencia y recursos, Lobel recurrió al Ejército estadounidense para conseguir financiación para sus investigaciones, que empezaron hace ya 12 años. “Trabajamos junto a los científicos del Instituto Militar de Investigación en Enfermedades Infecciosas de Frederick, en Maryland. Nosotros aportamos años de seguimiento de los pacientes y la identificación de anticuerpos muy buenos. El objetivo es aislarlos y convertirlos en productos que sirvan de base para futuros tratamientos de las cepas de Sudán, Bundibugyo y también del Marburg”.

Este científico señala que, a diferencia de lo que se cree, fueron ellas las que causaron los peores brotes en África hasta el actual de la cepa Zaire y, según él, “pueden cambiar y volver a aparecer en cualquier momento”. Ariel Sobarzo, otro investigador miembro del equipo de Lobel, añade: “Además, la ventaja de trabajar con la cepa sudanesa es que resulta letal sólo en alrededor del 50% de los casos, también en animales, lo que nos permite trabajar en monos, cobayas y hámsters. Con la de Zaire es más complicado porque es altamente mortal y sólo podemos trabajar con monos”.

Para sus investigaciones, Leslie Lobel y su equipo viajan, desde hace más de una década, cinco veces al año a Uganda. Allí, en estrecha colaboración con el Instituto de Investigación de Virus ugandés, identifican a los supervivientes de ébola, les toman muestras de sangre y analizan sus anticuerpos. “De hecho, hemos logrado aislar lo que llamamos anticuerpos monoclonales, que neutralizan el virus en nuestro laboratorio. Esperamos poder transformarlos en un producto que pueda servir bien como tratamiento o como vacuna pasiva que genere inmunidad inmediata a quienes tengan que desplazarse a zonas con casos de ébola”.

Los virus no descansan

Las enfermedades víricas han existido durante miles de años, tal y como quedó recogido en los escritos de la Grecia antigua y también en la civilización china. “Ellos no entendían lo que era un virus, pues nuestra comprensión de lo que eran comenzó sólo hace unos 130 años, a finales del siglo XIX, así que en realidad sólo conocemos bien los virus de los últimos 100 años, que causaron una destrucción tremenda”, reflexiona Lobel. En este contexto, el ébola no parece gran cosa “si piensas que la gripe mató a aproximadamente 50 millones de personas en 1918, y que siglos antes la viruela acabó con millones de indios, cambiando la naturaleza del Nuevo Mundo”.

También en el siglo XX hemos sufrido el virus de la polio, la fiebre amarilla, así como todas las enfermedades infantiles, el sarampión, la rubeola, etc. “Hacia 1970 pensamos que ya habíamos logrado acabar con todos estos virus, lo celebramos y dejamos de investigar en serio, ¡pero nos dormimos 40 años, surgieron otros igual de mortíferos! ¡Los virus no descansan!”, exclama este científico apasionado de su trabajo.

Según Lobel, hay muchas razones por las que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Gobiernos occidentales se han visto sorprendidos con la guardia baja por este nuevo brote del virus, pero la principal sería que no se han destinado suficientes recursos. En su opinión, gran parte del presupuesto destinado a virología se ha invertido durante las últimas dos décadas a combatir el VIH, razón por la que se ha prestado poca atención a cualquier otra cosa. “Yo he estado advirtiendo, casi a gritos, de lo que se nos venía encima y ahora nos encontramos con el 11S de las enfermedades infecciosas, explica el científico.

Para Lobel, resulta increíble que sólo un puñado de investigadores, que se cuentan con los dedos de una mano en todo el mundo, estén trabajando en la línea de investigación que se centra en los anticuerpos de los supervivientes. “Esto sólo ha sido la voz de alarma”, advierte. “Tenemos que invertir mucho más. Hay gente extraordinaria estudiando enfermedades infecciosas en todo el mundo, incluyendo el ébola, pero hace falta mucho más dinero”, asevera Lobel. “Escribe, escribe eso”, señala. “Nos encontramos ante el mayor reto de salud pública de este siglo y te diría que de lo que aprendamos va a depender una cosa tan simple como nuestra propia supervivencia”.