España afronta la bajada de la tercera ola con carencias de rastreo que ponen en riesgo la detección de repuntes

Marta Borraz

1 de febrero de 2021 22:04 h

0

Es una de las piedras angulares de la estrategia para mantener a raya el coronavirus, pero aún el rastreo en España sigue lastrado por carencias que impiden un análisis lo suficientemente exhaustivo. Ahora que todo parece indicar que el pico de la tercera ola se ha superado y comienza una tendencia a la baja de los contagios, vuelven las voces que reivindican un refuerzo del sistema que permita acelerar el descenso y controlar futuros repuntes. Aún hay algunos indicadores que apuntan a que todavía hay un amplio margen: según el último informe del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), la mediana de contactos estrechos identificados por cada caso está en dos, por debajo de lo recomendado.

La cifra ha escalado desde el pasado mes de julio, cuando lo más habitual era que se localizara a un contacto. Desde entonces, y a pesar de que han tardado meses, las comunidades han ido incrementando progresivamente el número de rastreadores, a los que se sumaron efectivos del Ejército, pero aún es una asignatura pendiente impulsar al máximo el sistema, con un rastreo exhaustivo en sentido amplio, coinciden los expertos. Aunque “se complica con una transmisión comunitaria elevada como la que tenemos”, asume Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología, “hay capacidad de mejora” porque “se está llegando solo a lo más superficial, a los contactos más de riesgo y más cercanos”. Desde la Asociación Madrileña de Salud Pública, Pilar Serrano cree que “no se está apostando de forma contundente”, pese a que “es una de las claves para colocarnos en un escenario que evite que en dos meses tengamos otra ola”.

El fracaso de Radar Covid

Según el ISCIII, hay diferencias notables entre comunidades a la hora de identificar contactos estrechos. A la cabeza está Baleares, con once, y Euskadi, con cuatro. Asturias, Catalunya, la Comunitat Valenciana, Madrid, Murcia, La Rioja y Ceuta son capaces de contactar con tres; y a dos llegan Aragón, Andalucía, Cantabria, Castilla y León, Extremadura, Galicia, Navarra y Melilla. A la cola está Canarias, con un contacto por contagiado. Desde la Sociedad Española de Medicina Preventiva y Salud Pública (SEMPSPH), Adrián Aguinagalde señala que seis sería la cifra “aconsejable”, al menos, “lo que nuestros compañeros de la Unión Europea parecen registrar”.

Es precisamente la media de contactos (6,3) por cada usuario que potencialmente detecta la aplicación Radar COVID, según ha contrastado investigadores independientes recientemente, y que tal y como se constató la semana pasada, ha fracasado. No se trata solo de un problema español, pero en nuestro país, con datos a 28 de enero, solo ha sido usada por 36.735 ciudadanos para comunicar su positivo y más de la mitad de las comunidades no la han desplegado correctamente, según se trató en el último Consejo Interterritorial, el primero presidido Carolina Darias. Por ello en la reunión se llamó a las autonomías a hacer mayores esfuerzos para que todas se sumen a la implementación de la app y fomenten su uso.

Con todo, Aguinagalde explica que el dato de contactos estrechos español que da el ISCIII, que bebe de los casos notificados por las comunidades a la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), puede verse alterado “si los sistemas de información de todos los que hacen estudios de contactos, por ejemplo en el ámbito laboral, no están conectados”. Pero, además, apunta a que “probablemente” sea pertinente “darle una vuelta a la definición de contacto estrecho”. Actualmente, se considera como tal a quien ha estado al menos 15 minutos a menos de dos metros y sin mascarilla, algo que “quizás es insuficiente”, pero que “de cambiarlo, debe hacerlo el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC)”.

Una estructura “floja” con pocos recursos

Serrano señala también el dato de que que la mitad de las provincias desconoce el origen de al menos el 50% de los casos que detecta, lo que “pone de manifiesto hasta qué punto estamos siendo capaces o no de identificar las cadenas de contagio”. Este indicador, el de la trazabilidad, se basa en preguntarles a los contagiados si han tenido contacto con un caso conocido, por lo que no solo habla de la debilidad del rastreo, también del nivel de transmisión descontrolada del virus, de “la baja conciencia en entornos de riesgo” o de “hasta qué punto se está haciendo una búsqueda activa”.

Y es que más allá de las llamadas telefónicas con las que la opinión pública suele identificar el rastreo, los especialistas apuntan a la necesidad de mirar más a fondo. “El rastreo no solo implica la parte de la identificación de casos, sino que hay otras herramientas que poner sobre la mesa”, explica Aguinagalde. Uno de los problemas, sin embargo, es que “tenemos una estructura débil y floja” con “pocos epidemiólogos en base a la población”, habitualmente sobrecargados. Es decir, falta un refuerzo en las plantillas que “nos permita estudiar los contagios con retrospectiva”. Porque, además, de los análisis “sale mucha información que es necesario explotar, para lo que necesitamos recursos. Es como si nos hubiéramos centrado en operar pacientes y no hacer seguimiento ni saber qué ha motivado el problema”.

Esto es, por ejemplo, a través de “búsqueda activa” en situaciones concretas en los que haya habido contagios, añade Pedro Gullón. Algo que, piensa el epidemiólogo, “es una de las cosas que ha fallado”: la cuestión no es solo llamar y buscar a los contactos “de más riesgo” a partir de un positivo, sino “ir a localizar más a lugares que son más difíciles, por ejemplo, trabajos que sean de riesgo o, por ejemplo, cuando se dan casos en un bar o un restaurante, implementar herramientas para buscar contagios entre las personas que han estado allí en un tiempo determinado”.

Otro de los instrumentos, que ya hay comunidades que están implementando, pasa por alargar el estudio de contactos más allá de los dos días anteriores al inicio de los síntomas, que es lo que actualmente contempla el protocolo. También “intervenir en los brotes”, cree Aguinagalde, de manera que “podamos identificar las circunstancias y los factores de riesgo que hacen que un brote tenga muchos casos. Averiguar por qué, localizar los factores de riesgo, e intervenir rápido para potenciar medidas preventivas”. Junto a ello, también está el llamado rastreo retrospectivo, que, según explicaba el epidemiólogo Fernando García a este medio, se trata de hacer un “rastreo hacia atrás”. Ello no solo implica “que busquemos los contactos estrechos de un caso índice (rastreo hacia adelante), sino que mediante la investigación intentamos encontrar quién ha contagiado” a ese caso primario que llega a una consulta con síntomas.

Este margen de mejora, por el que “no se está apostando de forma contundente”, piensa Pilar Serrano, es “una de las claves fundamentales para poner la mirada en un horizonte más largo” y evitar estar donde estamos hoy en poco tiempo. “Las restricciones para contener en un momento dado que no haya un desbordamiento en el sistema sanitario son necesarias, pero sin reforzar las medidas estructurales, no podremos tener el control del virus”, zanja la experta.