España se bebe aceleradamente su agua, a pesar de que la crisis climática augura un futuro de escasez

Raúl Rejón

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Ajena a su propia vulnerabilidad hídrica, España se bebe su agua aceleradamente. A pesar de que este curso, de octubre a junio, está lloviendo lo normal, la reserva de agua ha caído por debajo de la del año pasado, la de hace dos años, hace tres, la media del lustro y la del decenio.

El panorama que describen los datos es el siguiente: en los últimos nueve meses se han acumulado 565 mm de lluvia. Eso está un poco por encima de la media histórica que son 555 mm, según los datos de la AEMET. Pero, al mismo tiempo, la reserva hidráulica está al 53% de su capacidad. El año pasado en estas fechas superaba el 61%, que es, además, el promedio de los últimos cinco años. La media de la década sube hasta el 67%.

La conclusión es que el consumo de agua se gasta los recursos a ritmo despreocupado. “Los indicadores muestran que no hay sequía meteorológica y, sin embargo, los avisos por escasez de agua van hacia rojo: hay un problema de gestión”, observa el investigador y experto en gobernanza del agua de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Jesús Vargas.

“La cuestión es que cuando han venido años secos no se ha empezado a tomar medidas y, al llegar un año bueno, se han acumulado los cursos con uso del agua sin precaución. Al final, al estar exprimidas algunas cuencas, a pesar de que lo datos de lluvia no sean malos, los niveles de reserva sí lo son”. Vargas habla desde la Demarcación del Guadalquivir, cuyos embalses han caído al 35% de su capacidad. El principal sistema regulador de la Confederación está en estado de alerta por escasez de agua.

Un ejemplo palmario de esta contradicción lo pone este pasado junio. El mes fue “muy húmedo”, de hecho, el segundo junio más lluvioso del siglo XXI, según constató la AEMET. Llovió un 147% más que la media histórica. En contraste, el mes empezó con los embalses al 59,2% de reservas. Acabó con el 55,4%. “Es cuando ha empezado la temporada de riego y cuando menos llueve en general”, explica Vargas, que advierte de que “cómo se gestione ahora el agua va a determinar cómo será la situación en el futuro: la sequía es la gestión de riesgos, es decir, de incertidumbre”. Y se pregunta: “¿Prima la precaución?”.

Porque este año no es seco y 2019-2020 tampoco. Pero 2018-2019 sí estuvo muy por debajo de la media. La tendencia general es que las aportaciones anuales en las últimas décadas han ido hacia abajo. Y en el contexto de crisis climática, las previsiones más sólidas apuntan a que, en España, habrá entre un 3 y un 7% menos de agua disponible a lo largo del siglo, lo que aconseja reducir el consumo entre un 5 y un 15%.

El más reciente análisis de los impactos del cambio climático en España del Ministerio de Transición Ecológica, de 2021, insiste en que “es previsible una tendencia general de descenso de la humedad y aumento de la evapotranspiración potencial. Se espera un aumento generalizado en la intensidad y magnitud de las sequías meteorológicas e hidrológicas”. Y luego remata: “En general, se prevén considerables repercusiones en el ciclo hidrológico, cuya consecuencia será la disminución de la disponibilidad de agua y su calidad”.

La escasez creciente se da por hecha. Tanto como para que los derechos a usar cierta cantidad durante un tiempo se hayan convertido en un bien cotizable en bolsa. Si el mercado bursátil ya ha puesto sus ojos en esta materia es porque “da información sobre un recurso escaso” que va a ser más escaso en el futuro, explicaba a elDiario.es el economista del agua Gonzalo de la Cámara ante el lanzamiento de un nuevo índice acuático de Wall Street llamado NQH20.

Aprieta la demanda

Mientras, en España, las demandas aprietan como ilustra la situación actual. En marzo de 2021, los recursos almacenados estaban cerca de los máximos históricos para esa época del año. Desde entonces, la reserva ha caído hasta ocupar el último puesto desde, al menos, 2017 y por debajo de los promedios históricos. Un desplome hidrológico en toda regla.                             

El consumo español del agua en 2018 (último dato disponible en el INE) fue de 18.683 hm3 frente a los 18.148 de 2016. El 82,9% fue para el sector agrario. El consumo en agricultura fue 15.495 hm3, es decir, un 3,7% más respecto 2016. El consumo de hogares, sectores económicos, municipales y otros en 2018 fue de 3.188 hm3.

Como exponía el investigador Vargas, el agua en España se gasta, sobre todo, en el estío. Y, como reflejan los datos del INE, sobre todo para riegos. Y esta coyuntura va en ascenso. En la última década, la superficie para regadío ha crecido un 13,5% en España. Actualmente llega a los 3,8 millones de hectáreas, según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos (ESYRCE) del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, recogida en el Informe sobre los regadíos en España 2020. Eso son unas 450.000 hectáreas más demandando su agua que hace diez años.

La vicepresidenta cuarta del Gobierno, Teresa Ribera, ha subrayado que, ante un futuro en el que, a largo plazo, se prevé “una reducción de la disponibilidad de agua, no pueden seguir avalándose prácticas del pasado que nos han conducido a la sobreexplotación de los acuíferos, la contaminación de las masas de agua y el deterioro de nuestros ríos”.

Sin embargo, los principales usuarios en volumen de agua, los regantes, defienden que su sector es crucial a la hora de crear riqueza en España y, ante medidas que puedan suponer restricción del líquido, crean un frente de oposición. El ejemplo más reciente es el de los regantes del Bajo Guadalquivir que, explican, constituyen cultivos de “marcado carácter social” al que asocian el mantenimiento del “tejido productivo rural”. Han avisado de que precisan de más agua porque están a punto “de agotar las dotaciones de riego” y, dicen, si no se les conceden, se abandonarán parte de los cultivos “que demandan mucha mano de obra”.

Argumentos similares saltaron a la palestra desde el sector hortofrutícola que utiliza las aguas del trasvase Tajo-Segura ante el cambio en las reglas de uso del acueducto y la previsión de mantener un caudal ecológico en el río Tajo. “El Gobierno nos tendrá en frente”, han avisado los regantes. El borrador de nuevo plan hidrológico en el Segura atribuye a estos regadíos el equivalente a 38.000 empleos directos.  

Así que, en esa tesitura, la nueva planificación “no ha metido mano para nada al tema de los regadíos”, analiza el ingeniero agrónomo y miembro de Ecologistas en Acción, Santiago Martín Barajas. Martín Barajas es muy crítico con lo que considera el exceso de riegos: “El futuro plan del Duero, por ejemplo, contempla una inversión a cargo de las comunidades autónomas de 323 millones de euros para nuevos regadíos”. El documento prevé incrementar el uso del agua para regadío un 3,5% para 2027 y un 6,5% para 2033. “En el Ebro –prosigue Martín Barajas– hay unos 1.200 millones en seis años. Solo con esos dos ya vamos cargados: de frenar el regadío nada”.

En contraposición, el sector agrícola esgrime que se ha reconvertido a una tecnología avanzada de goteo mucho más eficiente: “Se han acometido importantes inversiones en la modernización de regadíos, se usan sistemas más eficientes que permiten controlar el volumen consumido”, describían en el Bajo Guadalquivir hace pocos días a la hora de reclamar más agua.

Realmente, el riego por goteo es ya el más extendido en España: supone el 40% del volumen empleado frente al 33% por gravedad y el 26% por aspersión. Sin embargo, la conversión a esta técnica no ha redundado en un ahorro general de agua. Al contrario, cada vez se usa más a pesar de los avisos de que habrá menos.