El Gobierno se gastó 10 millones de euros en 2016 en echar arena en las playas españolas. Las infraestructuras, el urbanismo en la costa y la ocupación de cursos fluviales han hecho que los sedimentos que nutren las playas simplemente no lleguen. 2016 no fue una excepción, cada año se repone arena en muchas partes de la costa. Buena parte de esa arena que se paga es arrastrada y desaparece, alimentando un ciclo ruinoso exacerbado por los efectos del cambio climático.
El Ejecutivo ha tenido que recopilar cuánto se ha gastado en arena el año pasado para contestar una pregunta del diputado socialista Miguel Ángel Heredia, ya que las partidas se distribuyen en diversos programas como el Plan Litoral o el de Adaptación al Cambio Climático.
Sin embargo, la reposición de arena es una práctica habitual con decenas de actuaciones cada curso. Unas más caras como las de Tarifa (Cádiz), cuyo proyecto se llevó 226.000 euros en 2014, o el de la playa del Puertito en Tenerife, con 150.000. Y otras más modestas como la de Blaybeach o el Postiguet en Alicante o La Magdalena en Santander, de entre 36.000 y 85.000 euros en 2015.
Con todo, la catedrática de Geografía de la Universidad de Valencia Eulalia Sanjaume explica que hay que asumir que eso “es tirar el dinero al mar”, ya que no atajan las causas del deterioro de las playas: “La acción humana en el litoral”, sentencia. La multiplicación de embalses en los ríos, la urbanización de la costa y la ocupación de los cauces.
Para Sanjaume, el vertido de arena es “una medida paliativa que, además, no se hace bien”. Según su criterio, solo se atiende a la playa que se ve. “Se pone la arena encima y las olas y el viento se la llevan”. Pero no se aborda la playa sumergida que se extiende hasta donde el oleaje ya no afecta al fondo. El aumento de la erosión hace que la pendiente de la playa crezca con lo que las olas rompen más cerca de la orilla, lo que provoca, a su vez, todavía mayor erosión. “Una pescadilla que se muerde la cola”, dice la catedrática.
Inyección artificial
La cuestión es que al mar no le llega el material del que se componen las playas. Los sedimentos son arrastrados por los ríos que los depositan al desembocar. Luego, ese material en suspensión viaja en la superficie del agua hasta otras zonas. En el caso de la costa levantina, la unidad principal de sedimentos es el río Ebro. Sin embargo, el 98% del material queda atrapado en los embalses, especialmente el de Mequinenza.
“La mayoría de lo que llega por el delta del Ebro va hacia el sur. Al menos hasta el cabo de Cullera”, explica Sanjaume. “Un grano de arena que se desprende es sustituido por otro grano de arena que viene del norte”. Si es que llega, porque esos granos no están llegando.
La situación es tan palpable que actualmente se desarrolla un programa piloto para realizar inyecciones artificiales de sedimentos aguas abajo de las presas que retienen arena en el río Ebro. Un proyecto LIFE cofinanciado por la Unión Europea – se lleva más de dos millones de euros– que pretende determinar la cantidad de sedimento que puede transportar el Ebro y la viabilidad de instaurar un sistema de traspaso desde los embalses “para minimizar la erosión de la costa y mantener la elevación del Delta”, explica el propio programa.
La fórmula de alteración humana tierra adentro que deriva en la destrucción del litoral se repite en más regiones. En el sur de Murcia, por ejemplo, la multiplicación de la agricultura industrial a partir de los años ochenta del siglo XX ha terminado por comerse entre el 30 y el 80% de la superficie de las playas.
Un estudio de la Universidad de Murcia llevado a cabo por Francisco Bellón calculó que la “ocupación de piedemontes y cauces de ramblas vertientes” por la “intensificación de la actividad agrícola” ha provocado un “desequilibrio sedimentario” y el consecuente “retroceso de la línea de costa”. Traducido: la media de la anchura de las playas ha pasado de 60 a 20 metros.
El cambio climático empeora la situación
La causa principal de la desaparición de playas (que se maquilla a base de multimillonarios vertidos de arena) está en esa falta de aporte de sedimentos. Pero los agentes que roen la costa, además, se están viendo exacerbados por las consecuencias del cambio climático.
En su documento sobre Impactos en la Costa Española de 2014, el Ministerio de Medio Ambiente aceptaba que uno de los “impactos costeros observados en el último siglo han sido [entre otros]: el retroceso de los arenales”. La Estrategia para la Adaptación al Cambio Climático recoge que “las playas, dunas y acantilados, actualmente en erosión, continuarán erosionándose debido al ascenso del nivel del mar y, en menor medida, por aumento en la intensidad del oleaje”.
La conclusión a la que llegaban los investigadores es que, al ritmo actual de calentamiento del agua del mar, para 2040 “las playas de la cornisa cantábrico-atlántica y norte de las Canarias experimentarán retrocesos medios cercanos a los 3 metros, 2 metros en el Golfo de Cádiz y valores medios entre 1 y 2 m en el resto de las fachadas”.
Ante esta situación, Eulalia Sanjaume analiza que la única manera de paliar el daño es “compensarlo de manera artificial”. Pero con una acción más estudiada. Y pone el ejemplo del tipo de arena utilizado en estas reposiciones: “Es demasiado fino y se va fácilmente”. Aboga por que, si los granos en el levante son de 2 milímetros, se pusiera, por ejemplo, arena de un centímetro. Casi grava. “Pero no es muy popular, claro”, concede. Aunque conseguiría “la disminución de la inversión pública”, advierte.