Una de cal, y una de arena. Los mismos obispos que hasta hace pocas fechas consideraban “irrelevantes” los casos de abusos a menores en la Iglesia, y que han creado una Comisión Antipederastia sin presencia alguna de las víctimas al frente de la que han puesto a un obispo acusado de encubridor, les agradecen ahora la “valentía de denunciar el mal padecido” y se comprometen a ejercer “las oportunas acciones y sanciones necesarias” contra los abusadores, que llenan la Iglesia de “mediocridad, presunción, división y corrupción”.
Buenas palabras, o un cambio de actitud? Esta es la duda tras escuchar las palabras del presidente de la Conferencia Episcopal (CEE), Ricardo Blázquez, durante la apertura de la Asamblea Plenaria del Episcopado. Una reunión que servirá para abordar el drama de la pederastia clerical y también, aunque no figura en el programa oficial, para afrontar la situación de la Iglesia ante algunos debates políticos de la actualidad, desde la exhumación de Franco a las inmatriculaciones. Sobre los abusos del clero, por primera vez el presidente de los obispos dio las gracias a las víctimas por su dignidad y entereza la denunciar, que “ayuda a la Iglesia a tomar conciencia de cuanto ha ocurrido y de la necesidad de reaccionar con decisión”.
Un cambio de rumbo en un momento en que la Iglesia española está siendo sacudida por un tsunami de casos, del pasado y del presente (la reciente sentencia por el caso Gaztelueta marcará un antes y un después en la política de abusos), y por una crisis de confianza por parte de la sociedad. Así, Blázquez dijo asumir con claridad la tolerancia cero del Papa Francisco ante “los abusos y el comprensible escándalo que han suscitado”. De este modo, Blázquez admitió que “los abusos realizados por algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos provocan en quienes son víctimas, entre los cuales hay muchos jóvenes, sufrimientos que pueden durar toda la vida y a los que ningún arrepentimiento puede poner remedio”, una lacra que “representa un serio obstáculo” a la misión de la Iglesia.
Por ello, el presidente de la CEE instó a los obispos a “combatir la falta de responsabilidad y transparencia con las cuales muchos casos se han tratado”, así como a ejercer “las oportunas acciones y sanciones necesarias” contra los abusadores, que llenan la Iglesia de “mediocridad, presunción, división y corrupción”. Un lenguaje autocrítico que muy pocas veces un líder eclesiástico español ha empleado.Finalmente, y en lo que parece, por el momento, más un deseo que una realidad, el cardenal dijo que “la Iglesia reconoce abiertamente los abusos de diversa índole y tiene la firme decisión de erradicarlos”, si bien recuerda “la dedicación paciente de tantos cristianos, ministros, consagrados y laicos”, y apunta que la mayoría de los clérigos son buena gente. “No es legítimo abrigar sospechas sin fundamento”.
Sobre las relaciones Iglesia y Gobierno, que están pasando por un momento sumamente delicado, el presidente de la CEE, sin citar ningún conflicto expreso, echó mano de la celebración de los 40 años de la Constitución para reivindicar el papel de la Iglesia durante la Transición. Así, recordó que la institución “colaboró eficazmente en aquel singular periodo de nuestra historia”. Al tiempo, Blázquez insistió en que “los católicos estamos satisfechos de haber prestado la ayuda que estaba en nuestras manos, nos sentimos bien integrados en el sistema democrático y es nuestra intención continuar participando, desde nuestra identidad, en la justicia, la solidaridad, la paz, la convivencia y la esperanza de nuestra sociedad”.
En lo que todos reconocieron como un toque de atención al reciente (y fallido) encuentro entre la vicepresidenta Carmen Calvo y el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, Blázquez pidió diálogo que no sea “una imposición disimulada ni un recurso cómodo para ganar imagen”. “Ni deseamos ponernos medallas ni queremos ser preteridos. Por esto saludamos el diálogo entre todos”, porque “todos nos debemos al bien común, del que nos beneficiamos todos”, clamó el cardenal, quien recordó que para ello, se requieren “unas actitudes de apertura en los interlocutores para discutir las cuestiones sobre las que tienen competencia y dentro de un marco general compartido”.
Dicho en otras palabras: que el Gobierno, con quien tiene que hablar, es con la Iglesia española, y no con Roma. “El diálogo fomenta la concordia y es el procedimiento digno de las personas para buscar y encontrar la solución a los problemas planteados. Por esto, debemos renovar el espíritu de la Transición y animados por él afrontar las cuestiones que el tiempo nos va encomendando”, concluyó Blázquez.