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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El éxito en EEUU de la nadadora Lia Thomas enciende el debate sobre las mujeres trans en el deporte

El dominio en el agua de la nadadora estadounidense Lia Thomas ha vuelto una vez más a poner el foco en la participación de las mujeres trans en el deporte. A sus 22 años, la atleta compite en la categoría femenina de la Universidad de Pensilvania tras empezar su transición de género y hacerlo hasta 2019 en la masculina. Se ausentó durante la temporada 2020-2021 para hacer disminuir su nivel de testosterona y cumplir con las reglas establecidas, pero los récords que ha batido a su vuelta a las piscinas han encendido el debate: para algunos la balanza debe inclinarse del lado del derecho a competir de las mujeres trans mientras hay quienes asumen que tendrán ventaja física respecto al resto y podrían comprometer la competición justa del deporte femenino.

La controversia no es nueva. Los Juegos Olímpicos de Tokio también la trajeron consigo el pasado verano con la participación en halterofilia de Laurel Hubbard, la primera atleta trans en competir en el evento y que se retiró tras fallar los tres primeros intentos. Pero el caso de Lia, natural de Austin (Texas) ha despertado un enorme revuelo y ha llevado a un grupo de familias de otras nadadoras a escribir una carta a la Asociación de Deportes Universitarios de Estados Unidos (NCAA) en la que tildan la situación de “amenaza directa” para las atletas femeninas.

Las autoridades deportivas han utilizado a lo largo de la historia distintas técnicas para “verificar el sexo” de las deportistas, algunas especialmente humillantes, como la obligación de posar desnudas para un examen visual. El último reglamento del Comité Olímpico Internacional (COI), de 2015, estableció que para participar en categorías femeninas, las mujeres deben cumplir con un nivel máximo de testosterona de 10 nanomoles por litro en sangre, pero ha dado libertad a las federaciones para decidir. En la práctica, la inclusión de las mujeres trans está regulada en base a lo que estas estipulan en sus normativas. La World Rugby, por ejemplo, les ha prohibido directamente que compitan. Sin embargo, hay voces que reclaman que estas reglas desaparezcan al considerarlas discriminatorias y otras que piden endurecerlas aún más.

“Se trata de acomodar dos valores: que las atletas puedan competir en una categoría de su género y al mismo tiempo garantizar la integridad deportiva. Hay quienes lo comparan con el dopaje de mujeres a base de testosterona, que se dio a gran escala en la República Democrática de Alemania porque hacía que lograran unos resultados mucho mejores”, esgrime Maite Nadal, abogada experta en derecho deportivo y árbitro del Tribunal Español de Arbitraje Deportivo. Sobre establecer un tope a los niveles de testosterona la también socia de Laffer Abogados admite que “la integridad e intimidad de las deportistas está comprometida”, pero “no tenemos otra manera de hacer que las competiciones se disputen en igualdad”.

Víctor Granado, presidente de la Agrupación Deportiva Ibérica LGTBI+ (ADI), califica de “prejuicio tránsfobo” asumir que las mujeres trans siempre cuentan con ventaja competitiva y recuerda que el COI ha admitido que “no hay consenso científico sobre cómo influye la testosterona en el rendimiento” y ha recomendado a las federaciones que no sea el único criterio: “El deporte está construido sobre dos bases: la superioridad absoluta de los cuerpos masculinos sobre los femeninos y el binarismo, así que todas las normativas que nos vamos a encontrar se fundamentan en esta doble tesis. En muchos casos, se le da una capa de cientificidad a decisiones que son políticas”, defiende.

Las dos caras del debate

Sobre el caso concreto de Lia Thomas, Granado apunta a que la nadadora cumple los niveles de testosterona exigidos por la NCAA, de un año de tratamiento hormonal que ella ha alargado hasta los dos y medio. “Lo que ocurre es que como gana se entiende que tiene que seguir reduciendo sus niveles hasta que no gane. Las personas trans siempre son sospechosas de hacer trampa cuando ganan, y cuando se ajustan a la normativa, en lugar de pensar que en el deporte profesional hay personas excepcionales en sí mismas, se piensa que algo está mal. Pero nadie se plantea esto en casos como los de Michael Phelps o Indurain y su enorme capacidad pulmonar y baja frecuencia cardiaca”, añade el presidente de ADI.

“Es complejo, pero lejos de terminar, esto no acaba más que de empezar”, resume María José Martínez Patiño, exatleta que en los años 80 fue apartada de las pistas tras conocerse en una de las pruebas de “verificación de sexo” que portaba cromosomas XY. Hoy investigadora de la Universidad de Vigo y asesora del Comité Olímpico Internacional, Patiño considera que el caso de Lia puede constituir un punto de inflexión y abrir la puerta a regulaciones más férreas. “Aunque se disminuyan los niveles hormonales, es complicado pensar que el nivel deportivo ha bajado en este tiempo al nivel de una mujer. Tiene mucha importancia la memoria muscular, el bagaje previo que ha tenido antes de la transición y eso va a permanecer y otorgar ventaja”, señala.

La investigadora defiende analizar “caso por caso” y asegura que no es lo mismo uno como el de la exitosa nadadora que el de otras deportistas trans “que no hayan tenido antecedentes previos de muy alto nivel o marcas consolidadas”. “Quizás en estas situaciones no pueden participar en pruebas de categorías femeninas; no quiere decir que vayamos en contra de que las mujeres trans puedan participar, pero hay que legislar para todo el mundo. Se han cometido muchas injusticias a lo largo de la historia, pero se ha avanzado en la última década. La puerta está abierta, pero a lo mejor no en todas las condiciones se puede atravesar”, añade la exatleta.

Incógnitas sobre el rendimiento

Todas las voces consultadas coinciden en que hay muchos factores que pueden influir en el rendimiento deportivo y que aún está por determinar en qué proporción y hasta qué punto condiciona cada uno de ellos. “Las legislaciones están en continua evolución”, reconoce Patiño. “Dentro de lo que entendemos por rendimiento hay muchas variables. Aquí hay una persona con un rendimiento excepcional. Achacarlo a su pubertad es simplificar el problema para estigmatizar y regular de forma todavía más restrictiva. Parece que solo habrá satisfacción cuando abandone la práctica deportiva o deje de ganar. ¿Es equitativo que las mujeres trans no puedan ganar nunca?”, se pregunta Granado.

La exatleta trans Joanna Harper, coautora de las directrices para deportistas trans del COI, admite que “Lia tiene ventajas sobre las mujeres cis en la natación”: “Primero, la altura es una ventaja en natación y Lia es muy alta. En segundo lugar, las mujeres trans no perderán toda la fuerza que adquieren durante la pubertad de tipo masculino después de la terapia hormonal, y esto también será una ventaja para ella”. Sin embargo, considera que las reglas adoptadas por la NCAA, que cumple la nadadora, “han logrado el equilibrio”.

“Llevan vigentes diez años y las personas trans compiten abiertamente, pero aún están muy poco representadas. Además no hay ni una sola mujer trans que haya ganado un campeonato en primera división. Si bien ha habido algunas mujeres trans, como Lia Thomas, que han tenido más éxito después de la transición que antes, también ha habido varias mujeres trans que han tenido aproximadamente el mismo éxito que antes de la transición y mujeres trans que no lo han tenido por varias razones. De hecho, la mayoría de las mujeres trans que compiten en la NCAA atraen muy poca atención”, prosigue la experta.

Más allá de la discusión sobre la pertinencia de que haya limites, la opinión de la también física clínica del Providence Portland Medical Center, en Oregón, demuestra que en los últimos tiempos, en los que el debate ha recrudecido, tampoco hay consenso entre quienes apuestan por reglas que restrinjan la participación, como es su caso. Ella defiende la importancia “de proteger” las categorías femeninas haciendo que las mujeres trans reduzcan su nivel de testosterona obligatoriamente porque el deporte forma parte “del camino de las mujeres hacia la igualdad”, pero lamenta que “haya opositores a la inclusión trans que se apoderen de algunos casos de alto perfil para convencer al público de que permitir a las mujeres trans competir en los deportes es una mala idea”.

Por su parte, Patiño señala que “la ciencia y el deporte de alta competición deben regirse por unos parámetros determinados” y llama “a escuchar a todo el mundo y ser prudentes y cuidadosos”. “Indudablemente en el caso de Lia Thomas la memoria muscular influye y le otorga ventaja sobre las demás, y es algo que no desaparece por el hecho de que haya disminuido su nivel hormonal”. Es más, considera la exatleta, “podría incluso perjudicar a otras mujeres trans porque ella ha desarrollado su carrera deportiva como hombre a un alto nivel y no es lo mismo, cada caso es diferente”.

No solo afecta a deportistas trans

En la práctica, las normas no solo han afectado a mujeres trans. El caso más sonado ha sido el de la atleta sudafricana Caster Semenya, conocida por su superioridad atlética y por producir tres veces más testosterona que la media del resto de mujeres. La deportista mantiene un pulso con la Federación Internacional de Atletismo, que le impidió participar en los Juegos de Tokio y ha sido apartada de las competiciones por considerar que su dominio en la pista responde a sus niveles de testosterona. La condición para competir es que se medique para reducir la hormona en su cuerpo, algo a lo que se niega.

Junto a ella, a otras atletas africanas también la federación les comunicó que no podrían participar en Tokio si no bajaban médicamente su nivel de testosterona. Algo que en 2010 le ocurrió también a la velocista india Dutee Chand. Sin embargo, no son trans; son mujeres intersexuales (aquellas que nacen con características biológicas que no encajan con las nociones binarias típicas de hombre-mujer) que se han visto sometidas al escrutinio público y apartadas de las competiciones. Ahora Semenya está a la espera de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se pronuncie sobre su caso, mientras Naciones Unidas ha señalado que obligarla a medicarse es discriminatorio y atenta contra los derechos humanos.