Así se expande la desinformación sanitaria por Internet y redes sociales
Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido acceso a tanta información sobre salud ni tantas posibilidades como para compartirla a los demás. En un instante, podemos acceder a infinidad de webs sobre medicina y salud. Sin embargo, la desinformación también campa a sus anchas. Es una de las paradojas de nuestro tiempo. Al realizar una búsqueda en el navegador nos topamos tanto con información de salud contrastada y fiable como con estafas, noticias erróneas y bulos de la salud.
Tenemos un grave problema sobre la calidad de los contenidos de salud en Internet. Por un lado, la mayoría de las fake news (noticias falsas) son sobre temas de salud. Estas noticias falsas, además, por sus características se difunden un 70 % más en redes sociales como Twitter que aquellas que son reales. Por otro lado, un estudio realizado en Facebook detectó que, de los 10 artículos más compartidos en esta red, 7 de ellos eran engañosos o contenían alguna información falsa. Además, en 2016, más de la mitad de los 20 artículos más compartidos con “cáncer” en sus titulares fueron desacreditados por médicos y autoridades sanitarias.
Si existe algún ejemplo que ilustra el poder de las redes sociales para difundir desinformación, sin lugar a dudas se trata de un suceso ocurrido en 2016. Una noticia con el título “La raíz de diente de león puede mejorar su sistema inmunológico y curar el cáncer” se compartió, comentó y gustó más de 1,4 millones de veces en Facebook. ¿El problema? Que la noticia más compartida sobre cáncer ese año era totalmente falsa. Se refería a un estudio clínico con diente de león que ni siquiera había empezado a probar el tratamiento en pacientes y ni por asomo tenía resultados.
Prácticamente todos los estudios científicos que han analizado la magnitud y la influencia de los contenidos erróneos de salud sobre la población se han realizado fuera de nuestras fronteras. En España, contamos por el momento con muy pocos datos para valorar con rigor y precisión este asunto. Sí que tenemos diversos estudios sobre los antivacunas en Internet y redes sociales y los informes EHON que recogen las experiencias y comentarios de profesionales sanitarios, comunicadores de salud y pacientes. En noviembre de 2018 se publicó el primer Estudio sobre Bulos en Salud, elaborado por el Observatorio de los Bulos de Salud en Internet y Doctoralia. Se trataba de una encuesta realizada a 300 médicos que mostraba datos realmente llamativos:
- 2 de cada 3 médicos ha atendido en su consulta pacientes preocupados por algún bulo o engaño de salud durante el último año
- El 77% de los médicos achaca a las redes sociales y WhatsApp el incremento de bulos y fake news sobre salud
- Casi un 80 por ciento de los 300 médicos encuestados cree que internet, y el 'doctor Google' no es un lugar seguro para buscar información
Los bulos más predominantes a los que se enfrentaban los médicos tenían que ver con las pseudoterapias, la alimentación, el cáncer y efectos secundarios de medicamentos. Sin embargo, la variedad de la desinformación sanitaria que se transmite por Internet es enorme: pollos a los que les administran hormonas para que crezcan, desodorantes y antitranspirantes que provocan cáncer de mama, un hospital que afirma que la quimioterapia es “la gran equivocación médica”, el limón como cura del cáncer, plátanos infectados de SIDA…
La información sanitaria errónea siempre ha estado presente en las sociedades humanas, no es algo nuevo. No obstante, las nuevas tecnologías han cambiado las reglas del juego, por así decirlo. Los bulos de salud se expanden como nunca antes por las redes sociales gracias a su capacidad para llegar a miles o millones de personas en minutos u horas. Estas redes son amplificadores bestiales de la desinformación porque la desinformación suele presentarse de forma atractiva para el internauta. Los bulos más populares tienen contenidos claros, impactantes, llamativos o atractivos. También cuidan mucho la presentación y suelen ser muy visuales. Su rasgo más poderoso es despertar emociones en la audiencia, ya sea miedo, esperanza, sorpresa, curiosidad, indignación… Se sabe que las noticias se difunden mucho más cuando éstas despiertan reacciones emocionales porque nos sentimos más involucrados.
Además de las redes sociales, los buscadores de Internet son otro factor con un gran papel en la difusión de bulos de salud. Los grandes buscadores funcionan de forma automática basándose en unos algoritmos que determinan la posición de las páginas web en los resultados. No hay profesionales activos que filtren las informaciones sanitarias falsas o erróneas, sino que esto queda en manos de las “máquinas”. Esto permite la visibilidad y difusión de ciertos contenidos en Internet que no llegarían muy lejos si existieran humanos vigilando.
En España, el buscador que tiene un dominio absoluto es Google. Lo que lo convierte en la “puerta de entrada” principal a todo tipo de información para el internauta español. Hace unos meses, decidí hacer un pequeño experimento con este buscador. Busqué en Google “¿existe el VIH?”. El primer resultado que me apareció era un artículo del director de la revista Dsalud, Antonio Campoy, afirmando que el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) no existe.
Por muy falsa y peligrosa que fuera esta información, aparecía en la primera posición de los resultados ofrecidos por Google. No era ninguna casualidad. Ese resultado está promocionado. Es decir, han pagado para estar en tal privilegiado lugar y se dirigían a propósito hacia la gente que tiene dudas sobre la existencia del VIH.
A pesar de que Google tiene una política para que las páginas webs de calidad tengan mayor visibilidad que aquellas de baja calidad, lo cierto es que casi todo queda en manos de algoritmos (conjunto de reglas) automáticos. La revisión manual por parte de seres humanos es muy limitada. Los usuarios podemos intervenir, hasta cierto punto, mediante la queja. Se pueden enviar comentarios al buscador señalando si una web es dañina, engañosa o racista, entre otras cualidades. Sin embargo, el margen de maniobra suele ser pequeño ante el mastodóntico funcionamiento automático del buscador. Por suerte, conseguimos relegar este resultado de DSalud negando la existencia del VIH a la segunda página de resultados de Google gracias a que múltiples personas marcamos dicho resultado a Google como dañino o engañoso.
Para alguien con un mínimo de educación sanitaria, el artículo que niega la existencia del VIH ofrecido por Google no supondría mayor problema, porque reconocería la información errónea y la descartaría al momento. No obstante, tenemos que recordar que la búsqueda es “¿existe el VIH?”, este resultado se dirige a aquellos con dudas, posiblemente con una alfabetización baja o que ya están predispuestos a pensar que el VIH es fruto de una conspiración global. Estas personas pueden llegar a creer realmente que este virus no existe y, por tanto, no provoca el SIDA. De hecho, existen multitud de grupos con miles de seguidores de diferentes países que niegan la existencia del VIH en redes sociales como Facebook. En Rusia esta situación es especialmente crítica. Uno de cada cien rusos está infectado por el VIH, mientras miles de sus habitantes niegan la existencia de dicho virus. La situación ha llegado hasta tal extremo que el Gobierno anunció hace unos meses que quería declarar ilegal el negacionismo del VIH en el país.
En una época de fake news y posverdad, se han creado las condiciones perfectas para dar alas a la desinformación sanitaria. Puede que este fenómeno no sea tan visible como en el terreno de la política, pero, sin duda, está ahí. Los profesionales de la salud son testigos diarios de ello.