Un máximo de cinco nanomoles por litro. Es el límite impuesto por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) sobre la cantidad de testosterona que puede producir de forma endógena una mujer para poder competir en la categoría femenina de las pruebas de entre 400 y 1.500 metros a partir del próximo 1 de noviembre. En una norma hecha pública a principios de mes el organismo establece que aquellas atletas que quieran hacerlo y superen este nivel de testosterona deberán someterse a un tratamiento hormonal para reducirla similar a la píldora anticonceptiva por conferirles una ventaja que sería injusta con el resto de competidoras.
La regulación está hecha ad hoc para el caso de Caster Semenya, una atleta sudafricana campeona olímpica y conocida por sus marcas, su superioridad atlética y también por producir tres veces más testosterona que la media del resto de mujeres. Es lo que se conoce como hiperandrogenismo y se engloba en los casos de mujeres que la IAAF considera DSD (con diferencias de desarrollo sexual) y personas intersexuales –cuyas características sexuales no coinciden con la noción típica de hombre o mujer, algo que puede mostrarse en los cromosomas, los genitales, las hormonas o en órganos sexuales secundarios–.
Estas mujeres pueden generar de forma natural un nivel de testosterona superior a lo considerado “normal” para las mujeres y desde hace varias décadas han sido objeto de “pruebas de verificación de sexo” –incluso tan humillantes como posar desnudas delante de los examinadores– que han dejado traumas y carreras truncadas.
La misma Semenya fue apartada once meses de la pista tras las quejas de otras compañeras después de ganar el oro en los Mundiales de Berlín de 2009 y fue sometida a un escarnio público sobre su físico y su identidad. Un año después fue de nuevo aceptada, pero el siguiente objetivo de las pruebas fue la velocista india intersexual Dutee Chand.
La atleta, con un nivel de testosterona superior al exigido, se negó a someterse al tratamiento médico al que le obligaban como única opción para seguir compitiendo en la categoría femenina. Fue apartada de la pista, pero comenzó un litigio que dio lugar a la anulación temporal de la norma por parte del Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS). “El sexo de los seres humanos no es simplemente binario” y “no existe un único factor determinante del sexo”, concluía el tribunal en su laudo, que hacía hincapié en que la limitación era discriminatoria con aquellas personas que no encajan en la categoría biológica tradicional de hombre o mujer.
El TAS dio a la IAAF dos años para demostrar científicamente que la testosterona genera una ventaja competitiva, algo que la federación ha hecho a través de un estudio que ha dado lugar a la nueva regulación. La IAAF argumenta que la testosterona “proporciona importantes ventajas de rendimiento” y basa su decisión en “garantizar una competencia justa y significativa dentro de la clasificación femenina en beneficio de las atletas” sin tener la intención “de juzgar o cuestionar el sexo o la identidad de género de ningún atleta”.
La biología no es binaria
La norma ha vuelto a reabrir el debate: ¿Respetan en el deporte los derechos humanos? ¿Amenaza la ausencia de este tipo de regulaciones el deporte femenino? Concluir que lo amenaza, ¿es discriminatorio en sí mismo al dar por hecho que este tipo de mujeres no son mujeres?
“Es algo muy complejo. Yo creo que no hay una solución que no vaya a perjudicar a alguien. Son mujeres y tienen todo el derecho a reclamar participar en la categoría femenina, pero eso dificulta que otras ganen. Hemos separado el mundo en dos bloques y en concreto en el deporte con el objetivo de que las mujeres tengan oportunidades deportivas. Pero claro, hay otra gente que queda en medio en este sistema de determinación del sexo a la que esto le afecta y le puede crear un trauma”, opina el profesor del departamento de biología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) Enrique Turiégano.
La atleta trans y física médica Joana Harper cree le otorga más peso a un lado de la balanza y aunque asume que la solución impuesta por la IAAF “no puede considerarse ideal” considera que la norma es “la mejor respuesta”: “Creo que es importante brindar a todas las mujeres una competencia equitativa y significativa dentro de la categoría femenina. El método más óptimo para lograr este objetivo con el conocimiento científico disponible es exigir que todas las mujeres compitan dentro de un rango de testosterona determinado”.
Todas las expertas consultadas admiten que la biología no es binaria en cuanto a la determinación de lo que es ser hombre o mujer. “La biología no es tan clara y la casuística es muy variada. Entre lo que tradicionalmente calificamos como hombre y mujer, hay un continuo muy amplio por motivos genéticos, de desarrollo y otros factores”, explica la bióloga Victoria Ley, que lamenta que estas mujeres sean obligadas a someterse a tratamientos médicos “perjudiciales para la salud” con el objetivo de reducir su nivel de testosterona.
Ya en 2016, la jurista Grecia González Miranda investigó este tema en el estudio Las mujeres en el deporte profesional entre la verificación de sexo y el hiperandrogenismo: una aproximación desde los Derechos Humanos, en el que concluye que este tipo normas infieren “que el desempeño atlético superior es un dominio del hombre y no de las mujeres”. “La nueva regulación no resuelve el problema estructural de cómo son percibidas las mujeres en el deporte y qué imagen estereotipada se tiene de ellas para que puedan competir, sino que busca sancionar a esas mujeres que no lo parecen, utilizando el pretexto de la competencia justa”, esgrime.
¿Define lo que es ser mujer?
En este sentido, Victoria Ley, también exresponsable de la Subdirección General de Deporte y Salud del Consejo Superior de Deportes, apuesta por defender el derecho a la identidad de las mujeres y apunta a un supuesto sexismo en la decisión al medir solo este tipo de niveles en ellas. Harper, sin embargo, identifica como “razonable” poner límite a la capacidad de competir de estas mujeres porque “se han visto extraordinariamente sobrerepresentadas en los niveles de élite”.
El sociólogo especializado en derechos trans Lucas Platero califica este tipo de reglas de “vigilancia de género” y, al igual que el Gobierno sudafricano –de donde es Caster Semenya–, que emitió un comunicado tras la decisión, asegura que además se trasluce “una cuestión racista que quizás no es tan evidente”. El sexo de las personas, dice el sociólogo, “se manifiesta de muy diversas formas y en muchos lugares”.
En la práctica, la Federación Internacional de Atletismo impone con su norma el límite de lo que es ser una mujer. Eso es un escenario de avance de los derechos de las personas trans e intersexuales hacia el reconocimiento del sexo como algo independiente de la genitalidad o las características físicas.
Sin embargo, Harper, también asesora del Comité Olímpico Internacional (COI) en cuestiones de género, asegura que la IAAF “simplemente está decidiendo quién puede competir en la división femenina de sus competiciones” y aunque asume que el sexo y el género “son complicados” sugiere utilizar el término “género atlético” para entender su apuesta. “Dentro de mi marco, la IAAF solo está determinando el género atlético de estas mujeres y esta decisión no tiene relación con ningún aspecto del género”.
Victoria Ley, por su parte, opina que la federación “pone unos límites y legitima la noción tradicional y clásica de mujer, algo que en la práctica consigue la exclusión de personas que no encajan ahí de la competición y también de la categoría mujer”.