Francesco Tonucci, psicopedagogo, pensador y dibujante italiano, lleva toda su vida escuchando a los niños. Reuniéndose con ellos para preguntarles qué opinan de la Educación, de las clases, de sus ciudades. De estas conversaciones surgió el proyecto La Ciudad de los Niños, una iniciativa multidisciplinar que se convirtió en libro en 1996 y que ya es una referencia mundial en cuanto a cómo deberían ser las ciudades si pensaran un poco más en los pequeños que las habitan. Entre las iniciativas más reconocidas de La Ciudad de los Niños están los caminos escolares, corredores seguros en las ciudades para que los niños vayan andando al colegio, actividad que, defiende Tonucci, solo tiene ventajas: autonomía para los pequeños, ejercicio y menos contaminación en los entornos escolares.
De estos meses de confinamiento, Tonucci cree que los más pequeños no han sufrido tanto como algunos podrían pensar y lamenta que la escuela, en general, haya tratado de replicar su actividad habitual en los hogares casi como si nada hubiera pasado. Opina que esta crisis, como todas, ofrece una buena oportunidad para cambiar las cosas de la escuela que no funcionan. “Si muchos estudiantes van a la escuela sin querer ir, se aburren, aprenden poco, y además los docentes están entre los trabajadores con más enfermedades profesionales, algo estamos haciendo mal”.
¿Cómo han pasado los pequeños el confinamiento?
Hay mucha alarma, pero creo que estas preocupaciones son exageradas. Diría que sufrieron más los adolescentes. Los más pequeños, en Primaria, tuvieron que renunciar a cosas para ellos muy importantes; lo que más salió en nuestras encuestas fue la falta de amigos. Creo que los niños vivieron el confinamiento bastante bien, porque lo vivieron en su casa y con la presencia de sus padres, y eso ha sido un regalo. Tanto tiempo en casa y muchas veces haciendo cosas juntos... Eso se lleva bien. Otra cosa son los niños hijos únicos se han quedado solos con sus padres, mientras que los que tienen hermanos han podido compartir la experiencia, y eso es distinto. Creo que en general no van a sufrir mucho. Me preguntan a menudo cómo van a pasar los niños este trauma, como si hubieran vivido una guerra. Hay situaciones distintas, algunas límites con mala relación con los padres o episodios de violencia, pero esto no depende de la coyuntura tampoco, ya existía. Los niños tendrán una capacidad de recuperación mucho más alta que nosotros.
Ya que ha mencionado a los padres y su estancia con los hijos, ¿estaban preparados para esto? ¿Para tener que atender a sus hijos, ayudarles con la escuela, tenerlos en casa todo el día?
Claro que no. Todos hemos aprendido cosas. Pero creo que la que ha hecho un esfuerzo menor ha sido la escuela. Los colegios cerraron y ya. Todo el mundo ha cambiado su manera de actuar, pero la escuela ha intentado hacer lo mismo. No ha sabido ver que ha cambiado el mundo, al menos durante un tiempo. La escuela ha intentado, al menos la experiencia italiana, decir que no pasa nada y que vamos para delante como antes. El lema del Ministerio de Educación italiano fue “la escuela no para”. Creo que es grave. La escuela tenía que parar y reflexionar, darse cuenta de lo que estaba pasando. No tiene sentido que mientras el mundo sufre la tragedia que hemos vivido, la escuela siguiera con los fenicios, sumar, restar y pidiendo deberes. Nosotros lo primero que hicimos cuando empezó esto fue hablar con los niños. Todo el mundo se ha preocupado por los niños hablando con expertos, pidiendo a psicólogos consejos para padres, a los maestros. Pero nadie pensó en preguntar a los niños qué les pasaba, cómo lo estaban viviendo y qué proponían. Fue lo primero que hicimos con las ciudades de nuestra red, principalmente en Italia, España y Latinoamérica, pidiendo que se convocaran los consejos de niños de forma virtual. Se hizo, y con frecuencia, porque a los niños les gusta participar y expresar su punto de vista. Salieron cosas muy claras.
Como por ejemplo...
Tres cosas, principalmente. Hablamos de niños de 8 a 11 años. Y dijeron lo mismo en todos los países: que extrañaban a los amigos, que estaban bien con sus padres y que estaban hartos de deberes y cansados de seguir clases en pantallas. Era muy evidente: la educación a distancia suspendió, no pasó el filtro de sus usuarios. También ha ocurrido con los adolescentes. Era complicado hacer esto durante muchas horas. Pensando en septiembre, muchas escuelas proponen seguir con la enseñanza a distancia, pero no es plausible. A partir de estos tres elementos se podían pensar cosas más interesantes. Nosotros proponíamos hacer de la casa un laboratorio para la escuela. Que la escuela aprovechara la presencia de los padres para pedirles ayuda y que las actividades domésticas fueran los nuevos deberes. Se podía buscar la matemática de la cocina, la lengua de las recetas, la lectura colectiva en casa como un teatro, mirar fotos para reconstruir la historia personal de los niños. Creo que esto es un elemento interesante que podía haber valido para la cuarentena, pero también puede servir para la vuelta.
¿Cree que la escuela necesita cambiar globalmente o nos sirve esperar a que haya una vuelta a algún tipo de normalidad y volver a lo de antes?
Depende de cómo nosotros vemos la escuela que hemos dejado en marzo. Si pensamos que era adecuada a las necesidades de nuestra sociedad es correcto pensar en volver a lo de antes. Pero yo estos días pongo el ejemplo de una fábrica de coches. Si produce bien y ha tenido que parar por la pandemia, ahora está aguantando por necesidad para volver a producir como antes. No sé si la escuela puede decir lo mismo. Desde mi punto de vista, no funciona porque no responde a las necesidades sociales. Nuestros países tienen constituciones que afirman que los ciudadanos son iguales. Pero después de decir que son iguales, los constituyentes se dieron cuenta de que no es verdad. Por tanto, afirmar que sí lo son es un compromiso, no una realidad, y la escuela es un elemento fundamental para corregir lo que el nacimiento no garantiza. Pero las investigaciones que hemos hecho dicen que la escuela es un agente de diferenciación y no de igualdad. Los últimos se quedan últimos y los mejores siguen siéndolo.
En Italia salió una encuesta esta pandemia que dice que el 30% de los jóvenes son analfabetos funcionales. Imagina que Seat produce un 30% de coches que no andan. ¿Podría decir que está deseando volver a su producción habitual? No. Debería cerrar. Si pensamos que muchos estudiantes van a la escuela sin querer, se aburren y aprenden poco, y le sumas que los maestros es una de las profesiones con más enfermedades profesionales, algo estamos haciendo mal. Como decía, parte de la sociedad que cree que debería cambiar, pero les genera dudas porque cambiar cuesta. Los mismos directores, inspectores, hasta los ministros, parece que están en la parte de los que se quedan. Los que tienen ganas de experimentar algo nuevo, de moverse, tienen un momento favorable para hacerlo. Las crisis permiten experimentos. Aclaro: una persona individual siempre ha podido hacerlo. Los buenos maestros siempre lo son. Con este planteamiento espero que un grupo de personas, de escuelas esté dispuesto a ponerse alrededor de una mesa y ver qué se puede hacer. Creo que sería interesante que en la reapertura se juntaran en una mesa cuatro protagonistas: la ciudad, la escuela, la familia y los alumnos para buscar un nuevo pacto educativo. No va a funcionar si viene desde arriba.
Incluye a las ciudades en esta mesa, una de sus especialidades. ¿Qué rol tendrían en relación a la escuela?
Creo que una de las propuestas en las que hay que avanzar es que la escuela no se haga solo dentro de la escuela. Pero no porque necesite espacio, lo interesante sería que la ciudad invitara a las entidades públicas o privadas a ofrecer experiencias nuevas. Puede ser una granja, un teatro, una industria. Hay que pensar experiencias significativas. Cuando en Italia apareció el tiempo pieno, ocho horas en la escuela, que nació en Turín, una ciudad obrera, los maestros buscaron qué hacer para no tener a los chicos ocho horas sentados. Se pensó en la ciudad, que les ofreciera cosas, y las clases incluían cosas muy diversas. Por ejemplo, los panaderos invitaban a los niños a hacer pan, y los niños iban a clase con el pan hecho por ellos. Es una experiencia pequeña, sencilla, pero interesante para los niños. Y luego la escuela podía empezar a trabajar desde ahí, con el pan, el trigo, lo que sea.
La segunda idea de lo que la ciudad puede ofrecer a la escuela es que las calles que rodean a un centro sean competencia de la escuela. Que la escuela pueda utilizar como un espacio reservado las calles que la rodean, que se pueda utilizar este espacio como gimnasio, para ciertas clases... También está el medio ambiente. Hace seis meses el tema principal era el cambio climático, parece que nos hemos olvidado. Me parece básico pensar que haya una zona de respeto alrededor de las escuelas sin tráfico, menos contaminadas y sin ruido. La otra cuestión que propongo es que los niños vayan a la escuela andando por su cuenta. Se limita así el número de gente que se desplaza y se asegura la distancia.
En España están empezando a presentar los planes para septiembre. No parece que haya mucha gente pensando en cambiar las cosas, la preocupación máxima es dónde van a meter al alumnado.la preocupación máxima es dónde van a meter al alumnado
Porque la lógica que se sigue es que no vemos el momento de volver a lo de antes. No hay una conciencia de que no funcionaba. Muchos temas deberían pasar una revisión crítica. Si la escuela pierde un 30% del alumnado no está funcionando. Debemos aprovechar para pensar que la escuela puede ser distinta. Por ejemplo, me llamó un consejero de una comunidad autónoma de España. Me preguntaba qué podía hacer él para favorecer el cambio. Le dije que se pusiera del lado de los que cambian, en vez de enfrente. Hay maestros que aprovechan estas situaciones para proponer cambios. Se van a encontrar en contra a colegas, directores e inspectores. Es importante que quien tiene poder lo utilice para favorecer el cambio, no para impedirlo. Aunque insisto en que los buenos maestros siempre lo han hecho.
Con la enseñanza a distancia, una de las medidas que se está tomando es tratar de dotar de equipamiento tecnológico a todos los niños. ¿Le da miedo que se aproveche ya que están para utilizarlos más de manera habitual?
Creo que hay muchos intereses de mercado que empujan en esta dirección. Para los que producen ordenadores y tabletas la escuela es un mercado impresionante. Si alguien decide que todos los niños deben tener un dispositivo, son millones de ellos [en España hay más de 8 millones de escolares]. La pregunta es si es útil. Creo que tener conexiones e instrumentos lo es, el asunto es que cuando los ponemos en la educación tenemos que tener cuidado y no pensar que esto es la solución. Es un instrumento. Poderoso, importante, pero como siempre ocurre con las herramientas depende de la mano que los utiliza.
Además, la enseñanza a distancia ha mostrado de nuevo las diferencias entre alumnos. Los hay dotados, con instrumentos y conexiones, y otros sin. A la gente le preocupa mucho lo que hayan podido perder los alumnos en este tiempo. Yo lo que propongo a la escuela es el pensamiento contrario. Que piensen qué han ganado los alumnos en estos meses y trabajar sobre ello.
Creo que todos han ganado cosas importantes para la vida. A nivel de carácter, de emociones, de autonomía, de aprendizajes concretos también. Han aprendido a hacer cosas que no habían hecho antes, creo que sería interesante trabajar sobre esto a la vuelta. Qué han aprendido, qué no, qué ha pasado, qué ha salido bien, qué no. Es importante de cara al futuro, también por si pasa otra vez. Más importante que equiparse, sea a nivel de tecnología o de conocimientos.