Francisco en Irak: un viaje en el que nadie creía y que ha sacudido la geopolítica de Oriente Medio
El viaje del papa ha supuesto un momento histórico, que Bergoglio ha salpicado de guiños políticos a Palestina y Siria, al tiempo que ha aprovechado sus encuentros con el ayatolá chií y con el padre de Aylan Kurdi para condenar las atrocidades cometidas en nombre de la religión y para defender el derecho de los migrantes
Sistani y Aylán. Las figuras de un anciano y un niño han marcado el histórico viaje del papa Francisco a Irak en dos encuentros emocionantes. El sábado por la mañana, muy temprano, Bergoglio entraba con los pies descalzos a la casa del ayatolá Ali Al Sistani, en Nayaf. Un encuentro histórico que conectaba a través del Obispo de Roma a las dos almas del Islam. El anciano líder chií, que jamás recibe visitas, se adelantó para estrechar las manos del pontífice, que hace ya dos años se abrazaba con el gran imán de Al-Azhar, el papa de los musulmanes suníes.
Sistani y Bergoglio consensuaron que no se puede utilizar el nombre de ningún dios para atacar, perseguir, violar o asesinar a supuestos infieles, y reclamaron el regreso a Irak de los cristianos y yazidís masacrados por el Estado Islámico. No hubo firma de documento, pero no hacía falta: “El encuentro es el mensaje”, resumió a elDiario.es el biógrafo de Bergoglio, Austen Ivereigh.
El segundo encuentro, no previsto en la agenda, tuvo lugar el domingo por la tarde, minutos antes de que Francisco saliera de Erbil en dirección Bagdad, tras la única misa multitudinaria del viaje. Bergoglio pidió reunirse con Abdullah Kurdi, el padre del pequeño Aylán, el niño que apareció muerto en septiembre de 2015 en las costas del mar Egeo, y que sirvió de símbolo para la vergüenza de una Unión Europea que pagaba a Turquía para evitar que los refugiados del ISIS llegaran al Viejo Continente.
“Aylan Kurdi es un símbolo. Un símbolo que va mas allá de un niño que murió inmigrando, es el símbolo de personas que no pueden sobrevivir, es un símbolo de humanidad”, sostuvo el papa en la rueda de prensa que ofreció en el avión en el que viajó hacia Roma desde Bagdad. Ante esa realidad “se necesitan medidas urgentes”: “Esta gente no tiene opciones, porque no pueden no migrar, y no pueden migrar porque el mundo aún no ha tomado conciencia de que la inmigración es un derecho humano”, defendió el pontífice al analizar la situación en Medio Oriente.
Las visitas a Sistani y Kurdi marcaron el pórtico de entrada y de salida a un viaje histórico, el primero que Francisco –que este sábado cumplirá ocho años como papa– realizaba al extranjero en los últimos 15 meses, y una muestra de que la 'nueva normalidad' es posible.
La decisión de viajar a Irak no fue fácil, y Francisco fue quedándose prácticamente solo en su firme decisión de no cancelarlo, presionado prácticamente desde todos los rincones del mundo por el impacto brutal de la pandemia en el país, y por las constantes amenazas terroristas. Y el papa pudo con todo, sabiendo marcar el paso y mostrando una vitalidad que muchos cuestionaban cuando la Navidad pasada tuvo que parar, aquejado de nuevo de una fuerte ciática.
A Irak, con Siria y Palestina en la cabeza
A lo largo de tres días, siete discursos, un histórico encuentro con Al Sistani y dos actos fuera de programa (la bendición de una nueva sede de Scholas y, especialmente, el abrazo con el padre del pequeño Aylan), Francisco lanzó sus redes para abogar por la reconstrucción del país, el fin de la corrupción y la inmoralidad de matar u odiar o violar en nombre de la religión; rezó junto a las ruinas de Mosul y bendijo a las 'piedras vivas' de Qaraqosh; se dio un baño de multitudes en Erbil y emplazó al mundo a no olvidarse de Oriente Medio.
Ya desde el vuelo de ida, en el que Francisco envió telegramas a todos los jefes de Estado cuyo suelo sobrevolaba el avión papal, entre los que incluyó al presidente de Palestina. A la vuelta, hizo lo propio con Siria, el otro gran destino que, hoy por hoy, es imposible para Bergoglio.
A su llegada a una Bagdad desierta por el toque de queda impuesto por el Gobierno –la pandemia continúa haciendo estragos en el país–, Francisco lanzó un primer mensaje delante de toda la clase política del país: “No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país, desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera, constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los propios intereses”.
“Hermanos musulmanes”
Poco después, en su primer encuentro con la minoría cristiana del país, diezmada en la última década por el extremismo, les pidió mirar hacia adelante, perdonar y trabajar por la reconciliación, de la mano de sus hermanos musulmanes“, siendo constructores de paz, en el seno de sus comunidades y con los creyentes de otras tradiciones religiosas, esparciendo semillas de reconciliación y de convivencia fraterna que pueden llevar a un renacer de la esperanza para todos”.
Al día siguiente, y tras la reunión con Al Sistani, el papa se dirigió a Ur de los Caldeos, la patria de Abraham, reconocido como padre de las tres grandes religiones monoteístas. En un inédito encuentro interreligioso, Francisco y los líderes de todas las confesiones presentes en el país hicieron un llamamiento a no callar cuando el terrorismo abusa de la religión“ y a construir la paz sin dejar a nadie fuera, al tiempo que instaron a la comunidad internacional a que abandone la carrera armamentística y apueste por las vacunas para todos” y una justa distribución de alimentos para acabar con la gran pandemia de la Humanidad: la del hambre.
El domingo, ante las ruinas de Mosul, un emocionado papa rezaba por la paz y el regreso de los cristianos que, a millares, abandonaron Irak para no ser crucificados o degollados, para no ver a sus mujeres violadas o a sus hijos reclutados por el Califato. Y un mensaje claro: “Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre (...). Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”.
Un papa entre los escombros
La imagen del papa ante los escombros de lo que fue la 'plaza de las iglesias', y la capital del autoproclamado Estado Islámico en Mosul recordaba a otros momentos simbólicos de este pontificado: Francisco orando en silencio en Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki o Lampedusa, o en aquella vigilia bajo la lluvia, que hace un año celebró en una vacía plaza de San Pedro en pleno confinamiento mundial por el coronavirus. En Mosul, el papa que ha escrito la primera encíclica sobre la fraternidad humana denunció “la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”, antes de encontrarse con los supervivientes del genocidio contra los cristianos en Qaraqosh. Tras contemplar las ruinas, la destrucción, Francisco recordaba a las 'piedras vivas' de la zona, “que ahora es el momento de reconstruir, y de volver a empezar”.
El único baño de masas que se permitió en un viaje con fuertes restricciones tuvo lugar en el estadio de Erbil, donde se despidió del pueblo iraquí con otra petición: “Trabajen juntos en unidad por un futuro de paz y prosperidad que no discrimine ni deje atrás a nadie”, dijo, antes de regresar a Roma, en un viaje por el que nadie daba un euro y que ha colocado a Francisco en el podio de los líderes de la sociedad postpandémica. Un anciano tambaleándose al caminar, que con su presencia sacudió la estrategia geopolítica de Oriente Medio.
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