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ENTREVISTA
Historiador

Francisco J. Leira: “Con Millán Astray, un sector del Ejército se radicalizó con un nacionalismo vinculado a la catolicidad”

El escritor Francisco J. Leira Castiñeira durante la presentación del libro  'Los Nadies de la Guerra de España' en el Ateneo de Madrid

Laura Galaup

2 de febrero de 2023 23:15 h

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El historiador y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Francisco J. Leira Castiñeira, ha escrito Los Nadies de la Guerra en España (ed. Akal). En este ensayo apuesta por revisar con memoria histórica un conflicto militar. Aborda la homofobia y la importancia de los comportamientos vinculados a la masculinidad tóxica en la propaganda de la Guerra Civil.

“Hay que entender que la historia tiene un contexto sociocultural. Los años 30 del siglo XX no son los años 20 del siglo XXI. En aquel momento, el sistema patriarcal, en el que la virilidad era algo positivo, se convirtió en algo fundamental. Por eso, en ambos bandos se desprende en la prensa homofobia para criticar al contrario”, detalla en una entrevista con elDiario.es. Asimismo, con este libro busca poner nombres y contexto a algunos de sus participantes anónimos o más desconocidos. En lugar de centrarse en los 'prohombres', como les define en su trabajo; aboga por retratar a 'Los Nadies de la Historia'.  

¿Quiénes son 'los Nadies' de la guerra? 

Los Nadies de la Guerra en España son los que están representados en el poema de [Eduardo] Galeano Los Nadies. Son aquellos que no están en los libros de historia. Somos la gente corriente de ahora, de hace 80 años, de hace 20 y de hace mil años. Somos los que apenas salimos en los libros de historia. 

En este libro investiga sobre varios perfiles y eventos castrenses: militares de los dos bandos, las alianzas internacionales que se tejieron en la Guerra Civil o el papel de algunas mujeres. Arranca con la historia de un militar del bando sublevado Francisco Pérez Ponte que falleció en el naufragio del buque Castillo de Olite en 1938. Este personaje es un familiar lejano de usted. ¿Qué han aprendido sus allegados gracias a este proceso de investigación? 

Hubo cosas que aprendieron y que fueron capaces de conocer a través de la investigación. En el fondo, lo que busco con ese capítulo es saber dónde está enterrado. No se sabe si está en Cartagena o en el Valle de los Caídos.

En el capítulo que versa sobre Juan Rodríguez Lozano, un capitán de Infantería que define como “fiel a la legalidad republicana” y que “murió por no sumarse al golpe de Estado”, usted se pregunta si se puede ser militar y pacifista. ¿A qué conclusión ha llegado? 

Creo que sí, pero con matices. Hay que tener en cuenta que los militares son los que van a hacer la guerra y no todos quieren hacerla. Realmente, la mayor parte de ellos son los menos interesados en hacerla. En este contexto hubo una serie de militares que dieron un golpe de Estado acompañados de parte de la sociedad civil, esos sí que querían realizar un proceso represivo y llegar al poder. Pero hay otros que no, que entienden que las Fuerzas Armadas forman parte del sistema liberal democrático en el que se vive, como es el caso del protagonista al que hago referencia en este capítulo. Él cree que se puede ser pacifista, ser demócrata y, a su vez, militar. Es algo controvertido y que puede parecer contradictorio. Sin embargo, en el fondo, cuando analizamos las historias de todas las personas, todos somos demasiado contradictorios. 

Además de los personajes escogidos, en su investigación reflexiona sobre la influencia de José Millán Astray, fundador de La Legión. ¿Qué papel jugó en la imposición de una ideologías en las Fuerzas Armadas? 

Millán Astray representa una cultura castrense que se venía gestando desde que comenzaron las campañas militares en África, en el siglo XIX con la Guerra de Margallo. Hay diferentes generaciones de militares africanistas, desde la primera generación ya [se] defendía un nacionalismo exacerbado propio de principios del siglo. Luego se va radicalizando un poco más y se puede observar con la generación de Miguel Primo de Rivera, que llega al poder y se convierte en un dictador. Esa sería la segunda generación, en la que se encuadra el general Sanjurjo, Cavalcanti y otros que dan el golpe de Estado en 1932. 

Y ya es con Millán Astray y con toda esa cultura, iconografía y mentalidad ultranacionalista, de culto a la muerte, de culto a la violencia, donde un sector del Ejército se radicaliza con un nacionalismo exacerbado que está muy vinculado a la catolicidad. Para ellos ser español implicaba ser católico con una masculinidad tóxica –como diríamos ahora– y que, en cierta medida, según algunos estudiosos, podría ser entendido como parte del fascismo español. Sin esa mentalidad, sin el decálogo que creó [Credo Legionario] basado en el bushido japonés y en todos los movimientos nacionalistas de carácter fascista que estaban surgiendo en aquel contexto, es imposible entender lo que fue La Legión ni lo que fue el golpe de estado.

Casi todas las mujeres milicianas que estuvieron en los frentes fueron ocupando otros puestos en la retaguardia más vinculados a los hospitales

Otro de los puntos que aborda es la presencia de la homofobia y de una masculinidad tóxica en los dos bandos de la Guerra Civil, ¿a qué conclusiones llega? 

Hay que entender que la historia tiene un contexto sociocultural. Los años 30 no son los años 20 del siglo XXI. En aquel momento, el sistema patriarcal, en el que la virilidad era algo positivo, se convirtió en algo fundamental. Por eso, en ambos bandos se desprende en la prensa homofobia para criticar al contrario. 

Lo que tenemos que hacer es tener mucho cuidado a la hora de reivindicar pasados y tener en cuenta que cada periodo tiene unas características distintas. Es un capítulo en el que trato de reivindicar los derechos del colectivo LGTBI y a aquellos hombres que no nos sentimos identificados con un tipo de masculinidad tóxica basada en el culto a la muerte, a la violencia, que continuó durante toda la dictadura y que parece que existe en algunos sectores y que yo no defiendo. 

Usted realiza un perfil de la miliciana Antonia Portero. Una madrileña que trabajaba como costurera y que se inició en política en 1934. ¿Qué papel tuvieron las mujeres en los dos bandos? 

Solo hubo milicianas, es decir, mujeres que portaron armas, durante los primeros instantes del golpe de estado en los lugares en los que no triunfó —por ejemplo, en Madrid, en el área de Catalunya y en algunas zonas de Asturias— y se debió, en gran medida, a la participación de las mujeres. Su implicación no fue tanta como quiso exponer la propaganda republicana. En aquel momento le interesaba mostrar a las mujeres como algo decidido para movilizar a cuantas más personas posibles. Hay que decir que esto terminó pronto y que casi todas las mujeres que estaban en los frentes fueron ocupando otros puestos en la retaguardia más vinculados a hospitales, etc. 

También tiene una cara b. Las mujeres que portaron armas tuvieron que disparar y matar a otros compatriotas, es cierto que era para defender el sistema democrático. Entre los sublevados no hubo mujeres combatientes o, por lo menos, yo no tengo constancia de eso. 

Incide en los valores republicanos y demócratas. ¿Se ha penado internamente en las Fuerzas Armadas la defensa de estos conceptos? 

Hay que tener en cuenta que las Fuerzas Armadas tuvieron excesivo poder político durante muchos años, algo que no se vio en otros países de nuestro entorno. Si analizamos lo que sucedió en otros contextos en los que hubo dictaduras fascistas, el Ejército no tuvo la presencia que hubo aquí donde el dictador fue militar. Los golpes y los levantamientos militares eran comunes. Hay que tener en cuenta que el Ejército tuvo mucho poder durante toda la contemporaneidad española y luego gobernó España hasta la muerte de Franco. 

La transición que tuvo que realizar este colectivo fue muy compleja y muy lenta. Es cierto que en la actualidad hay sectores que cada vez están más profesionalizados, que tienen un concepto democrático de su participación en la sociedad y cuyo trabajo es muy valorado en el exterior, pero fue un proceso lento. 

La Unión Militar Democrática (UMD) es un ejemplo de las consecuencias que tuvo para algunos militares la defensa de los valores democráticos.

Se tardó mucho tiempo en reconocer el papel que cumplió la UMD. A la mayor parte de sus miembros les expulsaron [de la carrera castrense], como sucedió con Xosé Fortes, Juli Busquets y otros militares que tenían una ideología y una cultura que no tenían muchos de sus compañeros de armas. No fue hasta el Gobierno de [José Luis Rodríguez] Zapatero cuando se reconoció el papel de esta organización en las Fuerzas Armadas e influyó mucho en otros compañeros de generaciones siguientes para seguir tomando el mismo camino. 

Ese antifascismo que tuvo su momento simbólico en los juicios de Núremberg, no lo tuvimos en España. En Francia se puede hablar de la toma de París por parte de la resistencia. Franco murió en la cama y llorado por miles de personas

Usted asegura en el libro que se debe “construir desde el conocimiento de las ciencias humanas y en contacto con la sociedad civil nuestro Núremberg simbólico”. ¿A qué se refiere?  

El concepto sirve para llamar la atención. Hay que tener en cuenta que en Núremberg se juzgaron a los principales cabecillas del nazismo, pero no se juzgó a todo el mundo. Sí que sirvió como un símbolo de la lucha contra el fascismo y de la derrota de todo el pensamiento antidemocrático de carácter internacionalista. Ese antifascismo que tuvo su momento simbólico en los juicios de Núremberg, no lo tuvimos en España. En Francia se puede hablar de la llegada y de la toma de París por parte de la resistencia. En otros lados se puede hablar de la resistencia italiana y de la muerte de Mussolini, nosotros no tenemos eso porque Franco murió en la cama y llorado por miles de personas en la Plaza de Oriente. 

En su análisis explica que a lo largo del siglo XX la modalidad que tuvo el ejército para influir en política fue a través del alzamiento. ¿Qué supuso el 23-F? 

Se vio que el proceso democrático seguía su curso y no iba a ser cortado. Supuso también un cambio en la mentalidad del Ejército. Vieron que tenían que aceptar el nuevo contexto político. No puedo criticar a aquella generación porque realmente vivieron un contexto que hay que analizar en profundidad, sí que me entristece que posteriormente no hubiese habido ninguna valentía por parte de los políticos para ir realizando los cambios que necesitaba la democracia. La democracia no es algo que se consiga y que se dé. La democracia es algo que está en curso. Los derechos sociales y los derechos humanos los tenemos que ir consiguiendo y defendiendo día a día. 

¿Qué valoración realiza de la ley de memoria democrática en lo referente a las Fuerzas Armadas? 

Lo que sí que me gustaría, y por eso lo reivindico en mi libro, es que junto con quitar estatuas o exhumar a ciertas personas, [la norma] tiene que ir acompañada de una labor pedagógica muy fuerte. Ese quizá sea el punto débil de la Ley de Memoria Democrática. Y para eso se tiene que crear un espacio de debate democrático plural.

Tenemos que explicar, y la gente que ha hecho la ley tiene que explicar, a la sociedad por qué hay que exhumar a esas personas, por qué hay que cambiar ciertas calles, por qué hay que modificar el nombre de ciertas batallones para que eso no provoque un debate político, sino que sea visto como algo normal. Eso no es borrar la historia, sino simplemente quitarle los reconocimientos a personas que no se las merecen. 

En las conclusiones del libro se queja de las dificultades de acceso a los archivos españoles. ¿Es complicado investigar en nuestro país?

Conocer el pasado no abre heridas, todo lo contrario, las cierra. Debemos tener en cuenta que nadie se tiene que sentir heredero de aquel pasado. No somos herederos de lo que hicieron nuestros antepasados. Solo son responsables para bien y para mal los protagonistas, no sus descendientes. Lo que tenemos que hacer es que se abran los archivos, que deje de haber fundaciones que tengan documentación oficial y que estén abiertas al público. Y ya no hablo solo de la Fundación Francisco Franco, sino de toda la documentación que tienen los expresidentes del Gobierno de la democracia actual.

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