Los padres de Gabino Díaz Merchán fueron fusilados al comienzo de la Guerra Civil en la tapia del cementerio entre Mora y Orgaz, en la provincia de Toledo. Quien después se convertiría en el sucesor del cardenal Vicente Enrique y Tarancón tanto en el Arzobispado de Oviedo como en la Conferencia Episcopal, y que ha muerto esta semana a los 96 años de edad, tenía entonces diez años.
Sus progenitores fueron considerados mártires de la guerra y, como tales, beatificados en la primera macrobeatificación de 2007. Sin embargo, durante años, Díaz Merchán se opuso a imponer la memoria histórica de los ganadores de la contienda. Cuando el papa Juan Pablo II le informó en 1986, cincuenta años después del comienzo del golpe de Estado de Franco, de que la Iglesia católica iba a comenzar a subir a los altares a los muertos por la Cruzada, Díaz Merchán rechazó la idea. “No podría volver a mi pueblo”, cuentan que le contestó. Ese mismo año hacía públicamente estas declaraciones: “No podemos hacer de los mártires un arma política”. Poco después, en 1987, Roma aprobaba las primeras beatificaciones de la contienda.
Artífice de la 'X' de la Renta
Gabino Díaz Merchán fue uno de los últimos obispos en resistir a la involución de la Iglesia decretada por Karol Wojtyla después del Concilio Vaticano II y los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI. Este último convirtió a Díaz Merchán en el obispo más joven del mundo (con 39 años) y lo preparó para suceder al mediático cardenal Tarancón tanto en Oviedo (fue arzobispo entre 1969 y 2002) como en la Conferencia Episcopal. Díaz Merchán fue presidente de los obispos españoles entre 1981 (en pleno 23F) y 1987, y supo llegar a acuerdos históricos con el PSOE de Felipe González. El más relevante, y que todavía hoy se mantiene, fue la famosa (y polémica) casilla de la Renta para la Iglesia.
Díaz Merchán era el último obispo español vivo de los que participaron en el Concilio Vaticano II, y durante décadas fue uno de los diques de contención de la restauración vaticana, hasta que Juan Pablo II logró colocar primero a Ángel Suquía, y después a Antonio María Rouco Varela, al frente de la Iglesia española. De hecho, el arzobispo de Oviedo ha sido, hasta la fecha, el único presidente de la CEE que no ha sido cardenal, en lo que muchos ven como una suerte de castigo de Roma a su progresismo.
Porque Díaz Merchán quiso facilitar el diálogo entre la Iglesia y la sociedad, en un momento en que la recristianización de España comenzaba a hacerse fuerte y grupos que hoy dominan en el catolicismo de nuestro país (propagandistas, Opus Dei, Legionarios, neocatecumenales y demás) despuntaban bajo el patrocinio del Papa polaco. El arzobispo de Oviedo se manifestó a favor de las protestas de los mineros asturianos, se encerró con ellos en la catedral, negoció con sindicatos y patronal y siempre mantuvo la puerta abierta con todos los grupos políticos, hasta el punto de ser considerado un obispo rojo.
¿Obispos en manifestaciones?
Su papel fue fundamental a la hora de apoyar a Tarancón en la defensa de un nuevo orden político tras la muerte del dictador, y asumió sin complejos la llegada del primer gobierno socialista. Tras su salida en 1987 de la presidencia de la Conferencia Episcopal, los obispos comenzaron una etapa de oposición a González y apoyo sin fisuras al posterior gobierno de Aznar, que concluyó en 2004-05 con las primeras manifestaciones contra el matrimonio igualitario y la asignatura creada por Zapatero de Educación para la Ciudadanía que contaron con la participación de obispos, auspiciadas por Rouco Varela. Díaz Merchán siempre estuvo en contra de ellas. Un recuerdo que entronca con la situación actual en la que, en apenas una semana, existe el temor de volver a ver mitras en una concentración contra un Ejecutivo socialista (en esta ocasión, a cuenta del aborto).
Además de Díaz Merchán, esta semana se ha cobrado la vida de otro histórico prelado, Antonio Montero, el primer arzobispo de Extremadura y maestro de periodistas. Montero, quien también participó del Concilio Vaticano II, fue otro de los resistentes a la involución de la Iglesia wojtyliana. De aquella generación apenas queda vivo Ramón Buxarrais, el obispo que renunció a la mitra para irse a vivir a Melilla a trabajar con presos y migrantes. Restos de una Iglesia progresista que, paradójicamente, parece condenada a la desaparición en tiempos de otro Papa, Francisco, que busca reivindicar el Concilio y a los pobres.
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