“Como todavía hay bastantes garrapatas en el campo, estamos de muestreo, por la mañana solemos ir a buscarlas. ¿Podemos hablar por la tarde?”. El responsable de parasitología del departamento de reproducción animal del INIA, Félix Valcárcel, ha recorrido en los últimos meses la vega del Jarama (Comunidad de Madrid) a la caza de estos artrópodos. Entre los mensajes de whatsapp para concertar una entrevista, envía fotos y vídeos de estos pequeños bichos correteando en botes de plástico o tratando de escapar entre las hojas secas que alfombran el suelo del monte.
Como él, otros expertos rastrean diferentes áreas del país para tratar de dibujar el mapa de la incidencia en España. “Todos los garrapatólogos colaboramos y nos estamos repartiendo. Da gusto trabajar así”, reconoce. Valcárcel es, junto a la investigadora de la Universidad Complutense de Madrid Sonia Olmedo, el coordinador del Proyecto GARES, financiado por el Ministerio de Sanidad, que persigue crear el mapa de las garrapatas en España.
La iniciativa surgió tras la muerte en 2016 de un hombre que falleció después de contraer la fiebre hemorrágica de Crimea Congo por la mordedura de una garrapata durante un paseo por el campo. La enfermera que atendió a aquel paciente también se contagió de la enfermedad y “el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias creó un grupo de trabajo para determinar si existía un riesgo para la población y contactó con nosotros”, explica Valcárcel.
De aquella reunión partió la idea de muestrear y definir cuántas y qué garrapatas, que son vectores de transmisión de enfermedades como la enfermedad de Lyme o la fiebre de Crimea Congo, hay en España y dónde están. “Lo que hacemos es identificar las muestras y cuando acabe el estudio miraremos qué patógenos tienen: Lyme, Crimea Congo, alguna encefalitis, anaplasmosis... hasta donde nos llegue el dinero”, indica Valcárcel. Porque patologías como la enfermedad de Lyme o la fiebre hemorrágica de Crimea Congo están consideradas ya como emergentes en el país.
El caso de la fiebre hemorrágica es especialmente preocupante por su alta letalidad, pero también porque era un virus desconocido en España hasta hace poco más de una década. La primera vez que se detectó en este país fue en 2010, pero estudios recientes de seroprevalencia del Centro Europeo para el Control de Enfermedades han detectado este virus en 52 ejemplares de estos artrópodos recolectados aquí. Un informe epidemiológico sobre la situación de esta enfermedad, que es endémica en África, los Balcanes, Oriente Próximo y Asia y presenta unas tasas de letalidad de entre el 10% y el 40%, muestra que, entre 2016 y 2022, se han detectado once casos confirmados y no importados, de los que cuatro fallecieron.
Probablemente el virus de Crimea Congo circule desde hace más tiempo del que se pensaba
El estudio, de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (Renave) indica que “la fiebre hemorrágica de Crimea Congo es una enfermedad emergente en España, aunque establecida en su ciclo zoonótico” y advierte que “probablemente el virus circule desde hace más tiempo del que se pensaba”. A falta de los datos de 2023, se han notificado casos de forma consecutivamente en 2020, 2021 y 2022, entre abril y agosto. El virus se transmite a humanos desde la garrapata infectada del género Hyalomma o desde animales, principalmente ganado, a los que hayan infectado estos ácaros, pero que no sufren la enfermedad.
“Las garrapatas no se mueven como los mosquitos, tienen que hacerlo con un animal”, explica Valcárcel, que señala varias hipótesis sobre la llegada del virus de Crimea Congo a España, que es el mismo que el que circula por el continente africano. “Algunas teorías dicen que ha llegado con las aves migratorias y otras, que lo ha hecho por tierra, pero está por demostrar”, aclara, antes de mencionar el boom de las granjas de avestruces que proliferaron en el país en la década de los años 90. “De dónde venían podían traer las garrapatas y a estas aves el virus no les hace nada, pero no es algo que dé la cara rápidamente”, indica.
Según los mapas de incidencia que prepara el ECDC, la Hyalomma marginatum está presente en casi todo el territorio español. Pero hay que tomar estas distribuciones con cautela, ya que la mancha no refleja la realidad local: basta con haber detectado un individuo para que se coloree toda la provincia. Hay otra especie, la Hyalomma lusitanicum, morfológicamente igual a su hermana, pero con una diferencia importante. “La marginatum es muy escasa, pero le gustan mucho los humanos, mientras la lusitanicum es muy abundante y no le gustan. Esta última es muy importante en ganadería, porque se transmite a los animales y es reservorio del virus de Crimea Congo, pero nos queda demostrar si lo transmite”, indica el experto.
En España, las hospitalizaciones por enfermedad de Lyme han aumentado notablemente en los últimos años. Se trata de una zoonosis emergente en Europa y aunque solo es de declaración obligatoria desde 2015, el Instituto de Salud Carlos III de Madrid publicó el pasado año un informe en el que contabilizaba las hospitalizaciones por esta causa entre 2005 y 2019. En total, se registraron 1.865 ingresos en todo el periodo, en el que se produjo un incremento del 191,8%, casi el triple. Según este informe, “se observa un incremento generalizado de los ingresos en todas las comunidades autónomas, excepto en Extremadura, donde disminuyen, y una ampliación de la distribución territorial de la enfermedad”.
“La enfermedad de Lyme está aumentando de forma alarmante”
La afectación clínica más frecuente según el informe era la neurológica. Al tratarse de hospitalizaciones, se habla de los casos más graves. Como indica el propio ECDC, la infección por la bacteria Borrelia burgdorferi, que causa la enfermedad de Lyme o borreliosis, puede propagarse a las articulaciones, el corazón y el sistema nervioso, si no se trata adecuadamente. El principal vector de transmisión de esta patología es la garrapata Ixodes ricinus, que en España está presente en buena parte del territorio, principalmente en zonas húmedas.
“En estos momentos, la enfermedad de Lyme crónica está aumentando de forma exponencial y alarmante”, explica el doctor Mariano Bueno, de la clínica Biosalud de Zaragoza, donde llevan años diagnosticando y tratando a pacientes con esta patología, que afecta al sistema inmunológico y presenta síntomas inespecíficos o se mantiene latente durante años y décadas, hasta que el paciente sufre una situación de inmunodepresión, que hace que el virus se reactive.
Esta infección ha estado tradicionalmente fuera del radar de los sanitarios, en parte también por la dificultad de dar con ella. El diagnóstico inicial es clínico y sus síntomas coinciden con los de muchas otras patologías: cansancio, trastornos cognitivos, problemas de memoria o de concentración o dolor articular. Y el de confirmación es más tramposo. “Como esta borrelia produce inmunodepresión, hace que el paciente no se defienda, así que todas las pruebas serológicas donde se miden las inmunoglobulinas salen negativas, porque no las genera”, explica Bueno, que ha diseñado un método diagnóstico que permite individualizar dentro de las células los gérmenes del paciente. “Aquí no hay manera de inventárselo, si lo detectas, es que está”, indica.
María González-Camino es la presidenta de la Asociación de Lyme crónico (ALCE), con unos 800 asociados, y madre de una paciente con esta patología. “No hay una prueba fiable y de consenso”, indica, lo que provoca que “los enfermos estén infradiagnosticados”. El Parlamento Europeo estimaba en 2018 que en todo el continente habría entre 650.000 y 850.000 casos, pero consideraba que “continúa infradiagnosticada, especialmente debido a las dificultades que surgen a la hora de detectar los síntomas y a la falta de pruebas diagnósticas adecuadas” que “no siempre pueden obtener resultados precisos”.
“Mi hija era una niña perfectamente sana, pero a los 15 años, de la noche al día, comenzó con todo tipo de problemas: sueño, cansancio, falta de concentración, infecciones que se repetían... Íbamos abordando cada problema de forma independiente, hasta que cuando tenía 19 años oí hablar de esta enfermedad. Se me pusieron los pelos de punta”, explica María. Después, comenzó un periplo diagnóstico y diferentes tratamientos, primero en la sanidad pública y luego de forma privada. “Lo importante es que traten a los enfermos”, reclama.
Desde esta asociación, piden que se tenga en cuenta esta enfermedad a la hora de realizar los diagnósticos y que haya campañas de prevención para evitar la transmisión. “Que la gente sepa cómo vestirse y cómo quitarlas”, reclama.
Los consejos para evitar una mordedura de garrapata en excursiones o en trabajos expuestos a ellas son ya conocidos: llevar ropa clara que permita identificar al bicho y utilizar calcetines altos, por encima del pantalón, que no debe ser corto. “También es fundamental que la gente se acostumbre a revisarse tras salir al campo. Si se ha prendido alguna, se quita con unas pinzas finas, que no corten, perpendicularmente, y se guarda en un bote. Si en los siguientes días nos encontramos mal, hay que ir al médico con ella, para tener más posibilidades de saber qué nos ha transmitido”, indica Valcárcel.
Para transmitir la enfermedad de Lyme, el artrópodo debe estar enganchado a su huésped más de 24 horas. En cualquier caso, si se ataja a tiempo, suele ser suficiente con un tratamiento antibiótico. “No siempre se elimina, pero es la mejor forma para que un altísimo porcentaje de los casos se queden en la anécdota”, aclara Bueno.
La babesiosis, endémica en Asturias
La Ixodes ricinus es también vector de transmisión de otra enfermedad, la babesiosis, prima hermana de la malaria, y cuyos parásitos comparten morfología y mecanismos de infección. Un estudio del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, publicado en la revista Parasites & Vectors, ha descubierto que de 120 pacientes diagnosticados de Lyme en Asturias de 2015 a 2017, el 39% tenía anticuerpos contra esa otra bacteria, por lo que habían sido infectados.
Una de las autoras del estudio, Estrella Montero, del laboratorio de investigación en parasitología del Centro Nacional de Microbiología, explica que la idea surge tras la aparición de dos casos graves de babesiosis. Uno de ellos, de un paciente de 46 años, que superó la enfermedad en 2011. El otro, un hombre de 78 años que falleció, en 2018. “Hay casos, como estos, que son muy sobresalientes, pero otros pasan desapercibidos”, indica la investigadora.
¿Qué ha pasado con ese 39% de pacientes que tuvieron borreliosis pero no fueron diagnosticados de babesiosis? “Mientras son diagnosticados de la enfermedad de Lyme, no son diagnosticados de babeliosis, así que no sabemos las consecuencias que puede tener estar infectados de dos patógenos”, explica. Por eso, están trabajando ya en un segundo estudio para comparar el historial de los pacientes con una y dos infecciones. “Queremos ver si hay alguna sintomatología más acervada o algunos detalles clínicos que nos hagan ver si esas dobles infecciones son más perjudiciales”, explica Montero.
De forma paralela, este equipo está a la espera de comenzar un proyecto para analizar las garrapatas en Asturias y “ver si albergan los dos patógenos a la vez”. “Creemos que debería haber un mayor control y estudio en Europa en general y advertir a las autoridades sanitarias y a la población del riesgo de transmisión de enfermedades y elaborar planes de vigilancia más organizados”, indica la investigadora. Porque no parece que la incidencia de estas enfermedades, que tiene una tasa oculta, vaya a disminuir: “Lo que vemos claramente a nivel mundial es que la población de garrapatas va en aumento por el cambio climático. A más garrapatas, más estarán infectadas y mayor será el número de casos de enfermedad”.
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