España necesitará reducir el consumo de ciertas materias y productos en las décadas que llevan a la mitad de siglo si quiere evitar un colapso del planeta. La hoja de ruta hacia 2050 presentada este jueves por el Gobierno pide moderar la ingesta de alimentos animales, la compra de prendas, la renovación acelerada de tecnología o los viajes a base de transportes altamente contaminantes. “La humanidad ya ha rebasado varios límites biofísicos y si se mantiene el curso actual, acabará provocando una catástrofe medioambiental sin precedentes” analiza el documento de los expertos congregados por el Ejecutivo.
Además de conseguir que la economía española sea neutra en emisiones de gases de efecto invernadero en 2050, una aspiración ya presentada y compartida con los países de la Unión Europea, Gran Bretaña o EEUU, la crisis climática y ecológica exige otras medidas para evitar lo que el documento define como “catástrofe ambiental sin precedentes”. Y ahí es donde aparece ese cambio de modelo de consumo que se mantenga, explica, dentro de los límites naturales de la Tierra.
En el caso concreto de España, se presta especial preocupación al problema del agua. Y pide conseguir que la demanda de líquido se rebaje un 15% a mitad de siglo para pasar de 30.900 hm3 al año, de manera progresiva, hasta los 26.300 hm3. La exigencia parte de la necesidad de ajustarse a las proyecciones que indican que España tendrá menos recursos de agua debido al cambio climático. “En 2050, España deberá haber superado la amenaza de estrés hídrico”. Apunta a conseguir que el agua reutilizada y desalada tenga un precio asequible y competitivo, reordenar los usos agrícolas para que esa industria sea “sostenible y socialmente justa”. Tres cuartas partes del consumo total de agua en España se destina a la agricultura, según indica el Instituto Nacional de Estadística.
Cambiar menos de móvil o abrigo
Este programa a largo plazo insiste en que el nivel de consumo de materias primas es una palanca hacia el agotamiento planetario. La renovación acelerada de teléfonos móviles, portátiles o lavadoras implica la emisión de casi 50 millones de toneladas de CO2 al año, según el cálculo que hizo la confederación ecologista European Enviromental Bureau. “El 55% de la población cambia de móvil cuando el anterior que tenía aún seguía funcionando”, describen los autores del documento presentado este jueves.
Para frenar esa escalada, el mismo trabajo pide que se establezca “una cuota que obligue a las empresas a alcanzar un porcentaje mínimo de materiales reciclados y a reducir el uso de recursos en sus procesos de producción” como indica la Unión Europea. También que existan estándares para que los productos tengan una vida útil mínima y, además, se vendan mejor los que más duren. Una barrera ante la obsolescencia temprana de productos que alimentan la renovación forzosa.
Además, se aborda el ritmo, casi frenético, de adquisición de prendas de vestir en el que se han instalado los países europeos. El análisis muestra que en estos estados “se compra en la actualidad un 40% más de prendas de vestir de las que se compraban en 1996, lo que ha contribuido a aumentar drásticamente la huella ecológica del sector textil”. Añadido a la reducción de compras, los expertos vaticinan que se fabricarán y comprarán más prendas confeccionadas a partir de fibras recicladas de plástico o materia vegetal.
Los alimentos
En esa línea de atajar la utilización masiva y cada vez más rápida de recursos naturales, también entra la producción y consumo de alimentos. La dieta y los hábitos alimentarios tienen un impacto ambiental. El Gobierno pretende “reducir a la mitad la cantidad de alimentos que se desperdician en España al año”. En 2019 fueron 1.352 millones de kilos, según el Ministerio de Agricultura (el confinamiento por la pandemia de COVID-19 redujo esa cifra un 4%).
Esta visión a largo plazo incluye desarrollar un programa de fomento de hábitos alimentarios saludables y sostenibles y reseña que “distintos informes indican que el consumo de carne de la población española es entre dos y cinco veces superior al recomendable”. También pide que los alimentos que se compren informen del impacto ambiental que suponen en agua, carbono o energía. La ONU avisó hace dos años sobre los impactos climáticos que conlleva la manera de producir y consumir alimentos a escala global.
En este campo, el documento marca como objetivo nacional para la mitad del siglo XXI que el 60% de la superficie cultivada en el país sea para producción ecológica y que la tasa de reforestación sea de 20.000 hectáreas al año entre 2021 y 2050.
El impacto de viajar
Respecto a la necesidad de “comedir” los viajes muy contaminantes, el documento indica ciertas líneas para abordar el impacto de la aviación comercial o el transporte con vehículos de combustión. Apunta a “la introducción de la tasa de viajero frecuente o el establecimiento de impuestos sobre los billetes de avión según la cercanía del destino”, para los vuelos, pero también a la necesidad de sacar los automóviles de gasolina o diésel del mercado en 2040. Por el otro lado, avisa de que es preciso, al mismo tiempo, “mejorar la red ferroviaria”: más cercanías, mejores líneas de media distancia, más tren nocturno y fomentar sus uso con precios que reflejen el menor impacto ambiental del tren.
Este modelo de economía circular y consumo menos exigente con cierto tipo de productos “no implica, necesariamente, una menor demanda, ya que el dinero que no gastemos en ciertas cosas –como por ejemplo la ropa nueva– lo gastaremos en otras como el ocio sostenible”, prevé el documento. En todo caso. “La transición ecológica es una obligación ineludible que habrá de realizarse de forma acelerada”.