La historia demuestra que las epidemias acentúan las desigualdades

Janet Greenlees / Andrea Ford / Sara Read

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En mayo de 2021, la viróloga Angela Rasmussen sostuvo que “si los últimos 18 meses han demostrado algo es que haríamos bien en recordar las lecciones de las pandemias pasadas al tratar de prevenir las futuras”, lo que implica salir fortalecidos de esta crisis.

Los testimonios de pasadas epidemias pueden ayudarnos. Aunque no ofrecen respuestas definitivas sobre lo que hay que hacer, nos advierten de que el aumento de las desigualdades es inevitable tras una pandemia y, si se quieren evitar, hay que actuar con diligencia.

Pensemos en la gran plaga de Londres de 1665. Cuando empezó a remitir, el funcionario naval Samuel Pepys señaló que su riqueza se había triplicado con creces ese año, a pesar de los terribles momentos que muchos estaban viviendo.

Aun así, lamentó el gasto que supuso abandonar Londres para evitar los contagios. Pepys había tenido que financiar el alojamiento de su esposa y de las criadas en Woolwich y el suyo propio y el de sus empleados en Greenwich. Su experiencia contrasta con la de los londinenses que perdieron sus medios de vida, y los 100.000 que murieron.

Hoy podemos ver cómo las mismas desigualdades sociales y económicas se acentúan. Los directivos de Amazon Jeff Bezos y de Tesla Elon Musk han aumentado su patrimonio neto en miles de millones de dólares durante la pandemia, mientras que muchos de sus empleados se han enfrentado a los riesgos del coronavirus en el lugar de trabajo a cambio de una escasa remuneración.

Del mismo modo, durante y después del brote de gripe de 1918 –en el que se estima que se infectó un tercio de la población mundial y murieron alrededor de 50 millones de personas– los proveedores de medicamentos trataron de obtener beneficios. En los países occidentales, esto vino acompañado de compras, marcadas por el pánico, de quinina y otros productos para tratar y evitar la gripe.

Hoy también hay controversia sobre cómo las naciones ricas hacen acopio de vacunas y prometedores tratamientos potenciales. A pesar de que Covax se creó para distribuir las vacunas de forma equitativa, el reparto está siendo muy favorable a los países ricos. Estamos reproduciendo los errores del pasado.

La caridad también aumenta

En este tipo de crisis, junto a la codicia y la desigualdad también existe la posibilidad de realizar actos de caridad. En Diario del año de la peste de Daniel Defoe –un relato ficticio de la gran peste, publicado muchos años después, en 1722, y escrito con la voz de alguien que vivió el acontecimiento– el narrador, H.F., comenta:

La miseria de los pobres la presencié muchas veces, y a veces también la ayuda caritativa que algunas personas piadosas les daban a diario, enviándoles ayuda y suministros tanto de alimentos como de medicamentos y otra ayuda, según lo que necesitaban.

H.F. señala que ciudadanos particulares enviaban fondos al alcalde para que los distribuyera entre los necesitados, mientras que seguían repartiendo “vastas sumas” de manera directa.

Según los relatos reales de la pandemia de gripe de 1918, en esta crisis también se produjeron muchos actos de caridad. En la pandemia actual también se han producido estos actos de bondad, con un aumento de las donaciones benéficas y de los proyectos de apoyo a los necesitados. En todo el mundo, las donaciones se han vuelto más locales y expansivas, y la ayuda mutua –la práctica de ayudar a los demás en un espíritu de solidaridad y reciprocidad– está aumentando.

Sin embargo, estas prácticas corren el riesgo de desaparecer tras la crisis actual.

Después de la “gripe española” de 1918, Estados Unidos olvidó rápidamente la enfermedad que había matado a unos 675 000 de sus conciudadanos. El periodo de auge económico conocido como los locos años 20 borró los recuerdos. Existen pocas huellas de aquello.

La novela corta de Katherine Porter de 1939 Caballo pálido, jinete pálido es una excepción. En ella se describe la experiencia de Miranda durante la epidemia de 1918, que enferma y delira de gripe, pero se recupera. Sin embargo, descubre que el jinete pálido, o la muerte, se ha llevado a su amor, el soldado Adam, que probablemente enfermó por cuidar de ella. Es un recordatorio de que el trauma de las pandemias es profundamente personal y no debe olvidarse.

Las desigualdades persisten

Ahora que las economías empiezan a recuperarse y se espera que haya crecimiento, debemos recordar tanto el sufrimiento individual como la conmoción social que ha causado la pandemia, y utilizarlo para tomar mejores decisiones sobre cómo avanzar. La historia sugiere que las desigualdades recientes reaparecerán a menos que nos esforcemos en combatirlas.

Pensemos, por ejemplo, en un tipo de desigualdad fruto de las pandemias que lleva mucho tiempo resolver: que las mujeres y los niños se ven especialmente afectados. El narrador de Defoe, H.F., considera que el hecho de que las mujeres pobres tuvieran que dar a luz solas durante la peste, sin comadrona ni vecinos que las ayudaran, es uno de los casos más “deplorables de toda la calamidad actual”.

H.F. también afirma que murieron más mujeres y niños a causa de la peste de lo que sugieren los registros, porque se registraban otras causas de deceso aunque fuera peste.

La pandemia de gripe de 1918 también afectó más a los menores de cinco años y a los que tenían entre 20 y 40 años, dejando a muchos niños sin madre o huérfanos. En la actual pandemia, las madres han tenido que dar a luz con mucho menos apoyo del necesario. También han soportado una mayor carga al tener que compaginar el trabajo, el cuidado de los niños y la educación en casa.

El número de niños en situación de pobreza también ha aumentado: se estima, por ejemplo, que el 14% de los niños británicos se han enfrentado al hambre persistente en algún momento de la pandemia.

Planificar el futuro

Sin embargo, observar los testimonios del pasado no significa que estemos condenados a reproducir los patrones de desigualdad. Quizá puedan servir para inspirar lo contrario. La salida de la crisis tal vez sea el momento de considerar cambios radicales en el statu quo, como la renta básica universal y las guarderías públicas o fuertemente subvencionadas.

Ha llegado el momento de que los responsables políticos y la sociedad piensen a lo grande y sean audaces. Si tenemos la suerte de tener una recuperación económica rápida y fuerte como después de 1918, no olvidemos que otra catástrofe, ya sea una pandemia o cualquier otra, volverá a poner de manifiesto las debilidades expuestas a lo largo de la historia.

Tal vez no hay que esperar a que vuelva la normalidad, sino recordar la esperanza de los primeros días de la pandemia: que esa esperanza sirva para plantear una nueva y mejor normalidad.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo aquí.

La imagen con la que se publica este artículo procede de WelcomeCollection.org.