La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La historia secreta del ‘Tío Alberto’ de Serrat y su hermana Pilar entre rojos y fascistas en el norte de África

Gonzalo Testa

6 de abril de 2023 21:39 h

0

Antes de compadrear en la Costa Brava con Humberto de Saboya, Jean Cocteau, Dalí o Joan Manuel Serrat, que en la canción ‘Tío Alberto’ lo inmortalizó en 1971 como un poliédrico vividor, Alberto Puig Palau (Barcelona, 1908-1986) coprotagonizó entre los soldados moros de Franco y altos cargos fascistas con su hermana Pilar, de 1937 a 1941 entre Ceuta, Tetuán y Tánger una de las historias más “rocambolescas” de su vida.

Buceando, entre otros, en el Archivo Intermedio Militar de Ceuta para preparar su último libro, Mujeres ceutíes olvidadas. Represión, cárceles y fusilamientos (1931-1958), el investigador ceutí Francisco Sánchez dio con ella tras “décadas oculta”.

Los Puig Palau no solo compartían apellidos, sino también gusto por catar “todos los vinos” y andar “por mil caminos”, a veces contradictorios, como captó el cantautor catalán. En el norte de África, Alberto, que años después recogería la Legión de Honor francesa por ayudar a la Resistencia contra los nazis, usó el mismo uniforme que los Regulares del dictador y fue secretario particular de su alto comisario en Tetuán. Su hermana Pilar descolló durante meses como espía para los franquistas y el Socorro Rojo y tras un año encarcelada se libró de un consejo de guerra sobre la bocina.

“Alberto Puig, el último gran señor de la vieja clase dirigente burguesa industrial catalana, llegó a ser una especie de mecenas: por su vida desfilaron escritores, cineastas, actrices, toreros, bailaores, intelectuales... Terminada la Guerra Civil, en la que participó, fue licenciado en mayo de 1939 y volvió a su tierra, donde protegió a numerosos perseguidos por el franquismo, a muchos de los cuales ayudó a atravesar la frontera”, resume Sánchez su cara más conocida.

Los legajos que ha encontrado retratan, muchos años antes, a un joven en cuyo expediente militar se indicaba al jefe de la caja de reclutas de Ceuta que “el mozo del remplazo de 1929 se encuentra en el grupo de regulares, en el noveno tabor, desde el 25 de junio de 1937”. No pasó desapercibido para su comandante que, entre otras cualidades, sabía hablar cinco idiomas, por lo que fue recomendado al coronel Juan Beigbeder, alto comisario de Tetuán desde abril.

En un informe reservado del servicio secreto franquista quedó patente su interés por captarlo para atraer “no solo a los extranjeros que afluyeran al Protectorado, sino para efectuarse determinada labor de propaganda en la radio, en la prensa o en conversaciones en la Zona Internacional de Tánger”.

Al régimen tampoco se le escapó la llegada al norte de África de su hermana Pilar desde Barcelona, “en donde residía y en donde al parecer tenían extensas propiedades, pero que, por su carácter de asilados, no estaban en las florecientes circunstancias económicas a que estaban acostumbrados”. Según Sánchez, a quien fascina el doble filo de la navaja de los Puig, Pilar aterrizó en Tetuán en diciembre de 1937 para visitar a su hermano menor, que había enfermado de gravedad mientras hacía los cursillos de alférez provisional en el acuartelamiento legionario de Dar Riffien, a tres kilómetros de Ceuta.

“Mientras se recuperaba, ella asistió a todas las fiestas y recepciones de la Alta Comisaría en los diferentes consulados y se hospedó en el Hotel Nacional, el mejor de la ciudad. Un día, el coronel Beigbeder fue a visitar a Alberto en su casa para interesarse por su salud, pero también para hacer una oferta a su hermana: que se convirtiera en espía y fuese a Tánger para vigilar a los republicanos”, explica el investigador ceutí, cuyos trabajos han sido clave para identificar y dignificar la memoria de los represaliados sepultados en la fosa común de la ciudad autónoma.

Sánchez ha localizado también la versión del propio Alberto: “Beigbeder me visitó, por encontrarme enfermo, como hacía habitualmente, y aprovechó para decirme que había pensado en Pilar para encomendarle cierta clase de servicios, cuales eran el relacionarse con gente de la alta sociedad de Tánger con el propósito de obtener noticias que pudieran interesarle”. Le contestó que no veía conveniente meter a su hermana en tales berenjenales y a ella le recomendó negarse por “peligroso” y “difícil”, pero el alto comisario insistió sin intermediario.

“En un primer momento ella le manifestó que no le parecía oportuno dada la situación internacional, pero que lo pensaría, y Beigbeder le dijo que se fuese a Ceuta y lo valorara”, relata Sánchez. Lo hizo. Tras cinco días en el lujoso Hotel Majestic, hoy un desvencijado edificio en el centro de la ciudad, aceptó. El alto comisario puso a su disposición un coche con chófer que, al día siguiente, la llevó a Tánger, donde tomó una habitación en el prestigioso Hotel Riff. Allí “comenzó a asistir a fiestas y tertulias políticas e ir de compras anotando todo lo que ella entendía podría ser de utilidad al Estado español sobre los republicanos tangerinos”.

“Buenos contactos” con los fascistas

La Alta Comisaría le hizo llegar un listado con las personas sobre las que debía indagar: desde la agente francesa y modista de alta costura Madame Joste hasta destacados republicanos (como Francisco Vallejo, José Díaz o Naraindas Tolaran) pasando por el doctor Amieva (jefe de Falange en la ciudad internacional) o la famosa espía inglesa Rosalinda Fox.

En pocos meses su círculo social aumentó y la información que aportaba a Beigbeder, también. Era buena. Tanto, que al Socorro Rojo Internacional (SRI) le sedujo contar con ella para servir a la causa republicana “dados sus buenos contactos con los dirigentes fascistas de Tetuán y Ceuta”. En un informe “secreto” dio por seguro que “el ofrecimiento de un sueldo en relación con su posición social aparente, o el regalo de alguna joya de valor, pudiera decidirla a servirnos”. Joste, a la que Pilar Puig ya había comprado ropa, hizo la gestión, y ella aceptó ponerse al servicio de los rojos “con la condición de que esto fuera conocido por una sola persona de enlace”.

“Acogida en principio con recelo por creerla enviada para introducirla en nuestro ambiente, se comprueba desde el primer momento –celebró en un balance interno el Socorro Rojo– que sus informes son de bastante precisión y revelan que es mujer habituada a esta clase de servicios, pues es observadora y detallista, sabe manejar hábilmente sus relaciones para conocer y contrastar”.

El Servicio de Investigación de la Policía Militar (SIPM) fascista descubrió rápido el doble juego de Pilar. A finales de la primavera de 1938 envió un documento a Beigbeder sobre su actitud sospechosa y el 2 de junio la maquinaria para detenerla se puso en marcha: se ordenó al delegado de Orden Público de Algeciras retirarle el pasaporte si intentaba embarcar hacia el norte de África y quitarle, igualmente, el coche que se le había asignado.

En julio el SIPM informó a la Alta Comisaría de que se había visto con Fox en Sevilla mientras Alberto se encontraba en Ronda reponiéndose de un enfriamiento pulmonar: “Procédase a la vigilancia escrupulosa de Pilar Puig no permitiéndosele la salida de la España nacional”, mandó. De Sevilla se marchó a San Sebastián para reunirse con su hermano, que todavía no se había licenciado.

Allí fue detenida a finales de octubre de 1938. Según Sánchez, “una mañana, varios policías la arrestaron, le retiraron el pasaporte y el salvoconducto expedidos por la Alta Comisaría y fue ingresada en la prisión de Ondarreta ”como posible responsable de un delito de espionaje“.

En la memoria acusatoria para un posible consejo de guerra se dejó constancia de que “la familia de Puig Palau ha sido objeto de diferentes informaciones que la señalan como de antecedente izquierdista y catalanista”, que se suponía que había prestado “una ayuda económica muy importante a Esquerra Catalana con motivo de las elecciones de 16 de febrero de 1936” y que Alberto había pertenecido “al partido Acción Catalana”.

“Ni lo sé, ni lo creo”

Interrogado por la Policía, el ‘Tío Alberto’ respondió “ni lo sé, ni lo creo” a si le constaba que su hermana perteneciera al servicio secreto inglés y preguntó a Beigbeder qué pasaba con Pilar. El alto comisario alegó que la habían “intentado meter en un lío” por “intrigas y odio” y que todo podía ser fruto de la falta de comunicación entre los distintos estamentos del régimen.

Pilar fue trasladada al penal de Burgos y el Servicio Secreto emitió el 29 de octubre una “clarificadora”, según Sánchez, nota en la que aseguraba que era una víctima colateral: “[Sus familiares] dicen que el asunto ya está ahora claro, que la cosa no va directamente contra Pilar, sino contra el coronel. Que, si bien tuvo algún contacto con el Inteligence Service cuando su estancia en Tánger, fue por orden de Beigbeder, quien le dijo que, si se tenía que meter en algún servicio, se metiese (...) Desde luego, no la fusilarán, y la prueba es que todavía no está procesada”.

Según el alto comisario, en Tánger “si bien entraba en relación con los medios que yo deseaba, en cambio, las ligerezas que cometía y su falta de talento no la hacían a propósito para tales cometidos, por lo cual decidí su regreso a España, ya que temía que cometiera alguna ligereza, bien entendido que jamás la consideraré capaz de entrar en servicios de espionaje a favor de una potencia extranjera”.

En noviembre de 1938 la jefatura del Servicio Nacional de Seguridad remitió un informe al juez: “Es muy hábil para lograr buenas relaciones y hacer de ellas el uso que mejor la conviene. Dado el carácter de la informada, fue aprovechada por el SRI para utilizarla como agente suyo, según queda demostrado en fichas que han sido obtenidas de la organización en Tánger, en las que, entre otros puntos, se dice que es mujer inteligente y habituada a esa clase de servicios, pues sus informes son precisos y detallados”.

El trabajo del juez instructor concluyó el 22 de marzo de 1939 a expensas de fijar el día del consejo de guerra con un procedimiento sumarísimo de 113 folios, pero el auditor de la Región Militar de Burgos alegó que debía ser juzgada “en el lugar donde los hechos se habían producido, Ceuta y el Protectorado español en Marruecos”, por lo que debía inhibirse. Como respuesta, la Auditoría de Guerra de Ceuta tampoco quiso hacerse cargo.

Mientras Burgos y Ceuta intentaban dilucidar dónde debía tener lugar el consejo de guerra, Pilar cumplió más de un año en prisión. Al final el juez instructor castellano decidió dejarla en libertad condicional el 31 de julio de 1939. Un mes más tarde, el Alto Tribunal Militar determinó que la Auditoría de Ceuta era competente. Se nombró juez al comandante Juan León, que en junio de 1940 comunicó a Pilar que no debía moverse de San Sebastián, ya que seguramente sería trasladada a la prisión de mujeres del Sarchal, pero el 14 de julio de 1941 dictaminó su sobreseimiento provisional. Se archivó definitivamente el 20 de diciembre de 1943.