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Salen a la luz las fotos del congreso de escritores antifascistas, 80 años perdidas

Peio H. Riaño

30 de marzo de 2023 23:02 h

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La memoria aparece de cualquier manera. A veces está donde se sospechaba y otras, lo hace sin avisar y en lo alto de un armario. Dentro de una lata repleta de documentos, negativos y cartas de la Guerra Civil española. Un lugar donde olvidar el tesoro envenenado. “Mi padre no era muy comunicativo”, explicó Teresa, la hija de Guillermo Zúñiga (1909-2005), a elDiario.es cuando se descubrieron los casi 4.000 negativos, en 2011. Había nacido un Robert Capa, más de ocho décadas después de los acontecimientos que parecía haber fotografiado y ocultado. Aquella lata pesaba por su contenido y por el secreto que tardaría seis años en desvelarse: las fotos no eran de Guillermo Zúñiga, al que la historia considera el padre del cine científico en España. 

Cuando la viuda de Zúñiga falleció, los herederos entregaron la lata a rebosar a la Asociación Española de Cine e Imagen Científicos (ASECIC), que su padre había creado en 1966. Esa asociación se puso en contacto con la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, que por su lado había comprado por 12.000 euros a un coleccionista cerca de 300 fotografías de un autor del que no se tenían noticias. El fondo había aparecido en los archivos del Partido Comunista de España (PCE) y tenían que investigarlo.

La lata de película de cine que guardaba los recuerdos de alguien salió para el Ministerio. “Estuve a punto de tirarla la semana pasada”, les dijo la hija a los responsables de Cultura. En su interior había sobres con negativos, donde el autor apuntaba el acontecimiento que escondían: “Entierro de Largo Caballero”. No los quisieron abrir. Estaban impresionados por el hallazgo pero también porque aquel fotógrafo parecía haber estado en todas partes. Entre ellos lo llamaban “nuestro Forrest Gump”.

Reconstruir la historia

La asociación depositaria del bien buscó alianza en el Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME) de la UNED para que los documentalistas de la institución clasificaran y catalogaran todo ese material. Cinco personas se dedicaron a revisar y clasificar lo que aquel fotógrafo vio, dónde estuvo, lo que retrató. Los documentalistas apuntaron que el autor de todo aquello había estado durante la Guerra Civil en lugares donde nadie más había estado. Desde Cultura hablaban de un fotógrafo que estaba al nivel de Robert Capa.

Y como la lata había aparecido en casa de Zúñiga, las fotos deberían ser de él. Y como Zúñiga era un hombre de cine, la hipótesis se construyó rápidamente: fue designado para acompañar al ejército por ciudades y frentes de batalla de toda España para rodar películas republicanas. Cuando paraba, tomaba fotos. Demasiado evidente.

Los miembros de la ASECIC pensaron que el valor documental del contenido de la lata era tan alto que tocaba reivindicar a Zúñiga y colocarle en el lugar que se merecía. Pero antes había que descifrar todo aquello y no era fácil. Contaban que cada vez que abrían una carpeta nueva se encontraban con más cosas. Calculaban “unos cuantos años de investigación”. En eso no se equivocaron.

Cambio de identidad

Entonces entró en escena Aku Estebaranz, conocedor de la obra de un fotógrafo alemán llamado Walter Reuter (1906-2005), todavía más desconocido que Zúñiga. Había visto reproducido en la prensa un retrato de un soldado con un arma y una cámara colgando del cuello. Sabía que esa foto la había hecho Reuter a un amigo suyo de las Brigadas Internacionales. Así empezó el rastreo que llevó, muchos años después, a identificar a Reuter con el contenido de la lata. Había nacido un fotógrafo, pero no era Guillermo Zúñiga, sino Walter Reuter.

Al parecer, ambos fueron amigos y por algún motivo uno conservó el archivo del otro. El estudio definitivo ha descubierto 1.500 fotos de Zúñiga y 2.100 de Reuter en la lata aparecida. Reuter marcha al exilio y pasa por el campo de concentración de refugiados de Argelès-sur-Mer, después llega a París y otro amigo le permite usar su laboratorio: Robert Capa. Pero es arrestado por los nazis, que lo mandan a hacer trabajos forzados a Argelia, para construir el ferrocarril. Su mujer consigue pasaportes y billetes para ellos y su hijo y logra escapar a tiempo para subir al barco que lo llevará a México, desde Casablanca.

El archivo que dejó en el laboratorio de Robert Capa continúa desaparecido. Aunque una parte la adquirió sin saberlo el Ministerio de Cultura. Aquellas 300 fotos también eran de Reuter. El rescate de todas estas imágenes ha sido posible gracias a Aku Estebaranz, que ha cotejado los negativos de la lata con las copias de época que conserva la Biblioteca Nacional de España. “Conservamos unos 4.000 negativos de Reuter, pero creo que se han perdido cerca de 6.000”, apunta el investigador.

Una memoria inédita

Uno de los descubrimientos más importantes de ese cofre del tesoro metálico es el reportaje del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Valencia, Madrid y Barcelona entre el 4 y el 17 de julio de 1937. Reuter no acudió como fotoperiodista, sino como fotógrafo contratado por el Comisario de Propaganda para documentar el acto. Por eso estaba en todos los sitios, esa es la razón de haberse convertido en un “Forrest Gump”: trabajó mucho al servicio de la propaganda republicana y estuvo en todas las salsas importantes del Gobierno.

Ahora, por primera vez desde que se hicieron en el congreso de hace 85 años, se va a mostrar una parte de los 450 negativos que Reuter realizó y que Zúñiga guardó en la lata escondida todo este tiempo. En el archivo del PCE también hay otros 80 negativos del congreso. Aku Estebaranz ha hecho una selección de 60 imágenes para la exposición Letras por la libertad, que se inaugura este viernes en la Real Casa de Correos de Valencia, organizada y patrocinada por el gabinete de Presidencia de la Generalitat Valenciana. Por allí pasaron unos 200 escritores antifascistas y allí estuvo Reuter, con permiso para colarse en la intimidad de los participantes. Esto fue decisivo para la proximidad y la cercanía con la que se ofrecen a Reuter sus retratados. Estebaranz cuenta que el mayor investigador de este evento, Manuel Aznar Soler, no conocía ninguna de estas imágenes y que con ellas ha logrado confirmar alguna hipótesis y abrir nuevas vías de investigación.

“Estas fotos son una prueba documental extraordinaria del congreso. Es un retrato de conjunto de la intelectualidad antifascista. Es el mayor fondo documental que conservamos de los actos. Hasta el momento creíamos que eran las hojas de contacto con 160 negativos de la fotógrafa alemana Gerda Taro (1910-1937). Todos los negativos se perdieron. Las hojas de contacto, conservadas en los Archivos Nacionales de Francia, han sido hasta ahora el mayor apoyo gráfico del evento. ”Este hallazgo supera cualquier archivo“, cuenta Estebaranz.

Con Taro y Capa

Reuter trabajó mucho con Taro. Estebaranz cree que en el congreso ayudó a la alemana a reconocer a los grandes autores entre el pelotón de escritores. El último reportaje publicado en vida de la fotógrafa fue uno que hizo a medias con Walter, y en el que se publicaron ocho fotos sobre este congreso. Apareció en la revista francesa Regards, el 22 de julio de 1937. Cuatro días antes de su trágica muerte, en Brunete (Madrid).

Hasta hace poco los gestores de la herencia de Robert Capa mantenían la atribución al fotógrafo húngaro de un retrato de Taro, en la que ella hace una foto en pleno Congreso. Estebaranz encontró en la lata los negativos con esa foto. Mandó la tira para demostrar la autoría y asumieron el error de atribución. Es una foto extraordinaria: rodeada por hombres y cámaras, de pie, la única mujer se lleva la Leica a su ojo derecho y dispara. A su lado parece mirarnos el fotógrafo Luis Vidal. “Otro pendiente de descubrir”, avisa Aku Estebaranz. Gracias a Vidal conocemos algún momento icónico del evento, como el de André Malraux con el puño en alto en la tarima, antes de hablar.

Reuter también tiene retrato de Malraux y no faltan Manuel Altolaguirre o Pablo Neruda. Tampoco Juan Negrín, responsable de la inauguración en Valencia, el 4 de julio de 1937. Fue el acto de propaganda cultural más espectacular organizado por el gobierno de la República durante la Guerra Civil. También pasaron José Bergamín, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, María Teresa León, Sylvia Towsend, Tristan Tzara... “A la violencia de la clase privilegiada se ha de contraponer la violencia, la violencia plena y destrozadora del pueblo”, dijo Bertolt Brecht en defensa de la lucha. “La cultura ha de ser defendida con las armas”.

Todos ellos expresaron, en los más de 120 discursos, la solidaridad con el gobierno legítimo, con la democracia y con la libertad. Una de las imágenes de Reuter más curiosas –que demuestran ese acercamiento que tuvo con la cotidianidad de los protagonistas– es la que hizo al único escritor coreano participante, Se-U. Aparece en el balcón del Hotel Victoria, en Madrid, posando en calzoncillos.

En la exposición de la Casa de Correos valenciana han incluido una imagen llamativa, al borde de la destrucción. En la lata de Zúñiga encontraron otra lata más pequeña, con negativos muy dañados por el paso del tiempo. “Gracias a los técnicos de restauración de la Filmoteca Española pudimos rescatar una parte de esas fotos. Las llamamos las fotos milagro, porque Trinidad del Río, la restauradora que lo hizo posible, fue capaz de salvar unas cuantas. Por eso mostramos uno de los negativos deteriorados, para dar valor a la recuperación y a la restauración”, cuenta a este periódico Aku Estebaranz.    

Con una subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática pudieron digitalizar el fondo de Reuter incluido en la lata. Los negativos los mandaron al búnker de la Filmoteca Española y no se han vuelto a tocar. Las copias que cuelgan de la pared de la sala en Valencia son impresiones digitales. No podían arriesgarse y hacer pasar por un proceso químico los delicados negativos de nitrato, que se deterioran rápido y tienden a la combustión. La prioridad era el valor documental y no tanto el fetiche artístico. El protagonismo fue de la palabra, pero la imagen es necesaria.