Una mujer llamada Lena Selnes daba a luz a su primera hija este domingo en Noruega. Mientras, el padre de la criatura, marcaba un gol en Almería. Alexander Sorloth, jugador del Villareal, había decidido que ese domingo, en el que el parto de su pareja era inminente, su lugar era el campo de fútbol y no el paritorio. Y su club, el Villareal, decidió que esa historia había que contarla de una manera muy concreta: como algo épico, un “historión” detrás del gol de la victoria. “Sorloth, aunque tenía permiso para quedarse por su inminente paternidad, ha preferido viajar. Ya en Almería, y nacida su hija Emma, el noruego lo ha celebrado marcando el gol de la victoria en el 92. Historión, ¿eh?”, decía el club en sus redes sociales.
Más que un 'historión', lo de Sorloth y el Villarreal es la historia de siempre. Un hombre conocido, seguramente por su actividad deportiva, considera que lo más importante que puede hacer cuando su pareja está a punto de dar a luz o cuando su hijo acaba de nacer es seguir con su trabajo: ir al entrenamiento, acudir a la llamada de su entrenador, de su afición, disputar ese partido o simplemente estar disponible.
Sus compañeros, su míster, la prensa deportiva, muchos aficionados destacan su compromiso, su carácter, su mentalidad, su esfuerzo. Casi pareciera que han sido ellos los que acaban de sufrir los dolores más terribles de su vida, los que han conjurado los miedos y han abierto su cuerpo para que un ser vivo salga a la luz, y justo después hayan regresado victoriosos al campo. Pero no, ellos han hecho 'lo importante': trabajar fuera de casa, mantenerse en el espacio público, asistir a sus compromisos, a sus empleos, a sus reuniones, a sus partidos.
“Tenía la posibilidad de quedarse con su mujer pero él antepuso su profesionalidad, quiso venir, y jugó los 90 minutos y fue capaz de meter el gol para su mujer y su hija, demuestra unos valores. Si se hubiera quedado también estaba bien pero lo quiso así y se lo agradecemos todos”, decía el entrenador del Villareal, Marcelino García Toral. Dice el técnico que si Sorloth se hubiera quedado junto a su pareja también hubiera estado bien, pero ¿hubiera entonces hablado él de “profesionalidad”, de “valores”, le hubiera agradecido su compromiso con su familia, con los cuidados, con la recuperación de su pareja y la vida de su hija?, ¿hubiera tuiteado el Villarreal con el mismo tono heroico?
Lo de Sorloth y el Villareal va mucho más allá de una elección individual y de un gesto concreto. Forma parte de ese orden patriarcal de cosas que construye qué es lo importante y qué no y que genera a partir de ahí roles de género y estereotipos: la vida pública y lo profesional son lo importante; la vida privada, nacer, cuidar, alimentar, acompañar, aprender, limpiar, atender pesadillas nocturnas o permanecer al lado de una mujer recién parida y comprobar qué es eso de los entuertos, nada de eso es tan importante.
Los hombres que permanecen en lo público son alabados. De ellos se destaca su compromiso, sus valores, su profesionalidad. Es el vestigio más claro de ese 'hombre proveedor' que creció entre el patriarcado y el capitalismo. Así deducimos que si no atendemos al empleo, si no atendemos a lo que profesionalmente se espera de nosotros y nosotras, seremos menos profesionales, menos comprometidos, menos atractivos para que depositen su confianza en nosotros. Esa confianza no es solo un valor abstracto, son las posibilidades concretas de acceder a mejores empleos, a mejores salarios, a ascensos o a proyectos interesantes.
Habría que preguntarse si ese 'compromiso' y esos 'valores' que parecen tener muchos hombres u entidades por sus trabajos, profesiones, ideas u objetivos no son en realidad un interés en ellos mismos, en preservar sus subjetividades, su masculinidad. Es la renuncia más consciente o inconsciente a mirar más allá de la nariz de uno para entender que además de los logros, necesidades y cuidados propios existen otros que deben ser atendidos, a veces puede que incluso por encima de los suyos. Es la renuncia a hacerse cargo de esa realidad para seguir en el lado de la balanza que más reconocimiento (y comodidad) ofrece. Participar del engranaje que perpetúa significados y poder, en lugar de ayudarnos a cambiar qué es eso de 'lo importante'.
Tuiteemos desde las salas de parto, desde las habitaciones de los hospitales, desde los bancos del parque, desde el rincón en el que te escondes cuando ya no puedes más pero tienes que atender a alguien, desde el váter en el que lloras mientras alguien grita 'mamá', desde la cama cuando acecha la culpa a pesar del agotamiento. Eso sí que son historiones.