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El 8M más allá de Internet: “Buenos días, señora, ¿ha oído hablar de la huelga feminista?”

Al hombre que vende ajos morados todos los sábados le ha salido competencia. Su voz anunciando “cada saco, un euro” se entremezclaba hoy con los “¿sabe lo que pasa el 8 de marzo?” y “¿ha oído hablar de la huelga feminista?”. La movilización se ha plantado este 24 de febrero en los mercados de Madrid y, con ella, la brecha salarial, la feminización del cuidado y la violencia machista han irrumpido en la mañana de las personas que acuden a comprar.

El punto de salida para Laura, Marta y María era el Espacio Vecinal de Arganzuela (EVA) a las 10.00, pero cada barrio se ha organizado de manera autónoma. Tras dos paradas de metro, una mesa con folletos ya ocupa un lado de la puerta del mercado de Santa María de la Cabeza, en el barrio de Arganzuela. Una clientela variada de mujeres y hombres mayores, parejas jóvenes y familias con hijos son el objetivo. Las puertas del mercado se convierten pronto en una especie de laboratorio social de personas en paro, autónomos, estudiantes, jubilados, mujeres que solo trabajan en casa o asalariadas precarias. 

Pasan unos minutos de las once de la mañana. En la boca de metro de La Elipa, un grupo de casi veinte personas se organiza. Son todas mujeres, tienen desde ocho hasta 60 años y se hacen llamar Feminismos Ciudad Lineal. Se están diseñando unas capas moradas con lemas y puños cerrados.

El plan está claro: repartir octavillas, conseguir la atención de las mujeres que hacen la compra en el mercadillo de La Elipa y explicarles que el próximo 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer y que están llamadas a hacer huelga laboral, de consumo, de cuidados y educativa. Muchas miran con extrañeza, pero cuando las organizadoras consiguen hilar tres frases y las compradoras se dan cuenta de que están hablando del desequilibrio de sus vidas cotidianas, ellas mismas lo reconocen: “Pues es verdad, sin nosotras, se para el mundo”.

La brújula de las mujeres

Mercedes y Pilar son amigas y han quedado para hacer la compra en Santa María de la Cabeza, donde acuden cada semana. Ambas tienen dos hijas adolescentes que “si quieren cenar van a la nevera y se pueden hacer un bocadillo. Ahora, que si me lo dices cuando tenían dos años...”, dice Mercedes al preguntarle por la huelga de cuidados. Las tareas de casa, prosigue Pilar, “las compartimos entre mi marido y yo, pero las hijas ya es otra cosa”. Las dos cuentan que este 8 de marzo les dirán a sus parejas que se encarguen de todo: “Yo ya lo tengo hablado con él”, explica Pilar, que además va a “intentar” hacer huelga en su empresa. “Es verdad que aunque haya corresponsabilidad, solemos estar pendientes de todo...tenemos más carga mental. La brújula la llevamos nosotras”.

De vuelta a La Elipa, Irene, Celia y otras tres compañeras despliegan una pancarta frente a puestos de calcetines a un euro y encurtidos varios. “No pueden utilizar megafonía ni repartir publicidad”, dice un policía local a las organizadoras. Así que guardan el megáfono con el que iban a cantar y a hacer un pequeño manifiesto y se internan en los laberintos que forman los puestos ambulantes. Hay mucha gente, les van a faltar octavillas.

Muchas mujeres que entran a Santa María de la Cabeza ya han oído hablar de lo que se está gestando el 8 de marzo y otras hacen un gesto de negación con la mano cuando las activistas quieren informarles. La mayoría, sin embargo, se para a escuchar con interés. Alfredo y Rosa salen cargados con bolsas y María interrumpe su conversación para hablarles de la huelga. Él hace ademán de seguir caminando, pero ella se gira. “Pero, ¿y qué hago? ¿dejo de hacer las camas?”, pregunta Rosa medio entre risas mientras cuenta que no trabaja fuera de casa. 

Muy poca gente joven hace la compra en el mercadillo de La Elipa y las organizadoras comentan que la mañana va a ser un poco complicada. “Hay muchas señoras mayores que, en el momento en el que les hablas de huelga y feminismo...”, lamenta una de ellas. Una mujer de unos cincuenta años que lleva a su madre del brazo cree que esta iniciativa no va a calar mucho en las mujeres mayores del barrio: “Probablemente no consigan mucho. Seguro que para ellas esto ha sido mucho trabajo y se lleven una desilusión, pero es difícil cambiar las cosas a estas alturas”.

Hyun es una chica joven de Corea del Sur que lleva más de diez años viviendo en Madrid. A ella le ha encantado la acción y cree que es una buena idea porque si no “las mujeres mayores no sabrían nada de la huelga hasta que llegase el día”. No sabe si hará huelga: “Primero voy a leer la información y después pensaré”.

“¿Pero qué es lo que hacen las mujeres?”

“La recepción, sobre todo por parte de las mujeres, está siendo buena. Los hombres en general amables, pero no demasiado abiertos”, opina una de las organizadoras de la acción en Arganzuela. Ahora están recorriendo los establecimientos de dentro del mercado informando a los y las encargadas de los mismos. Les animan a colgar el cartel que anuncia la huelga, a difundir la convocatoria y a encargarse de las tareas de cuidado. “Es algo que poco a poco estamos intentando”, dice un hombre mientras coloca el cartel en la pared de su charcutería.

“¿Pero qué es lo que hacen las mujeres?”, pregunta la dueña de un puesto de pañuelos a una de las activistas en La Elipa. “Pues hacemos casi todo, la compra, la comida, la colada”, responde para que la oigan también el resto de mujeres que elige telas de colores. “Pues claro, lo que debe hacer una mujer”, concluye la vendedora, que dice que no hará ninguna huelga: “Nosotros venimos a vender, a mí las huelgas...”.

Fide se acerca al puesto con paso lento para preguntar antes de entrar en Santa María de la Cabeza. A María, Marta y Laura ya se han unido más activistas de Arganzuela que, con guantes y bufandas intentan desafiar al frío mientras otras se calientan las manos con un vaso de café recién hecho. Fide tiene 85 años y está operada de la cadera, por lo que en su casa cuentan con una empleada que se encarga de las tareas domésticas. “Mi marido me hace algunas compras... pero es verdad que me ha ayudado poco. Ya me dice mi hija que ese día tengo que parar. No creas, que yo soy muy de huelgas... porque soy muy de izquierdas. Esa es la verdad”.

¿Y los hombres?

Tras una hora de charlas, las sensaciones son positivas en el barrio de La Elipa. Aunque algunas mujeres no han querido coger los impresos sobre la huelga, la mayoría se ha parado a hablar y algunas les han contado que están organizadas con otras mujeres en barrios como el de Orcasitas para llevar a cabo actividades el día de la huelga. Feminismos Ciudad Lineal seguirá realizando acciones de este tipo en otros mercados del barrio durante esta jornada y está preparando otros actos para la primera semana de marzo.

La mayor parte de la gente que se para a escuchar en Arganzuela apenas ha oído hablar de la huelga de consumo, así que Marta se empeña en explicar en qué consiste. Todas tienen un ojo puesto en los hombres, a los que animan a que apoyen de alguna manera la jornada de movilización. “Esta es precisamente una duda que tengo, ¿cómo puedo hacerlo?”, pregunta Manuel, que se lleva varios folletos y pegatinas y acaba la conversación convencido de que los colocará en el bar al que va todos los días, a unos metros del mercado. 

Repite que “lo intentará” porque “no solo se trata de un espacio muy masculinizado, si no esencialmente machista”, explica este hombre que actualmente está en paro. Por allí pasa Lucía, que acaba de pedir una reducción de jornada para cuidar de su hija y está convencida de que su empresa no la hace indefinida porque no tiene flexibilidad horaria. También María José, que es profesora de educación física en un instituto y Lola, autónoma. Ella dice que va a parar “sí o sí”. María José habla del miedo a las represalias. El hombre que vende ajos morados las escucha desde muy cerca: “¡Que las mujeres hagan lo que quieran!!, exclama mientras prosigue: ”cada saco, un euro“.