Ibrahim Thiaw: “No hay conciencia de que la sequía significa incendios, hambre y recesión”
Desde el 1 de septiembre, en España ha llovido un 25% menos de lo habitual. Pero en amplias zonas, durante los últimos seis meses, la falta de precipitaciones está en niveles de sequía. Sin embargo, tras copar la atención en las semanas más secas de febrero y marzo, la escasez de agua pasó a un segundo, tercer o cuarto plano...
“No hay suficiente conciencia”, cuenta en una charla con elDiario.es el secretario ejecutivo de la Convención de Naciones Unidas contra la Desertificación y la Sequía, Ibrahim Thiaw. “España ha vuelto a ser golpeada este año por la sequía y habrá más. Mucha gente no entiende que las sequías tienen múltiples nombres”, insiste.
Thiaw (Mauritania, 1957) revela algunas de sus numerosas caras: “Puede llamarse incendios forestales, como ocurre en el Mediterráneo. Puede llamarse hambrunas. O migración, porque donde hay sequía y no se puede producir alimentos, la gente se marcha. También se le llama desastre humanitario o recesión económica y el mundo occidental no es completamente consciente de ello”.
Estamos en una encrucijada en cuanto a las sequías porque, mientras la demanda sobre la naturaleza y sus recursos aumentan, esos recursos están disminuyendo. Ya no hay un equilibrio
El responsable de la Organización de Naciones Unidas ha venido a Madrid para participar en los actos del Día Internacional contra la Desertificación y la Sequía. Dos fenómenos asociados y agravados por la crisis climática. Desde el año 2000 el número y duración de las sequías ha aumentado un 29%. Entre 1970 y 2019 la falta de lluvias ha supuesto el 15% de los desastres naturales contabilizados, pero ha costado 650.000 vidas humanas. El mayor precio asociado a episodios naturales extremos.
Y sin embargo, en algunas partes del mundo el uso del agua es el propio de un recurso infinito, que no es. “No hay ningún recurso finito en el mundo que deba ser utilizado de esa manera”, sentencia Thiaw, que también es vicesecretario general de la ONU.
Y ofrece unas cifras que son un resumen perfecto de desigualdad: “Hay lugares en los que el consumo general es de 600 litros por persona al año. Y en otros se quedan en 15 litros por persona y año. Cuando usas el agua en la agricultura, que consume el 80% del agua dulce, muchas veces no es necesario esa cantidad de agua. La planta no lo necesita”.
Este experto en producción forestal sostiene que “estamos en una encrucijada porque mientras la demanda sobre la naturaleza y sus recursos aumentan, esos recursos están disminuyendo. Ya no hay un equilibrio. Además, las sequías golpean más fuerte y más seguido. Un año de sequía es un año de estrés para los ecosistemas. Un año de hambre en muchos sitios. Un año de muerte para los más vulnerables”.
La ONU calcula que en 2022 unos 2.300 millones de personas soportan estrés hídrico y que, desde 1998, estas sequías han causado pérdidas por valor de 124.000 millones de dólares. La encrucijada de la que habla Thiaw supone que, sin medidas, en 2030 haya 700 millones de desplazados por falta de agua. Y que para 2050 tres cuartas partes de la población mundial estén afectadas por la sequía.
La escasez anormal de precipitaciones y la desertificación se interrelacionan. Cuantas más veces se repite la falta de lluvias, cuanto más severas y largas son las sequías, más se acelera la degradación de la tierra y la desertificación provocadas por las actividades humanas.
“La sequía puede ser severa, repetida y también combinarse con la degradación de la tierra, lo que te lleva a una espiral descendente. Zonas no desertificadas padecen sequías, como en Canadá, y tienen impactos en los ecosistemas y en las formas de vida. Si se repiten, esas tierras acaban degradándose”.
España acoge esta cumbre porque es un Estado declarado vulnerable ante la sequía y la desertificación. Tres cuartas partes del territorio padecen ese riesgo por ser árido. Casi el 70% soporta estrés hídrico, según el Atlas Mundial de la Desertificación.
Ibrahim Thiaw recuerda la extensa batería de amenazas que conlleva la degradación intensa del territorio. “En primer lugar, la pérdida de producción de alimentos y la pérdida de la calidad del agua”, detalla.
“El agua que sale cuando abres el grifo no viene del grifo. Viene de un ecosistema en algún lugar. Si degradas ese ecosistema, el agua que proviene de ahí será pobre... y tendrás que pagar más para tratar esa agua. Porque, aunque tu factura directa sea baja, no existe el agua barata. Lo que no pagas directamente, se paga de otra manera”.
Y no se queda ahí la cosa: “Tiene graves consecuencias sobre las migraciones. Cuando la gente no puede producir, huye. También en la seguridad, porque si hay más competencia por los recursos más escasos habrá choques entre los que usan la tierra y el agua como los ganaderos y los agricultores”.
La situación la remata el cambio climático. “Esta situación amplifica el cambio climático porque donde se degrada el suelo, aumentan las emisiones de CO2, que es lo que queremos evitar”. Un tercio del CO2 que la humanidad lanza a la atmósfera y provoca la alteración del clima proviene de los usos del suelo. “Ese carbono sale cuando talas un bosque para tierras de cultivo o realizas prácticas agrícolas no sostenibles”.
En realidad se trata, dice el representante de Naciones Unidas, “de un circulo vicioso: la degradación exacerba el cambio climático y el cambio climático, luego, impacta en el territorio y empeora las sequías”.
El agua que sale cuando abres el grifo no viene del grifo. Viene de un ecosistema en algún lugar. Si degradas ese ecosistema, el agua que proviene de ahí será pobre
La principal causa de la desertificación que amenaza a España son las actividades intensivas sobre ecosistemas más bien secos que son extremadamente vulnerables a la sobrexplotación y mala utilización del suelo.
La conclusión de Thiaw es que “el modelo actual de producción y consumo nos ha llevado donde estamos en términos de sobrexplotación de recursos. Hemos hecho un modelo de producción extractivo, no de explotación o de gestión, sino de extracción. Sacar el máximo posible de la tierra usando técnicas productivistas para alimentar a más gente”.
Y la producción intensiva responde al consumo intensivo: “No necesitamos tanto. ¿Cuántas camisetas tienes?”, pregunta. “Luego está el desperdicio de comida en el mundo desarrollado: el 50% de las tierras arables del mundo se utilizan para producir alimento ganadero”. En 2020, en España se tiraron a la basura 1.300 millones de kilos de comida sin consumir. 31 kilos por persona en un año.
Y también lo que no es desperdicio, sino pura pérdida de alimentos: “En algunos países en desarrollo hasta el 30% de la producción de alimentos se pierde antes de llegar al mercado por falta, por ejemplo, de energía para conservarlos”, revela el secretario.
2