“Ninguno de nosotros quiere sustituir al papa, anular el derecho canónico o reescribir el dogma de la Iglesia. Lo que queremos es hacer preguntas, debatir, hacer avanzar la discusión”. El cardenal Marx, uno de los purpurados de la mayor confianza del Papa, resumía el paso adelante –para los ultraconservadores, un cisma en toda regla– dado por el Camino Sinodal alemán (Synodaler Weg) para modificar algunos aspectos clave de la doctrina eclesiástica en temas como la moral sexual, la homosexualidad o el acceso de gays y mujeres al sacerdocio.
El camino sinodal es una especie de asamblea en la que se discuten cuestiones teológicas y organizativas de la Iglesia, y está formada por religiosos y laicos. Las propuestas fueron aprobadas por amplísima mayoría por el conjunto de asambleístas. Sin embargo, en el caso de la reforma en la moral sexual –para dejar de definir como pecado la práctica homosexual, las relaciones prematrimoniales o reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo o a los divorciados vueltos a casar– las iniciativas fueron bloqueadas por una minoría de obispos (se necesitaban más de dos tercios de todos los estamentos y, mientras el conjunto de la asamblea aprobaba el texto con un 82% de apoyos, entre los obispos solo se llegó al 61%). No obstante, tras una profunda discusión, se decidió enviar el texto a Roma. Aún más: explicárselo al Papa, con quien se encontrará la cúpula de la Conferencia Episcopal del país en noviembre.
¿Un nuevo cisma en Alemania?
Tanto en Alemania como en el Vaticano (y en los think tanks ultracatólicos de Europa y Norteamérica) se es consciente del peso de la posición alemana a la hora de exportar propuestas al resto de la Iglesia. “Nadie hará caso a las propuestas españolas, pero Alemania siempre ha sido, y sigue siendo, un motor teológico y de reformas imprescindible”, admite a elDiario.es un miembro de la comisión vaticana que está recibiendo las propuestas provenientes de todo el mundo. En octubre arrancará la discusión continental, y el año que viene tendrá lugar un sínodo mundial, del que podrían salir reformas que, para algunos, supondrían un avance histórico y, para otros, una ruptura similar a la que, ahora hace medio milenio, provocó otro alemán, Martín Lutero.
¿Qué propone la Iglesia alemana? Solicitar al Papa una revisión de la doctrina que abra la posibilidad del sacerdocio para la mujer, estudiar la modificación de los cánones del Catecismo que condenan la homosexualidad o levantar la prohibición de la ordenación sacerdotal de hombres homosexuales.
La aprobación del texto que pide el cambio en el Catecismo contó con el 92% de apoyos, y un 71% (más de dos tercios) entre los obispos, algo impensable en países como España, donde ningún prelado (y muy pocos de los católicos que participan en la vida diaria de la Iglesia) defendería dejar de considerar las prácticas homosexuales como un pecado.
“Dado que la orientación homosexual pertenece al ser humano tal y como ha sido creado por Dios, no debe ser juzgada éticamente de forma diferente, en principio, a la orientación heterosexual”, se lee en el texto aprobado, que sostiene que la homosexualidad “también realizada en actos sexuales no es un pecado que separe de Dios”. Y, al no ser un pecado, un homosexual podría, perfectamente, ser sacerdote.
Petición histórica a Roma
En cuanto a la mujer, la unanimidad parece casi asombrosa: el 92% de todos los compromisarios, y el 81% de los obispos, aprobaron solicitar que las mujeres puedan también ser admitidas al sacerdocio. El único cambio en el documento original fue cambiar el tono: el primer texto hablaba de “exigir”, mientras que en el enmendado aparece el término “solicitar”. En todo caso, es la primera vez en la historia que una conferencia episcopal pide formalmente al Vaticano revisar la doctrina del sacerdocio para incluir a las mujeres.
El documento aprobado denuncia que “no es la participación de las mujeres en todos los ministerios y cargos de la Iglesia lo que requiere justificación, sino la exclusión de las mujeres del ministerio sacramental”, y lo argumenta: “No existe ninguna línea de tradición ininterrumpida” en la historia de la Iglesia para excluir a las mujeres del ministerio.
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