Carlos Rosique
Paiporta (Valencia), 29 nov (EFE).- Cumplido un mes de la dana que asoló parte de la provincia de Valencia y en especial el municipio de Paiporta, uno de los más afectados por la catástrofe en plena zona cero, los vecinos de la localidad buscan rehacer sus vidas mientras los comercios se debaten entre reabrir o tirar la toalla.
Las cifras municipales desprenden que existen unos 450 comercios, pero por ahora hay apenas veinte reabiertos, uno de ellos la farmacia del Mercat, que reabrió este lunes “con medicamentos puros” y que ahora sigue intentando “simplificar los pedidos de medicinas por inversión y por hueco”, ya que hay una parte del establecimiento todavía inutilizable.
Nacho, titular de la farmacia, explica a EFE que al menos han podido reabrir y, sobre todo, que están “todos”, porque aquel 29 de octubre pudieron salir del bajo gracias a que desde el deslunado los vecinos de arriba serraron dos barras para poder sacarlos y alzarlos hacia las casas.
La altura llegó a los 2,55 metros, según una medición realizada por los peritos en el horno-pastelería Cortina, a apenas unos metros, en un 'tsunami' que acabó con la vida de la calle Primero de Mayo, una de las comerciales del municipio.
Adiós a más de un siglo de horno
Palmi Cortina, su propietaria, comenta que esta barrancada, como le llaman en Paiporta, “ha terminado” con su negocio. “No queda nada. Es inviable abrir, porque ¿cuánto hay que dar y cuánto hay que poner? Es una pena, porque soy la tercera generación de este horno”.
El horno-pastelería Cortina llevaba abierto desde 1905, más de un siglo de vida, pero ni la riada del 1957 que afectó a València fue similar: “Mi abuela decía que le llegó el agua por la rodilla, pero que salvó todo”.
Lo contrario de lo que pasó hace ahora un mes, cuando el mostrador “empezó a moverse y llegó a tocar el techo” de este bajo, a apenas cincuenta metros del barranco del Poyo.
“Bajé los automáticos (para apagar todos los motores) y nos subimos, porque estaba todo flotando ya”, lamenta esta hornera que ha dado de baja el horno de la Seguridad Social.
“Eran las seis y media y en cuestión de media hora se inundó todo. Nos salvamos por la escalera, pero como mi horno, hay muchos comercios más”, reconoce Cortina.
Hundirse “un poquito” ante lo despacio que va todo
Unos metros más allá, en la misma calle, yace la joyería Tolmo, desde la que el pasado 31 de octubre se contaba que había que “empezar todo de nuevo” porque “Paiporta está destrozada”. “No queda ni un comercio”, subrayaba entonces Consuelo Tormo, quien cuatro semanas después insiste en que ahora “está psicológicamente un poquito mejor”, aunque cuando sale y ve lo que hay se hunde “un poquito”.
“Me hundo un poquito porque esto va muy despacio. Ver estas personas que tienen que recuperar las plantas bajas... me deprimo. Mi hija (que ahora lleva la joyería), no sé la idea que lleva, pero el daño es tan grande...”, confiesa Tormo.
Así, explica que a ella le gustaría que el apellido Tormo siguiera ligado a Paiporta y a la joyería, pero “la inversión hace que se lo esté replanteando”, además de que las ayudas para los autónomos, “que son los primeros que debían recibirlas, todavía no han llegado”.
“Estuvimos cuatro días y cuatro noches haciendo guardia a la joyería para que no nos saquearan. Pero a los cuatros días arreglamos la persiana, pudimos cerrar” y supieron que pillaje “no iba a haber”, incide Tormo, mientras que Mari Carmen Iglesias, que reside en una de las viviendas más azotadas por el barranco, reconoce que están “manteniendo un poco las fuerzas”.
“Pero vemos que nos agotamos, porque avanzamos lentísimo” recalca en declaraciones a EFE, porque “el panorama es desolador” y pide que la gente “no se olvide” de esta realidad.
Justo al lado de esa joyería, Jaime intenta sacar adelante su tienda de climatización, en la que ha perdido una cantidad incalculable porque todos los aparatos electrónicos han quedado “para tirar”, aunque lo peor fue llegar el primer día.
Jaime relata que en el sótano se encontraron un cadáver que llegó arrastrado por la riada, “una persona que encima era un cliente fiel y deportista, y piensas que si eres deportista eso no te puede ocurrir”, lamenta.
La vuelta a una mínima normalidad
En la otra ribera del barranco del Poyo se encuentra el horno Rial, que ha contado con la suerte que no tuvieron en la otra parte del barranco. Mari Carmen, la dueña, explica que desde el pasado día 11 ya están sirviendo a todo el pueblo y que ahora mismo son el único horno que está dando servicio a la población.
“El agua llegó hasta la rodilla y un contenedor hizo de barrera para que no se metiera en el obrador. Destrozó el mármol, pero no la maquinaria, a la que sólo le hemos tenido que cambiar los motores”, insiste la mujer, que asegura que han elevado la propuesta a todos los panaderos del pueblo para que trabajen en su horno.
“Todavía hay que cambiar un par de neveras y la tabla de trabajo, que es de madera, pero al menos hemos podido reabrir”, comenta la mujer, que tiene estos días pedidos de todas partes del pueblo.