El periodista deportivo Kike Mateu dio positivo por coronavirus tras asistir al partido de fútbol entre el Atalanta y el Valencia C.F. que tuvo lugar en Milán (Italia) el 19 de febrero. Recibió el alta casi un mes después, el 23 de marzo, después de padecer síntomas durante semanas. Algo similar le sucedió al investigador Paul Garner, que describió el proceso como “siete semanas en una montaña rusa de enfermedad, emociones extremas y agotamiento”. ¿Por qué el SARS-CoV-2 castiga a algunos pacientes durante tanto tiempo, mientras que otros lo superan rápido sin apenas enterarse?
Todos los investigadores consultados para este artículo coinciden en que es un 'misterio' sin –de momento– respuesta, debido a la incertidumbre que todavía rodea al coronavirus responsable de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, las evidencias acumuladas hasta el momento, junto con todo lo que sabemos sobre nuestro sistema inmunológico, sí permiten arrojar algo de luz sobre este tema.
El inmunólogo de la Universidad de Valladolid Alfredo Corell enumera los cuatro factores que pueden contribuir a que la batalla contra el coronavirus dure más o menos tiempo en nuestro cuerpo. Tres de ellos son comunes para cualquier enfermedad infecciosa: la genética, la edad y las condiciones ambientales de cada paciente. Un cuarto, recientemente descubierto, sugiere que la inmunidad desarrollada contra otras enfermedades como catarros podría ayudarnos contra la COVID-19.
“Toda la vida ha habido gente que se defiende mejor que otra”, explica a eldiario.es Corell sobre la importancia de la genética en la lucha contra los patógenos. “El complejo de histocompatibilidad, que enseña los antígenos a nuestras células inmunitarias, tiene un componente genético”. En este sentido, algunos estudios ya han sugerido la posibilidad de que ciertos genes estén relacionados con sufrir un cuadro más o menos grave de COVID-19.
¿Defensas jóvenes por más tiempo?
Corell dice que “también hay que tener en cuenta las comorbilidades, otras enfermedades asociadas y la edad” de los pacientes. “A partir de los 65 años el sistema inmunitario va envejeciendo bastante, por eso es normal encontrar cánceres, alergias y patologías autoinmunes”. El investigador comenta que esta “inmunosenescencia” provoca que las defensas de nuestro organismo “degeneren”, pero asegura que existen excepciones. “Hay ancianos de más de 80 años con un sistema inmune a prueba de balas”.
Corell explica que el comportamiento individual puede “mantener, mejorar o empeorar” el sistema inmune de cada persona. El investigador cita algunos de estos hábitos saludables: dormir suficiente, mantener una dieta completa, hacer ejercicio moderado y controlar el estrés. También tomar el sol para generar vitamina D, “uno de los elementos con más actividad inmunofuncional” y, por supuesto, eliminar el consumo de tabaco, alcohol y drogas.
A estos tres factores generales hay que añadir la posibilidad de que 'batallas' pasadas hayan preparado mejor a nuestro sistema inmune en la lucha contra el SARS-CoV-2. Un estudio publicado este mes en la revista Cell aseguraba que entre un 40 y un 60% de pacientes que no había padecido la COVID-19 contaba con células de memoria contra el nuevo coronavirus.
Según los investigadores, las infecciones pasadas con otros coronavirus responsables de resfriados comunes conferirían una inmunidad cruzada contra el SARS-CoV-2. “Es una explicación de por qué algunas personas pueden pasar la COVID-19 sin apenas síntomas ni enterarse”, aclara Corell.
¿Dónde se esconde el coronavirus?
“Una de las cosas más raras de este virus es que algunas infecciones duran muchísimo”, dice la viróloga de la Universidad de Cambridge Nerea Irigoyen. “Tiene que haber algo que nos estamos perdiendo”.
“Hasta ahora nos hemos basado en lo que sabíamos del SARS-CoV-1 [responsable del SARS], que es un virus puramente pulmonar, pero ahora sabemos que el SARS-CoV-2 es capaz de entrar en otros tipos celulares y se están viendo nuevos síntomas como gastroenteritis”, dice la investigadora.
El investigador de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) José Antonio Uranga explica que el SARS-CoV-2 puede tener apetencia por otras partes del cuerpo más allá del sistema respiratorio. “Los receptores ACE2 y CD147 [que usa el virus para entrar en las células] son incluso más abundantes en otros tejidos fuera del sistema respiratorio”, explica.
Uno de esos tejidos son los que componen el sistema digestivo. “Las neuronas que residen en el tracto gastrointestinal podrían verse afectadas”, asegura la investigadora de la URJC Raquel Abalo, que explica que los síntomas gastrointestinales “podrían deberse a un daño” en esas células. “No podemos estar seguros todavía, pero podrían servir de reservorio para el virus como sucede con la varicela en otros nervios”.
Irigoyen también cree que existe la posibilidad de que algunas células actúen como reservorio. Por eso, la investigadora va a estudiar si el coronavirus es capaz de infectar glóbulos rojos, así como su comportamiento en caso de coinfección con el parásito de la malaria.
“No sabemos las patologías que pueden aparecer a medio plazo, pero pueden ser muy numerosas [debido a la omnipresencia de los receptores de entrada]”, asegura Uranga. “¿Puede dar problemas digestivos, hepáticos e incluso del sistema nervioso central? No lo sabemos, está todo abierto”. Ahora que la urgencia de la pandemia parece aplacarse, los investigadores podrán centrar sus esfuerzos en nuevas áreas relacionadas con el SARS-CoV-2.