La irrupción de Vox en el panorama político español ha dado un nuevo impulso a los mensajes antiinmigración, que parecen haber calado en un sector de la población, a pesar de los múltiples estudios que demuestran que el aporte neto de los inmigrantes es positivo, tanto desde un punto de vista económico como social.
Puede resultar paradójico que en un país de emigrantes, como es España, haya calado un discurso que muestra a las migraciones, no como un fenómeno normal dentro de un mundo cada vez más global, sino como un problema que hay que regular, mantener o controlar, a menudo mediante métodos que violan los derechos humanos más básicos.
Para salvar esta aparente contradicción, no son pocos los que defienden que, a diferencia de los inmigrantes que hoy tratan de entrar en España, los emigrantes españoles lo hicieron siempre mediante los cauces legales y con un contrato de trabajo. Hablamos sobre este tema con la profesora de la Universidad Complutense de Madrid Ana Fernández Asperilla, especialista en historia de las migraciones contemporáneas en España y directora del Centro de Documentación de las Migraciones de la Fundación 1º de mayo.
¿Qué opinión le merece la actitud que tienen ciertos sectores contra la inmigración?
No sé cómo leer este proceso que estamos viviendo. Creo que se ha intentado superar un pasado emigrante que nos parecía vergonzoso. Hemos sufrido una rápida transformación y nos hemos convertido en un país receptor de inmigrantes, cuando no teníamos esa tradición. Pero no debemos olvidar que España ha sido siempre un país de emigrantes y que, en parte, lo sigue siendo.
Durante la segunda mitad del siglo XX España fue un país de emigrantes ¿cómo fue esa emigración?
Aunque en la década de los 50 aún persistía una emigración hacia América, a partir del 56 se produce un declive de la emigración americana y comienza un nuevo ciclo migratorio que se dirige mayoritariamente a países europeos, principalmente a Alemania, Francia, Suiza y, en menor medida, a Bélgica, Holanda e Inglaterra. Esta migración, que se da después del exilio que sufrieron los que huyeron de la dictadura, fue eminentemente de carácter laboral. Esencialmente los españoles buscaban mejorar sus condiciones de vida, ante una España que estaba muy marcada por las consecuencias de la Guerra Civil.
¿Fomentó el franquismo la emigración?
Sí, fomentó la salida de trabajadores al extranjero para mejorar su relaciones exteriores y tener una fuente de ingresos exterior. Para ello construyó todo un discurso destinado a presentar la emigración masculina como una expectativa de desarrollo personal llena de elementos positivos.
¿Solo la emigración masculina?
Sí, había un doble discurso, ya que mientras que se fomentaba la emigración de los hombres, que se anunciaba siempre como un derecho, se trataba de evitar la de las mujeres, que se presentaba como una experiencia rodeada de peligros y en la que se ponía en riesgo la moral, especialmente la moral sexual.
¿Emigraban los españoles con contrato de trabajo como se suele decir?
No, esa afirmación solo es un mito persistente. Lo cierto es que la emigración que el franquismo llamaba “no asistida” supuso más del 50%. Durante el ciclo migratorio que se produjo entre 1956 -año en el que se creó el Instituto Español de Emigración (IEE) y en el que se firma un primer acuerdo bilateral con un país europeo (Bélgica)- y 1973, cuando se cierra el ciclo a consecuencia de la crisis energética, emigraron unos 2 millones de personas. De todos estos trabajadores, al menos la mitad salieron del país de forma irregular.
Si existía una emigración asistida ¿por qué tantos españoles recurrían a la clandestinidad?
Hubo una importante labor propagandística para difundir la idea de que la emigración estaba protegida por el franquismo, pero muchos españoles preferían la emigración irregular porque la protección que les ofrecía el régimen era de muy baja calidad. Además, realizar el proceso migratorio por los cauces legales conllevaba un tramitación burocrática que exigía periodos muy largos de espera y también podías enfrentarte a desventajas importantes. Por ejemplo, en el caso del acuerdo alcanzado con Bélgica, los trabajadores españoles debían pasar al menos un año trabajando como mineros en el sector del carbón, en unas condiciones muy duras.
¿Se tomaron medidas para reducir esta emigración ilegal?
Sí, incluso en 1955 se creó un juzgado específico para perseguir los delitos de emigración. Pero hay muchas pruebas documentales que demuestran la persistencia de la emigración irregular. Hay declaraciones del director del Instituto Español de Emigración evidenciando el peso y la importancia de esta emigración clandestina, pero también circulares de la fiscalía del Tribunal Supremo e incluso declaraciones de los ministros de Trabajo o de Justicia que demuestran que el problema no se conseguía abordar.
¿Cómo conseguían los emigrantes españoles llegar a su destino?
A menudo viajaban con un visado de turista, lo que les permitía estar tres meses en el país, pero en cuanto llegaban, lo primero que hacían era ponerse a buscar empleo o recurrir a conocidos o familiares que ya estaban establecidos y que les facilitaban la búsqueda de empleo y un alojamiento temporal. Algunos también recurrían a redes de tráfico de inmigrantes. Por ejemplo, en 1970 se descubrió la existencia de una red entre Galicia e Inglaterra. Los que querían emigrar debían pagar grandes cantidades de dinero para conseguir viajar con un contrato.
¿Qué condiciones se encontraban al llegar al país de destino?
Las dificultades a las que se enfrentaban eran, esencialmente, abusos derivados de su condición de irregulares, como la explotación laboral. Especialmente vulnerable fue la situación de las mujeres, ya que el gobierno no solo desincentivó la emigración femenina, sino que también desprotegió a las que se marchaban. Por lo general, los acuerdos bilaterales de regulación laboral estaban orientados hacia el trabajo masculino.
¿Hubo reacciones xenófobas ante la llegada de los inmigrantes españoles?
Sí, aunque no fue el discurso predominante, pero tampoco fue algo anecdótico. Los españoles fueron objeto de una percepción muy negativa en varios países. En Suiza, por ejemplo, eran considerados un peligro para las mujeres e incluso se les clasificaba como potenciales violadores. En Holanda hay constancia de manifestaciones en algunos pueblos en contra de la llegada de trabajadores españoles y en varios países era relativamente frecuente que les pusieran impedimentos para alquilar una vivienda.
Utilizar visados de turismo, redes de tráfico, abusos, explotación… La situación que describe parece similar a la de los inmigrantes actuales ¿son comparables?
En cierta medida sí, porque básicamente las condiciones iniciales eran bastante similares. Sin embargo, el tiempo en el que esas malas condiciones de inicio mejoraban era mucho más reducido en aquella época, ya que los españoles conseguían regularizar su situación con bastante facilidad. Tampoco se daban esas situaciones de irregularidad sobrevenida que hay en la actualidad, en la que inmigrantes que están establecidos y llevan años trabajando en España, de pronto se encuentran en situación de irregularidad tras perder un empleo, ni sufrían situaciones de detención, como sufren ahora los inmigrantes que están en los CIEs, que son instalaciones más bien carcelarias.
¿Son las migraciones un problema para España, Europa o el mundo?
Las migraciones, la movilidad de los trabajadores o incluso la acogida de refugiados son realidades que, a día de hoy, deberían estar mucho más normalizadas, porque constituyen un factor importantísimo de desarrollo económico, cultural y social. Pensar que suponen un problema es una percepción de otra época. Todos estos planteamientos ultranacionalistas, que ya en el pasado tuvieron efectos devastadores para la humanidad, están completamente desfasados y son absolutamente ajenos a lo que es el mundo del siglo XXI.