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Insultos, acoso y un cabezazo que le rompió la nariz a Jenni: la infancia de las futbolistas campeonas del Mundo

Ha sido la "calidad extraordinaria" y la lucha de cada de las jugadoras la que les ha permitido superar los obstáculos hasta la victoria en el mundial en agosto del año pasado.

Deva Mar Escobedo

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Han pasado nueve meses desde que Ivana Andrés, capitana de la selección femenina de fútbol, levantaba en Sídney la copa que permitía bordar una estrella en la camiseta de la Roja. Un hito que emocionalmente está aún cerca en el tiempo para las 23 jugadoras convocadas por la selección.

Tras la victoria, el fútbol femenino ha ganado notoriedad y, las jugadoras, derechos laborales. Por la calle se ven las camisetas de las jugadoras Alexia Putellas o Jennifer Hermoso. “Estamos asistiendo a una revolución deportiva y social”, aseguraba a finales del año pasado Beatriz Álvarez, presidenta de la Liga F de fútbol en España. Estas mujeres, heroínas de tantas niñas que quieren dedicarse al fútbol o tan solo crecer en igualdad, recuerdan su propia infancia como el inicio de su camino hasta el oro mundial. Un camino lleno de dificultades por el histórico menosprecio hacia las chicas en este deporte.

“La mayoría de las que estamos aquí hemos crecido pensando que este no era nuestro lugar, que no nos pertenecía y sintiendo que nos han puesto pegas a lo largo de los años”, confesaba Irene Paredes, jugadora de la selección, en una rueda de prensa posterior a la victoria en Australia. En Campeonas. 23 mujeres que hicieron historia (Planeta, 2024) se recoge su historia, marcada por la falta de referentes, la ausencia de equipos femeninos y el menosprecio hacia la categoría de mujeres. “Siempre nos quedaba para nosotras la gente [entrenadores] que no servía para el masculino”, relata Paredes.

“Cómo no pensar que era imposible [alcanzar el oro] si no tenías ni los medios ni los referentes”, cuestiona Sara Gutiérrez Alcaraz, periodista deportiva y autora de Campeonas. Hace balance de sus entrevistas con las 23 de la selección y resuelve que “en poco tiempo ha cambiado mucho todo”. Las internacionales más veteranas, como Irene Paredes —nacida en 1991—, se encontraron un panorama de malos entrenadores, nula preparación física y los “peores horarios”. “Las más jóvenes han encontrado una estructura más profesional”, analiza.

Enfrentarse a la nada

A la campeona Jennifer Hermoso le gustaba jugar al fútbol ya de pequeña y trataba de unirse al juego siempre que veía un balón rodando. Los compañeros de colegio o vecinos le dejaban jugar con ellos con una condición: que “no se esforzara mucho”. Nada de regatear a un chico y dejarle sentado en el suelo sin saber muy bien qué había ocurrido. Hermoso se controlaba, pero no bastó: un día, jugando en el barrio, un niño no soportó que fuera tan buena jugadora y le propinó un cabezazo. Le rompió la nariz.

¿Qué obstáculos se encontraba Jennifer Hermoso para jugar con sus iguales? Entre las respuestas están ese niño agresor o los compañeros de colegio que se picaban cuando la niña era la mejor goleadora. En la mayoría de los casos de sus compañeras de selección, sin embargo, la dificultad no era tan tangible. El obstáculo que mencionan con más frecuencia en Campeonas es la ausencia de equipos femeninos en su zona. Irene Paredes, natural de Legazpi (Gipuzkoa), llegó a jugar un año con una ficha falsa “porque no podía jugar por ser chica”. No había equipos femeninos de su edad y tampoco le dejaban jugar con los chicos, decisión que sigue sin entender, “porque en otros pueblos sí lo permitían”.

“¿Y esta xicota? ¿Qué hace con nosotros?”, se preguntaban los niños contra los que jugaba Ivana Andrés. Irene Guerrero no encontraba un equipo femenino en el que jugar, así que entrenaba en el masculino sin poder jugar —la competición era para los federados—. Rocío Gálvez fue la primera niña en jugar la liga infantil masculina andaluza.

Comentarios

En 2021, Misa Rodríguez estaba viendo un partido del Real Madrid masculino en el hotel de concentración de la selección. Uno de los goles le recordó a una fotografía que tenía de ella misma de un encuentro reciente. Entró a su perfil de X (en ese momento Twitter) y publicó las palabras “Misma pasión” junto a dos imágenes. A la izquierda, el madridista Marco Asensio celebraba el gol que acababa de marcar. A la derecha, la propia Misa Rodríguez festejando la victoria contra el Atlético de Madrid. Eran similares; jugador y jugadora agarraban su camiseta estirándola al máximo. El móvil de Rodríguez empezó a vibrar, las notificaciones llegaban una tras otra sin tiempo de leerlas: el mensaje se había sexualizado y la jugadora tuvo que borrarlo para evitar que le llegasen más comentarios de acoso.

Los comentarios de desprecio misógino han formado parte de la vida de estas jugadoras desde niñas. Eva Navarro se anotó al Pinoso (Alicante) en la categoría masculina. Pero pronto algunos no pudieron soportar que fuera la máxima goleadora. “¡Las chicas, a fregar!” y frases similares fueron la forma de otros chicos de “reparar su masculinidad herida”. “Son comentarios que a día de hoy los dices y pueden tener sus consecuencias, pero antes, no”, cuenta Navarro en Campeonas. Por suerte, sus padres intervinieron y “hablaron con quien tuvieron que hablar”, según la jugadora.

El papel de madres y padres no ha sido tan positivo en otros casos. Sara Gutiérrez Alcaraz, la periodista autora de Campeonas, asegura que tras recopilar los relatos de todas las jugadoras le llamó la atención la “falta de empatía por parte de la gente más adulta”, porque la discriminación venía más por parte de padres que de otras niñas o niños, asegura. “Eran muchas veces los padres quienes decían a los niños ‘cómo vas a permitir que [una niña] marque más que tú’”, relata Gutiérrez Alcaraz. “Le cortaré la coleta a esa niña”, dijo una madre durante un partido, suficientemente alto como para que Laia Codina, la chica en cuestión, la oyera. Cortarle la coleta era la sentencia para su gran crimen: jugar con los chicos y ser mejor que ellos. Ese comentario le afectó lo suficiente como para que la anécdota la acompañe 15 años después.

¿Un deporte “de chicos”?

Es posible que, si el aula donde Irene Guerrero hacía la extraescolar de sevillanas no hubiera tenido una ventana que diera a un campo de fútbol, su trayectoria hubiera sido diferente. “Recuerdo que pensaba ‘¿qué haces bailando si tú lo que quieres es estar allí?’”, dice Guerrero en Campeonas. Durante un tiempo y con la complicidad de su profesora de sevillanas, la niña se escapaba para jugar al fútbol. La maestra acabó hablando con sus padres, que la apuntaron a fútbol, aunque “les costó” porque no era común entre las niñas. “Yo creo que lo hacían por el miedo a si me decían algún comentario feo”, añade la ahora jugadora internacional.

Los padres de Olga Carmona también se resistieron a apuntar a su hija en la extraescolar de fútbol. Nacida en el 2000, en su infancia seguía habiendo pocas chicas practicando este deporte. Por eso, su madre la anotó en otras extraescolares con la esperanza de que Olga desistiera en su deseo de jugar al fútbol. Spoiler: no sucedió. Aquella niña es hoy defensa en el Real Madrid.

A lo largo de su trayectoria como periodista deportiva, Silvia Barba, autora de Cuando ellas tocaron el cielo (Espasa, 2024), ha visto cambiar la valoración del fútbol femenino. La victoria en el Mundial, asegura, ha sido “un antes y un después” y cree que ayuda a luchar contra los roles de género que tantas trabas supusieron para las campeonas para llegar donde están. “Veremos más niñas vistiendo camisetas de fútbol por la calle, y más dorsales de jugadoras”, pronostica Barba.

El terremoto de la Copa Mundial de Fútbol tuvo una de sus réplicas en el “efecto Putellas”. “Alexia [Putellas] es un ejemplo y le debemos mucho por todas las puertas que echó abajo. Es un icono, veo en una escuela de fútbol que casi todas las niñas llevan la misma coleta y la misma goma del pelo que ella”, cuenta Barba. Putellas ahora es centrocampista del Barça y se ha convertido en el referente que ella misma no tuvo: “Por detrás de ella hay muchas niñas y niños que quieren ser como la campeona del mundo. Ha marcado un camino que seguir”, remata la periodista.

En su libro, Barba sigue a las jugadoras durante el Mundial y se encarga de recoger sus vivencias y emociones. Les pregunta también por el futuro, aunque tiene claro que “han llegado para quedarse”, sentencia a elDiario.es. Las jugadoras tienen “una calidad excelente” y son “unas luchadoras”, dice Barba, pero ellas piden que “clubes, organismos e instituciones” las ayuden “tirando del carro”. Concuerda con las campeonas Gutiérrez Alcaraz: “La clave es que los clubes apuesten por el fútbol base con más equipos y mejor preparados”.

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