¿Irresponsables o incomprendidos? Los jóvenes en el segundo verano de pandemia
“¿Queda algún veinteañero en la ciudad que no sea positivo o contacto estrecho?”, se preguntaba este jueves en sus redes sociales Sergi, un chico de 25 años que vive en Barcelona. En Catalunya, la tasa de incidencia COVID-19 supera los 2.500 casos por cada 100.000 en menores de 20 a 29 años. Es decir, una de cada 50 personas de la edad de Sergi está contagiada. Lo sabemos porque el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias empezó hace una semana a publicar datos de la incidencia acumulada segregados. Los resultados: la tasa nacional entre los menores de 30 años triplica la general, supera los 1.000 puntos, con explosiones en Catalunya o Cantabria.
Dados los titulares que eso generó, el director del órgano, Fernando Simón, comenzó el lunes pasado su rueda de prensa con un mensaje conciliador y un análisis nada culpabilizador: “La incidencia entre jóvenes no es por ser jóvenes, es fundamentalmente por no estar vacunados (...) Los mayores mostraron su responsabilidad, y fueron vacunados entre diciembre y febrero. A los jóvenes les pedimos el mismo esfuerzo, y han tenido que alargarlo más”.
La sensación de Sergi es la que también tienen muchos chavales en este verano que se prometía como de luz tras la pandemia. Con el macrobrote de Mallorca empezó casi todo, o al menos lo ilustró: grandes grupos de personas que todavía no ha sido inmunizadas en un ambiente de euforia por ver cómo la vida empieza a resurgir y vuelve el ocio nocturno y con la tranquilidad de tener a sus padres y abuelos vacunados (tienen al menos una dosis casi el 90% de los mayores de 40 años).
“Estamos deseando salir y conocer gente porque llevamos dos años así”, resume Juanma, 23 años y de Madrid, que antes solía salir de fiesta frecuentemente y ahora ha ido a “algunos locales”, pero afirma que no a eventos masivos.. Piensa que “no solo hay que culpar a los jóvenes”, sino también a los que han decidido que se puedan reabrir las discotecas.
“Quiero ver esto como el gran rebrote final”
Los jóvenes sanos nunca han sido considerados como grupo de riesgo de la COVID-19, su letalidad no llega al 0,1% según el Instituto de Salud Carlos III; pero sus infecciones sí que pueden provocar un colapso en la Atención Primaria, donde son diagnosticados, y en Salud Pública, donde se les rastrea. El aumento de la tasa que conlleva ha provocado que España salga en muchas listas de países –y en la portada del Financial Times– como destino de riesgo, con lo que eso supone para la temporada turística.
Fuentes del Ministerio de Sanidad explican que están tratando con sus mensajes de llegar a ellos empatizando, sin responsabilizarles de la situación pero haciéndoles entender los riesgos, tal y como intentó Simón. Proporcionalmente serán pocos, pero numéricamente sí que unos cuantos pueden acabar en el hospital; y al menos el 10% de sus padres y abuelos han podido desarrollar “fallo vacunal”, es decir, pueden haberse vacunado pero no estar del todo protegidos por las limitaciones de la eficacia de los fármacos.
"Normalmente, detrás de estas conductas hay unos pensamientos, desde 'con todo lo que llevamos encerrados en casa' hasta 'si total, las personas vulnerables ya están vacunadas"
Entre los jóvenes, explican fuentes del organismo, está siento “más complicado” acotar brotes, por razones que como tienen más contactos que los mayores, porque no quieren “delatar” a conocidos, o porque tienen miedo por sus padres. Algunos expertos en Salud Pública sí están preocupados por este rebrote. Quique Bassat, investigador de ISGlobal, lamenta que está ocurriendo “por tontería de los jóvenes, y por falta de agilidad y proactividad de los que tienen que hacer algo para responder al desafío”. Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública, recuerda que la gente “sabe lo que hay que hacer, lo sabe perfectamente. Especialmente los jóvenes, que llevan meses tomando las medidas en sus centros educativos, por ejemplo”. Pero, sigue Hernández, ha ocurrido todo con “una percepción pública general de que la cosa estaba encauzada y de que no importaba tanto que alguien se infectara porque iba a tener un pronóstico favorable, o no iba a contagiar a nadie”.
Berta, que tiene 29 años y también vive en Barcelona, tiene una sensación parecida a la de Sergi: “Parece que estoy esquivando como un ninja la COVID. Siento que absolutamente todo el mundo es positivo o está confinado”. Compañeros de trabajo, amigas, conocidos de amigas. Ella cuenta ocho confirmados en su entorno más o menos cercano. Y le agobia por varios motivos: “No quiero ni volver a pensar en otro colapso. Y se acercan las vacaciones, después de este año me asusta pensar que se pueden frustrar por coger la COVID una semana antes”. A la vez, “saber que la mayoría de la gente vulnerable está vacunada me da bastante tranquilidad. Sí que quiero ver esto como el gran rebrote final”. Ella se va ahora unos días a Sicilia con su novia. Juanma ha optado por irse de cámping por Europa: “Creemos que no es un plan tan peligroso ni masificado”.
¿Cómo se pasa de héroes a villanos?
Sara Liébana y Pedro Altungy son investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, y trabajaron en el teléfono creado por el Consejo General de la Psicología de España y el Ministerio de Sanidad durante lo peor de la pandemia. Contestan enumerando las fases por las que han pasado niños, jóvenes y adolescentes desde que la crisis arrancó. “Una primera, durante el confinamiento, donde se hablaba de una población muy afectada porque sus estudios se vieron alterados, y se decía lo valientes que estaban siendo”. Entonces, en su teléfono recibieron muchas llamadas de niños, adolescentes y jóvenes con problemas sobre incertidumbre, la dificultad con las clases, o que sentían que estaban perdiendo un tiempo de su vida irrecuperable. Una segunda fase, el verano pasado, “donde se les reforzaba 'lo bien que se estaban portando'. Se hablaba de que eran auténticos héroes”. Y llega una tercera: “Se ha ido gestando un cansancio generalizado. Van viendo como los mayores son vacunados, sus familias, todos menos ellos”.
Esta tercera fase ha comenzado este verano. “Esperábamos que cumplieran los mismo objetivos del verano pasado, pero en muchas ocasiones no ha sido así”. “El ocio nocturno ha abierto sus puertas y han querido celebrar todo lo que no habían podido hacer en el último año, ¿acaso no es lo que todos estábamos deseando?”, se preguntan estos dos psicólogos. “Normalmente, detrás de estas conductas hay unos pensamientos, desde ”con todo lo que llevamos encerrados en casa“ hasta ”si total, las personas vulnerables ya están vacunadas“, siguen. Y se suma que ”cada vez que salen, desmienten aquello que tanto pavor nos da desde marzo del 2020: contagiarnos. Poco a poco van perdiendo el miedo al virus, comprueban que si algún amigo se ha contagiado, no le ha pasado nada, sólo ha estado confinado y prácticamente sin síntomas. Al final, es la manera que tienen de socializar, unirse en fiestas, casas y eventos todos juntos. El problema es que a ciertas horas de la madrugada, muchas veces, la mascarilla brilla por su ausencia“.
Liébana y Altugny también subrayan que “podemos estar cayendo en un sesgo atencional: nos fijamos sólo en aquellos jóvenes que se comportan de una manera no deseada por el resto de la sociedad. ¿Qué pasa con aquellos que están cumpliendo las normas y que se les está metiendo en el mismo saco?”. Como Blanca, que tiene 21 años, estudia Medicina y sus primeras prácticas la llevaron a la primera línea en un hospital de Madrid. Lleva meses vacunada pero, debido a lo que vivió esos meses apenas aún con conocimientos básicos, sigue tomando las mismas precauciones que cuando no lo estaba. Incluida la mascarilla. Por eso, y porque vive con su abuelo de 100 años. “No sé si ya es parte de mí o es resultado de un miedo irracional”, reconoce, pero sí sabe que prefiere no arriesgar porque un simple constipado, a su abuelo, “le evoluciona en neumonía”.
“El primer día en el hospital vi a un paciente de 40 años intubado, pero luego vinieron más”, recuerda. Durante esos meses se autoconfinó fuera de su casa para no poner en peligro a su familia. “Estaba sola y veía en Instagram a gente cenando todos los días fuera o saliendo de fiesta. Y no los culpaba. Pero lo que ha ocurrido en los hospitales es una parte de la realidad que tendríamos que haber visto todos”, apunta. Aun con todo, ve “injusta” la estigmatización hacia los jóvenes porque “llama la atención el botellón de gente de 21 años pero no los de 50 que se pasan el día de cerveceo. Las normas nos las hemos saltado antes o después gente de todas las edades”, opina.
La juventud de los viajes y las fiestas multitudinarias no le “representa” y es crítica, pero entiende el cansancio. Y empatiza con gente como su hermano pequeño, para el que el curso 2020-2021 ha sido el primero de universidad: “Iba a clase y se volvía directo, y me da mucha pena. Hacer amigos en primero de carrera es fundamental. Nosotros teníamos mucho miedo por el tema de mi abuelo, pero también pesa la soledad”.
"Hay que hacerles ver que para que esto se recupere se tienen que vacunar en cuanto puedan, no llamarles necios"
“Hay que ganarlos para la causa”
“No ha cambiado tanto el comportamiento de los jóvenes, sino el contexto epidemiológico y social”, señala el antropólogo Carles Feixa. Para el investigador, este grupo de edad está haciendo lo mismo que hacía “hace un año, cuando se acabó el confinamiento y empezó el verano”, la diferencia radica en varios factores. En primer lugar, “no había vacunas” para las personas jóvenes; por otro lado, ahora hay “variantes del virus que lo extienden mucho más rápido”. Por último, el investigador señala el “discurso juvenófobo” difundido que “tiene el efecto contrario al que persigue, ya que se les culpa constantemente”. Eso es lo que está evitando el Ministerio de Sanidad. “Hay que ganarlos para la causa”, dice sobre esto Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología y asesor en el Ministerio, “hacerles ver que para que esto se recupere se tienen que vacunar en cuanto puedan, no llamarles necios”.
Los comportamientos que se observan tienen que ver con el tipo de socialización de las personas jóvenes, sigue el antropólogo Feixa: “En la etapa juvenil, la proximidad social ha sido la tabla de salvación siempre, es la etapa de pasar de la familia al entorno social a través del contacto interpersonal”. Cuando este contacto con otras personas desaparece, “o se refugian en el espacio virtual, como han hecho muchos, como una huida; o buscan subvertir estas predicciones a través de contactos sociales clandestinos”.
Reyes y Maricarmen, de 23 años, son de Jaén y Córdoba, y viajarán este verano con amigos. Aseguran que lo harán respetando las medidas de seguridad: “Hay que cumplir las normas, que te vayas de vacaciones no significa que no haya pandemia”. También viajará Begoña, una joven murciana de 25: “Si las leyes te permiten viajar, no vas a decirle a la gente que no lo haga, no lo puedes dejar todo en la responsabilidad ciudadana”. A gente como ellas se refiere Carles Feixa. Los jóvenes ven, comenta, después de más de un año de pandemia y distancia social, el volver a relacionarse con sus amigos y recuperar las actividades que solían hacer como una vía de escape en un contexto psicológicamente complejo. Para el antropólogo, los chavales “no son más irresponsables ni egoístas que otros grupos de edad, pero se les ve como tales” porque protagonizan los contagios.
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