“Este año solo tenemos dos palabras nuevas”, bromeaba Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático, al inicio de la Cumbre del Clima de Katowice (Polonia). Se refería a los neologismos que va creando la negociación climática y que convierten las decisiones de los países en un galimatías climático propio y poco comprensible para los que no están encima. Es decir, para la mayoría.
En Katowice, cuando aparecen los documentos que van elaborando las delegaciones, todos los participantes se abalanzan a leerlos. Más bien a descifrarlos. Y se produce un silencio de ceños fruncidos leyendo frases como: “Las partes piden que se lleve a cabo más trabajo para desarrollar las provisiones de reglas, modalidades y prodecimientos del mecanismo”. ¿El mecanismo? Se trata del sistema para “contribuir a la mitigación de emisiones”. ¿Mitigación? Lanzar menos gases de efecto de efecto invernadero a la atmósfera, la causa nuclear del cambio climático. Al fin algo concreto.
“Es un idioma propio”, dice el diputado de ERC, Joan Capdevila, que ha llegado a Polonia en la delegación del Parlamento español a la COP24. Capdevila es nuevo en estos menesteres climáticos internacionales y pide en la reuniones que “se hable para quien no entiende porque, además, cualquier matiz que a los no especialistas nos pasa desapercibido parece que cobra una gran importancia para los negociadores”.
Una de esas nuevas palabras a las que se refería la directora de la Oficina de Cambio Climático ejemplifica este fenónemo. Se trata de los ITMOs. La traducción: transferencias internacionales de logros en mitigación. Se refiere a comerciar con el carbono que no emite un país gracias a sus políticas climáticas. Otro miembro destacado es el SBSTA, el cuerpo subsidiario asesor científico y tecnológico.
El otro diputado de la delegación parlamentaria, Juantxo López de Uralde de Unidos-Podemos, abunda en que esta terminología “genera una desconexión y hace muy difícil para los no involucrados comprender qué está pasando”. López de Uralde, que fue detenido al colarse a dar un mensaje contra el cambio climático en la cena de gala durante la cumbre de Copenague de 2009, entiende que este diccionario “produce alejamiento y desconfianza. Y profundiza la sensación de elite alejada de la realidad.”
Los matices marcan el éxito o el fracaso
Una píldora extraída de una propuesta textual de la presidencia de la COP sobre adaptación al cambio climático: “Pide el desarrollo de una guía sobre las formas de mejorar la aplicabilidad de una serie de metodologías para definir las necesidades de adaptación, incluyendo las relativas a la acción, financiación, capacidad de construcción y apoyo tecnológico”.
Los matices a los que hacía referencia Capdevila se debaten fieramente. Estos días una buena parte de la pelea está, según trasciende después de las sesiones, entre declarar oficialmente los estados que “dan la bienvenida” a un informe científico que ellos mismos consensuaron pedir mediante el Acuerdo de París o simplemente “tomar nota” de que se ha hecho.
Para estar e influir en estos foros hay que luchar esta batalla del lenguaje intrincado. “La Red por la Acción Climática, los sindicatos y los gobiernos manejamos y conocemos el lenguaje. Los bloqueos y las dificultades no suelen venir por este lado”, explica Tatiana Nuño, responsable de Cambio Climático de Greenpeace. Al hablar con los grupos ecologistas con representación en Polonia se percibe cómo se han metido a fondo: concuerdan en que la COP de Katowice será un fracaso si el informe técnico del Panel Científico Internacional que pedía más esfuerzo para contener el calentamiento no es “adoptado” (para eso tienen que aparecer en los textos oficiales que se actúa “en la línea” o “a la luz” del informe, señalan).
Porque en ese terreno se juega mucho. “Lo importante es que sea un lenguaje con el que todas las partes estén de acuerdo y se sientan cómodas para que haya un consenso”, añade Nuño. El comisario europeo de Acción Climática, Miguel Arias Cañete, ha declarado que a la Comisión Europea le parece inaceptable cualquier cosa que no “reconozca” la advertencia científica. Esa es su línea roja.
Un diccionario mutante
La lista de términos y expresiones crece, decrece, se modifica... Aquí en Katowice no se ha parado de escuchar la expresión oficial Diálogo de Talanoa. No es más que revisar o evaluar cómo está la situación global, pero se huye de todo lo que huela a examen. Otro término estrella es NDC: un asunto clave porque es lo que cada país dice qué hará para frenar el cambio climático. Es una “contribución”, no una obligación. También está el Lost and damage (pérdidas y daños) para compensar (económicamente) a los países vulnerables que ya padecen fenómenos como la subida del nivel del mar, huracanes, inundaciones o sequías exacerbadas por el cambio climático.
“La jerga deja incluso fuera a partes afectadas que tienen el mismo derecho a participar y enterarse que los mejores equipos negociadores”, apunta Alejandro González que participa en la COP por la ONG InspirAction. En Polonia, uno de los colectivos que más riesgos soportan por el cambio climático, los pueblos indígenas, se han visto indefensos por las dificultades de contar con traductores duchos en este lenguaje. González, que ha participado en cumbres climáticas desde hace una década, cuenta que “es increíble cómo se va reciclando este lenguaje. Había uno que nació con Kyoto, otro a partir de la cumbre de Copenague y otro más con el Acuerdo de París”.
Así que el galimatías, en definitiva, condiciona el mensaje que se lanza a la sociedad y crea una especie de grupo que conoce los términos y qué implicaciones conlleva para el día a día: si la electricidad costará más o menos, si se prevé subvencionar, si es imperioso deshacerse de los automóviles con diésel y gasolina y a quién pedir cuentas. “Tuve una vez una conversación con un periodista que llegaba a una COP por primera vez y fue toda sobre acrónimos”, recuerda Alejandro González. Jerga, galimatías y cambio climático.