Pese a que no hay indicadores de que sea mejor, la jornada escolar continua se expande por España. La tendencia venía de atrás, pero la pandemia aceleró el movimiento, constata un estudio de EsadeEcPol: comprimir las clases en horario de mañana es la regla en las escuelas de Educación Infantil y Primaria de casi toda España (especialmente en el sur del país) y tras el confinamiento ganó terreno en comunidades como Navarra o Madrid, que la instauraron de manera extraordinaria por las condiciones pero la han acabado dejando (al menos por el momento).
Dicen las encuestas, a falta de estadística oficial, que el 50,9% de los centros que decían tener jornada continua en el curso 2019-2020, previo a la pandemia, se convirtieron en un 72,3% al año siguiente para retroceder apenas imperceptiblemente hasta el 71,4% en este curso, aunque esta circunstancia podría ser transitoria. Además, añade el estudio, casi la mitad de los centros que siguen con la jornada partida (un 44,5%) han debatido pasar a la continua en los últimos meses y algo menos de la mitad de ellos han votado el cambio.
Y sucede pese a que la evidencia disponible, aunque no concluyente, no apunta a que sea favorable para el alumnado o las familias. No lo ha sido históricamente –y esto sí está sostenido por la ciencia– en términos de rendimiento escolar, acople a los biorritmos de los niños (implica comer sobre las 14.30 o 15 horas), desarrollo socioemocional o salud del alumnado.
Y, añade ahora el estudio de Esade, no lo es tampoco para la economía del país –se calcula que las familias pierden 8.048 millones de euros en ingresos por los ajustes laborales que tienen que hacer para atender a sus hijos y el Estado, en consecuencia, 1.200 solo en IRPF– ni especialmente para las madres, que sufren el 66,4% de este impacto.
La jornada continua, dicen el director de Educación de EsadeEcPol, Lucas Gortázar, y los coautores Ángel Martínez, de Esade, y Marta Ferrero, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, tiene impacto de género y “contribuye a agravar la brecha existente”. Porque, argumentan, la situación podría paliarse si el alumnado continuara su jornada en los centros educativos –la mera estancia es positiva aunque no se realicen actividades estrictamente académicas–, que era la idea inicial, “pero lamentablemente ese deseo se ha ido diluyendo con el tiempo y, tras la jornada continua, la mayor parte de los alumnos se marchan a casa”.
Tampoco resolvería todos los problemas, advierten los autores: “Una jornada escolar o continua podría, en caso de estar acompañada de políticas de comedor universal y actividades extraescolares, acercarse a una educación a tiempo completo, pero sus costes en términos de respeto de biorritmos, sueño y salud seguiría siendo importante”, señalan.
“El avance de la jornada matinal está ocurriendo mientras se niega la evidencia disponible sobre sus efectos perniciosos sobre el alumnado y las familias. Por ello, deben articularse otras alternativas a la jornada continua que hagan a su vez factible compensar al profesorado por el fuerte deterioro que ha experimentado su situación laboral durante la última década (primero con la crisis y después con la pandemia)”, escriben los autores.
Impacto económico y de género
La mayor novedad que ofrece el estudio es el impacto económico en las familias y en el país de la jornada continua, además de la afectación de género que provoca.
“Escolarización universal y empleo femenino son dos fenómenos que han ido de la mano en las últimas décadas y, a día de hoy, siguen siendo fuertemente dependientes. El tiempo que pasan los niños en la escuela puede determinar la oferta laboral de sus padres, así como los cuidados que puede necesitar el hogar”, presenta ambos aspectos el texto.
Dicho de manera más simple: si el hijo tiene jornada continua y está en casa a la hora de comer, necesita ser cuidado. Normalmente es la madre la encargada. Y si una está en casa cuidando a su hijo no puede estar trabajando, como es evidente. “La evidencia internacional muestra que una expansión del tiempo en la escuela (tanto lectivo como no lectivo) favorece de forma decisiva la incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo, y a su vez, el número de horas que estas trabajan”, escriben lo obvio los autores. Pero esta vez le ponen cifras.
Algunos ejemplos: tras tener un hijo, “la participación laboral de las mujeres cae en torno al 9% en relación a los varones”. Otro: la jornada laboral cae a las 25 o 28 horas semanales. Cruzando datos con la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del Instituto Nacional de Estadística (INE), el estudio también cuantifica la brecha de género: 7.670 euros anuales de diferencia con jornada continua, 7.970 euros con jornada partida.
Menos ingresos
El estudio también ha evaluado el impacto en los salarios familiares que tiene la jornada continua. Para ello, se presentan resultados desagregados por sexo y también en función de si el hogar hace uso de cuidadores externos para sus hijos –sean o no profesionales– o no. El análisis arroja una conclusión clara para los autores: “La jornada matinal (continua) está asociada de forma significativa y relevante con una reducción de los ingresos laborales de las familias, especialmente de las madres”.
Las cifras dan muestra de la magnitud del fenómeno. Entre los hogares que no utilizan cuidadores (la inmensa mayoría, un 91%), la jornada continua supone una caída en los ingresos de las madres de 1.850 euros anuales frente a la pérdida de 970 euros de los padres. El efecto, probablemente por la configuración del mercado laboral, se deja notar más entre las madres con un nivel educativo alto (3.550 euros anuales menos) que las de poco nivel (200 euros de pérdidas). Enfrente, entre las familias (adineradas) que sí recurren a terceros, sean o no de pago, los varones se quedan prácticamente igual, mientras las madres notan un efecto “positivo, grande y significativo” al ver sus ingresos aumentar en 3.290 euros anuales.
Los autores explican estas diferencias remunerativas a partir de la caída en los días trabajados para las madres (más que los padres) de hijos con jornada continua, que conllevan un mayor tiempo en situación de desempleo, pero no una inactividad laboral. “Esta diferencia es relevante”, escriben los autores, “puesto que no supone una salida del mercado laboral por parte de las madres que no tienen acceso a servicios de cuidados de menores, sino que intentan encontrar oportunidades laborales que, probablemente, faciliten una mejor conciliación”.
Estos resultados muestran que, en el seno del profesorado, se ha instalado una narrativa en favor de la jornada matinal y sus beneficios sobre alumnado y familias que no está sustentada por los datos
1.200 millones de euros menos para el Estado
Para el caso de las familias que sí recurren a cuidadores externos, sin embargo, “las madres experimentan un crecimiento considerable de los días trabajados, esencialmente a través de un mayor empleo a jornada parcial, que potencialmente podrán compaginar con el trabajo doméstico”.
Metiendo todas estas circunstancias en la coctelera y siempre siguiendo la información detallada que ofrece la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, los autores del informe sostienen que “en términos agregados, la jornada matinal (continua) supone una pérdida anual de 8.048 millones de euros por parte de los padres y madres, siendo el 66,4% de esta cantidad soportada por las madres”. La cifra exacta se obtiene a partir de las dos situaciones descritas anteriormente: las familias sin apoyos, en las que las madres reducen sus jornadas laborales, pierden 9.653 millones de euros con estas renuncias; las que sí tienen apoyo ingresan 1.605 millones de euros extra, aunque dedican una “parte significativa” precisamente a costear estos cuidados.
La fotografía del impacto económico se completa aplicando a los 8.048 millones de euros de pérdidas (que se podrían ganar) un IRPF medio del 15%, lo que significa que al Estado le cuesta directamente 1.200 millones de euros al año la jornada continua, según este estudio, que no considera ni impuestos directos en forma de cotizaciones sociales ni otros indirectos como el IVA.
¿Qué dicen los profesores?
El estudio se completa con una encuesta ad hoc al profesorado en torno a la implantación de la jornada continua. Es este colectivo –que el informe define como “el agente más relevante de las políticas educativas”– el más favorable a su aplicación habitualmente: un 87% de los docentes cuyos centros ofrecen una jornada escolar continua muestran su conformidad con dicha jornada, mientras solo el 32% de los docentes que trabajan en centros con jornada partida están de acuerdo con ese modelo de distribución horaria y un 61% no lo está.
A la hora de argumentar, el profesorado considera que los beneficios de comprimir la jornada son sobre todo para familias y alumnado. De nuevo, en cifras: “Un 93,1% esgrime los beneficios para alumnos como razón principal (75,7%) o segunda razón (17,4%) y un 65,5% hace referencia a la conciliación de las familias o bien como razón principal (13,7%) o bien como segunda razón (51,8%)”, reza el texto. En cambio, no creen tanto que les beneficie a ellos, tanto como primera razón (3,6%) como segunda razón (22,7%).
“Estos resultados muestran que, en el seno del profesorado, se ha instalado una narrativa en favor de la jornada matinal y sus beneficios sobre alumnado y familias que no está sustentada por los datos”, concluyen los autores. “Al contrario, como mostramos a lo largo del documento, la jornada escolar matinal no contribuye a mejorar el rendimiento académico y el bienestar del alumnado. Tampoco favorece la conciliación de las familias, tal y como se ve en el apartado anterior, ya que supone enormes costes económicos y sociales”, cierran.