Los jóvenes reactivan la presión sobre los gobiernos para luchar contra la crisis climática, eclipsada por la pandemia
El clima sigue deteriorándose. Las pruebas de su alteración no se han detenido durante la pandemia de COVID-19: el Ártico se ha fundido a ritmo récord este verano, la temporada de huracanes en el Atlántico ha agotado la lista de nombres y el oeste de Norteamérica ha ardido tanto que el humo de sus bosques quemados ha llegado a España. Aquí, se ha certificado que el calentamiento de la Tierra hace que se produzcan el doble de olas de calor. El activismo climático intenta este viernes relanzar en 3.000 localidades (una treintena en España) la presión sobre los gobiernos para atajar la emergencia ensombrecida por la crisis del nuevo coronarvirus.
La activista sueca Greta Thunberg argumentaba el viernes pasado al lanzar la campaña que “el clima extremo se está acelerando en todo el mundo y, aun así, no lo tratamos como una crisis”. También expresaba que “no se puede negociar con la naturaleza”. Lejos quedan las imágenes de Thunberg convocando con su sola presencia a decenas de miles personas en el centro de Madrid durante la Cumbre del Clima COP25. Ainhara García, de Juventud por el Clima (una de las organizaciones convocantes), habla de cómo se ha podido enfriar ese entusiasmo: “Las crisis sanitaria y económica han hecho que la sociedad y los medios se hayan fijado en eso más que en la crisis climática. Hemos echado de menos que se visibilizara la relación con la pérdida de la biodiversidad que hemos dañado y ha hecho que no contemos con el escudo de la naturaleza contra el surgimiento de enfermedades”.
La activista reflexiona que “es un buen momento para relanzar la agenda climática”. Evidencias no faltan. Hace apenas unos días, se cerró el verano y, con él, la temporada en la que se derrite el hielo que cubre el Ártico. Este 2020 ha marcado la segunda menor extensión desde que se mide, es decir, se ha perdido casi más hielo que nunca. Las alteraciones del clima que provoca esta fundición son palpables. “Ha triplicado los episodios de clima extremo en 40 años”, calcula la climatóloga Jennifer Francis.
Dicho y hecho, esta temporada de huracanes en el océano Atlántico es tan abundante que ha agotado la lista de nombres preparada para designar cada uno de ellos. Esta lista, diseñada por la Organización Meteorológica Mundial, alterna nombres masculinos y femeninos que se rotan cada seis años. 2020 está siendo un año “con un número excepcionalmente alto” de tormentas, ha explicado la OMM. La vigésima de estas depresiones atmosféricas violentas –llamada Vicky– llegó el 14 de septiembre. Es el récord: nunca se había registrado tan temprano esa cantidad de huracanes. Agotada la lista, se ha tenido que pasar al alfabeto griego. Es la segunda vez que hay que recurrir a esa reserva para completar la temporada que llega hasta el 30 de noviembre (la vez anterior fue en 2005).
Francis también ha apuntado que la pérdida del Ártico exacerba las olas de calor que preparan el camino para los incendios forestales. Los fuegos en el oeste de EEUU durante este mes han sido de tal dimensión que el humo de los árboles ardiendo ha ascendido varios kilómetros: 7.000 u 8.000 metros de altura. Desde allí, la corriente en chorro de aire ha interactuado con este humo y lo ha arrastrado desde California hasta hacerlo visible en las Islas Baleares y otros punto de Europa. Más de un millón de hectáreas de bosque han perecido por incendios virulentos este verano en EEUU. Las olas de calor en España se han doblado en las últimas cuatro décadas.
Un año casi perdido
Este 25 de septiembre, las movilizaciones climáticas van a ser de otra índole. Las medidas de distanciamiento físico impuestas por la pandemia de COVID-19 obligan. Concentraciones y sentadas (como la prevista cerca del Congreso de los Diputados en Madrid) deberán sustituir a las manifestaciones de hace unos meses. “Vamos a hablar de reestructurar algunos puntos esenciales como el sector industrial, el primario, los cuidados o el sector público”, cuenta Ainhara García. “El mundo ha experimentado un cambio sin precedentes con la COVID-19 que ha evidenciado los límites de nuestra economía que está llegando al colapso. Estamos llegando a una catástrofe globalizada en forma de pandemia, pero también de cambio climático o de inestabilidad económica.”
Con todo, las urgencias impuestas por la crisis sanitaria han relegado la emergencia climática. 2020 debía ser un curso crucial para reforzar el compromiso internacional en la lucha contra el cambio climático. A pesar de que el parón económico impuesto por los confinamientos para frenar la pandemia ha conllevado una rebaja en las emisiones de gases de efecto invernadero, al menos, durante la primera mitad del año, el responsable de cambio climático de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz, considera que “podemos hablar de un año perdido”.
Andaluz pormenoriza que “debería entrar en vigor el Acuerdo de París, pero sin una sesión plenaria que lo haga…”. Se refiere a la decisión de posponer la cumbre climática COP26 que se ha llevado hasta 2021. Esto ha tenido un efecto dominó. El ecologista recuerda que los países implicados en el Acuerdo deberían haber remitido ya a la ONU sus nuevos compromisos de mitigación de emisiones para que el Panel Internacional de Expertos Científicos emitiera un informe. “No se va a hacer de momento”, explica.
En este sentido, la Comisión Europea presentó el pasado 17 de septiembre un incremento de ambición en sus planes climáticos: la presidenta Ursula van der Leyen anunció que quería que se redujeran las emisiones de CO2 un 55% para 2030 (en línea con lo expresado por los científicos). Pero, al mismo tiempo, confesaba que las políticas actuales en la Unión impiden ese objetivo.
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