“Este es mi último cartucho. Antes de irme de esta tierra espero lograr que le
retiren la Legión de Honor a ese dictador que cometió crímenes contra la
Humanidad“. A sus 77 años, Juan Ocaña siente que está librando su batalla final en
nombre de las víctimas del franquismo. Una batalla que hoy está más cerca de
ganar porque el Tribunal Administrativo de París acaba de admitir a trámite la
demanda que presentó para alcanzar su objetivo.
Fue a comienzos de 2016 cuando este hijo del exilio español se enteró de que, 40
años después de su muerte, el dictador seguía siendo poseedor de la más alta
distinción concedida por el Estado francés. Inmediatamente buscó el apoyo, y lo
obtuvo, de un buen número de asociaciones memorialistas para acabar con la que
consideraba “una inexplicable injusticia histórica”.
Con ese respaldo se dirigió al entonces presidente de la República, François Hollande, a otros miembros del Gobierno socialista y a la Gran Cancillería de la Legión de Honor. Ahí fue cuando llegaron las sorpresas: “Entre los socialistas franceses todo fueron excusas” –afirma decepcionado Juan–. “Que si no era competencia del Ejecutivo tomar tal decisión… que si era un asunto español… No había voluntad política”.
Mientras tanto, en la Gran Cancillería alegaron problemas procedimentales. No quisieron entrar en el fondo del asunto, es decir, en el hecho de si un dictador como Franco podía o no poseer tal distinción. “Lo que me dijeron es que, según su normativa, no podían retirar la condecoración a alguien ya fallecido porque era preceptivo que el interesado, personalmente, pudiera defenderse antes de que se adoptara cualquier decisión. La verdad es que no me esperaba encontrarme con tantos obstáculos”, confiesa Juan. “Nunca creí que tendría que llegar hasta los tribunales”.
Cuando, en noviembre del pasado año, el Gran Canciller de la Legión de Honor
rechazó formalmente su recurso, Juan no se rindió. Se puso en manos de una
abogada que cree haber encontrado la fórmula jurídica para ganar el caso.
“Nuestra demanda mantiene que la retirada de la Legión de Honor, en el caso de
Franco, es un acto administrativo y no disciplinario, por tanto, la Gran Cancillería
puede adoptar la decisión que considere oportuna aunque el interesado haya
fallecido. El hecho de que el Tribunal Administrativo de París la haya aceptado a
trámite, demuestra que vamos por el buen camino y me hace ser optimista“.
En el caso de que el fallo, que espera se produzca entre septiembre y octubre, sea favorable, la Gran Cancillería se vería obligada a analizar los “méritos” del dictador para conservar la condecoración: “Y si es así, la batalla estará ganada; analizando el historial de crímenes de Franco será imposible que decidan otra cosa que la retirada de la distinción”.
Víctimas y verdugo
El responsable de que el dictador español tenga la Legión de Honor no es otro que
el mariscal Philippe Pétain. Este militar filonazi, que dirigió las riendas de la
Francia colaboracionista durante la II Guerra Mundial, fue uno de los grandes
amigos de Franco.
Su relación comenzó a mediados de los años 20, durante la guerra del Rif. El papel que desempeñó el entonces joven coronel español en ese sangriento conflicto hizo que Pétain le propusiera con éxito en 1928 y 1930 para ser condecorado como oficial, primero, y comandante, después, de la Legión de Honor. Casi 90 años más tarde, es el hijo de una de sus incontables víctimas el que se ha conjurado para arrebatarle aquella distinción.
“Mi padre, José Ocaña García, luchó en España contra la sublevación franquista,
tuvo que exiliarse a Francia y acabó pasando cuatro años en el campo de
concentración nazi por decisión directa de Franco. Cuando yo era un niño no sabía
prácticamente nada de lo que él había sufrido allí, pero recuerdo especialmente
tres cosas que me extrañaron de su comportamiento en aquellos años: un bulto en
la cara del que nunca hablaba, su incontrolable fobia a los perros y el motivo que le
llevó a quitar todas las luces y la decoración que yo había puesto en el árbol de
Navidad durante la primera Nochebuena que celebramos juntos. En más de 40 años nunca habló de estos temas, pero, pocos meses antes de mor ir, me llamó y medijo que quería contármelo todo… y así lo hizo“ cuenta Juan con voz quebrada.
El bulto de su cara era la secuela que le dejó un tremendo puñetazo que le dio un SS por intentar coger una colilla del suelo; su miedo a los perros estaba provocado por las veces en que vio cómo los nazis utilizaban esos animales para torturar y asesinar prisioneros; su recelo por la decoración navideña databa de su primer fin de año en Mauthausen, cuando vio cómo los oficiales alemanes bailaban borrachos alrededor de un árbol profusamente decorado, mientras detrás ardía sin parar la chimenea del crematorio.
Hasta ese momento en 1989, Juan no se había preocupado demasiado por la historia de su padre: “Me lamento por no haber hablado más con él, de no haberle preguntado... Fue a partir de ese momento y de su muerte cuando me propuse trabajar por su memoria y la de sus compañeros”. En estos años ha conseguido que la ciudad natal de José Ocaña, Albacete, instalara una estela en el cementerio recordando a 94 vecinos deportados a campos nazis, les declarara hijos predilectos y retirara la medalla de oro a Franco.
“Ahora sería muy importante que el dictador deje de figurar en la lista de condecorados del Estado francés en la que hay republicanos de La Nueve que liberaron París de los nazis y también españoles que estuvieron prisioneros en los campos de concentración de Hitler. Es un acto de Justicia con todos ellos y con los cientos de miles de víctimas del franquismo”.