“Al fin se les puede nombrar. El primer oficio es ponerle nombre a las cosas”
Una placa para reivindicar la memoria puede sonar a algo sencillo. Pero si de lo que hablamos es de una placa que nombra a víctimas de la represión franquista, no siempre resulta fácil. Aún hay lugares en España donde se niega la existencia de la persecución que sufrieron aquellos que no defendieron el golpe de Estado del 36, que intentaron salvaguardar la democracia y que en muchos casos fueron asesinados solo por sus ideas.
A pesar de que Naciones Unidas ha solicitado a España en numerosas ocasiones que cumpla con sus obligaciones en materia de derechos humanos con las víctimas de los crímenes franquistas, todavía hoy hay instituciones que miran hacia otro lado, proceden con demasiado lentitud o incluso siguen facilitando la ocultación y el silencio. Como indica la ONU, la verdad, la justicia y la reparación son derechos indiscutibles, pilares fundamentales para que un país pueda extraer de las cunetas de su subconsciente la impunidad.
Por eso las asociaciones de memoria histórica, las organizaciones de derechos humanos y las familias de las víctimas del franquismo, celebran cada paso en positivo. Esta semana ha sido Astorga (León) el escenario para la reivindicación de una memoria que estuvo demasiado tiempo oculta. Con el impulso del Ateneo Republicano y el apoyo del propio Ayuntamiento, la ciudad maragata ha querido rendir homenaje a las personas represaliadas por el franquismo en esa localidad -o procedentes de la misma- con la colocación en su cementerio de una gran placa con los nombres de treinta y nueve hombres y una mujer, Balbina de Paz García, conocida como la chata de San Andrés, que “cuando no cosía, leía; aprendió a ser libre y no quiso dejar de serlo”, recuerda el militar retirado Miguel García Bañales, recopilador de multitud de datos e investigador clave de la represión franquista en la zona.
“Al fin se les puede nombrar”
“Al fin se les puede nombrar. Nombrar. El primer oficio del ser humano es poner nombre a las cosas”, subraya Sol Gómez Arteaga, nieta de José Gómez Chamorro, uno de los nombres ahora reivindicado, asesinado en octubre de 1936 en las tapias del cementerio astorgano. Detrás de esos cuarenta nombres tallados en la placa se esconden historias a través de las cuales se puede entender mejor la historia de España.
Nombres como el de Gerardo Fernández Moreno, “el maestro con mayúsculas: cuando cerraron el comedor infantil para gente que no tenía para comer, se le acercaron los niños, se abrazaron a él y Gerardo lloró con ellos”, relata Bañales. O el de Toribio Martínez Cabrera, general: “Cuando Cabrera se encargó de la organización del ejército, se ganaron las dos únicas batallas que ganó el ejército republicano: la del Jarama y Guadalajara”.
O el de Ildefonso Cortés Ribas, médico: “Redujo la mortalidad infantil al 50% en su estancia en Astorga. Cuando se encontraba un niño pobre y aislado, se lo llevaba a casa, lo bañaba, lo reconocía médicamente, le daba de comer, lo vestía…”. O el de Gregorio Alonso Rodríguez, maestro: “Él y su mujer, vivían en Fresno el Viejo, Valladolid. Como un falangista quería matarlos, vinieron a Astorga, ese falangista los persiguió hasta aquí, los detuvo y a la mujer le dijeron que si se portaba bien, a él no le pasaría nada. Al día siguiente Gregorio había desaparecido”.
También está incluido el nombre del alcalde de Astorga en 1936, Miguel Carro, “un hombre excepcional” y otros muchos, todos con historias de injusticia, como Bernardo Blanco Gaztambide, sacerdote y catedrático de latín en el instituto: “El vivir autónomo y el ser libre no se lo perdonaron” o Eugenio Curiel y Curiel, primer director del Instituto de Segunda Enseñanza en Astorga, quien siempre “se encargaba de los pobres, de la liberación de la mujer…”.
“Ojalá hubiéramos acabado con la raza”
En el homenaje y la inauguración de la placa en el cementerio astorgano hubo espacio para música cargada de memoria de la mano de Isamil9 e intervinieron familiares de las víctimas. Sol Gómez Arteaga, nieta del fusilado José Gómez Chamorro, quiso recordar la historia de su abuelo:
“Le sacaron de la panadería en la que trabajaba un día de finales de julio del 36 y, sin poder despedirse de su esposa, que era lo que más quería, le subieron a una camioneta y le trajeron al cuartel de Santocildes. No fue el único. En mi pueblo, Valderas (León), sacaron a 178 hombres que trasladaron a las cárceles de Astorga y León. Muchos no volvieron. Mi abuelo tuvo la mala suerte de participar estando preso junto con otros cuatro hombres de mi pueblo en la confección de una carta clave que querían sacar al exterior para tener noticias sobre los avances de la guerra. La carta fue requisada a la novia de uno de ellos en una visita al cuartel y los cinco fueron condenados a pena de muerte, ejecutada el 9 de octubre en las tapias de este cementerio”.
Cuando José Gómez fue asesinado en 1936 su hijo Antidio era aún un niño. “Mi padre no hizo otra cosa que trabajar. Desde los once años atropando piedra hasta que las piernas le sangraban. Luego como pastor de ovejas, que era lo que más le gustaba. (…) Cuidar de su familia fue su prioridad. Y por supuesto trabajó por mantener viva la memoria de los suyos”, explica Sol Gómez.
Uno de los recuerdos que su padre compartió con ella y su hermana fue el de la estigmatización sufrida, algo que no fue aislado en este país. Sol quiso mencionarlo brevemente durante el homenaje el pasado jueves, a través de un poema leído a medias con su sobrina. En uno de sus versos ambas mujeres leyeron lo siguiente:
Oíamos cosas como:
“le hicieron la misa del entierro en vida”
O:
“Esperamos largas colas en el auxilio social”
Y un día, aquellos, acercándose, dijeron:
“qué niño tan rico, ¿de quién eres bonito?
Y luego, tras un silencio…:
“Ojalá hubiéramos acabado con la raza”
“Mi padre tenía muy interiorizado lo que pasaron de pequeños. En una cola del auxilio social le dijeron eso de que ”teníamos que haber acabado con la raza“, y lo dijeron más veces: ”Teníamos que haber cortado las espigas“, en relación al hecho de querer exterminar. Gente del pueblo lo decía…”, relata Sol Gómez a elDiario.es.
Como ella, otros asistentes al acto de homenaje a los represaliados en Astorga han recordado estos días escenas parecidas, relatadas por abuelas, padres o madres: “A mi tío Chencho, después de que mataran a su padre y lo hicieran desaparecer, le decían en el pueblo, a su paso, cosas como ‘teníamos que haber arrancado la raíz’”, recuerda Pura Francisco, presente en el acto y nieta de un desaparecido de Mansilla de las Mulas fusilado en Villadangos del Páramo, León.
Paseados, fusilados
La placa de Astorga describe junto a las víctimas el modo en que fueron eliminadas: “Paseado, fusilado”, dos palabras que, a pesar de contener la verdad, han sido a menudo evitadas en otros homenajes celebrados en diversos lugares de España. Uno de los impulsores de este proceso de reconocimiento ha sido el Ateneo Republicano de Astorga, junto con las familias de las víctimas y el propio Ayuntamiento, con la gran ayuda del militar retirado Miguel García Bañales. Éste resalta que el homenaje y la placa “fueron acordados por unanimidad; repito, por unanimidad” y señala que esto es solo un ciclo:
“De los tres prefectos que marca el Tribunal Supremo -el derecho de las familias a conocer lo que pasó, dignificarlos y recuperar los restos- solo se han cumplido los dos primeros. El tercero está sin hacer, por eso esto es solo un ciclo”. “Yo he llorado mucho. En cada letra que he escrito hay una lágrima. Creo que conociendo la verdad tenemos una Astorga mejor”, añadía Bañales durante su intervención en el acto.
El homenaje fue celebrado con la presencia de autoridades locales, entre ellas el propio alcalde Juan José Alonso Perandones y el teniente alcalde José María Jánez, facilitador del evento. También estuvieron presentes integrantes del Ateneo Republicano de la ciudad, impulsor de la placa, y de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, como su vicepresidente Marco González, quien estos días de atrás ha estado participando en la búsqueda de personas desaparecidas por el franquismo en la fosa de Grao y en Teverga (Asturias).
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