Cuando los miembros del colectivo Unlogic Crew se bajaron de los coches que los habían traído de Madrid hasta la localidad riojana de Calahorra, se encontraron con un muro que muchos llamarían sucio, pero que, para ellos, era el soporte de pintadas, durante años, de los grafiteros locales. Era viernes ya de noche y, alumbrados por la macilenta luz de una farola demasiado alta, comenzaron a rascar con espátulas la pintura seca y los visibles desconchones del cemento en mal estado. Se sentían incómodos: salvo en algunas excepciones, tapar el grafiti de otro está mal; lo dice un código no escrito que rige en Madrid, Calahorra o el pueblo más pequeño de Castilla-La Mancha.
Lo que habían venido a hacer no era una de esas excepciones. Invitados por el Gobierno de La Rioja, se disponían a levantar allí una réplica del mural feminista del distrito madrileño de Ciudad Lineal, que primero estuvo en peligro de desalojo y, después, fue humillado y violentado por un ataque nocturno en la víspera del 8M que tapó de negro las caras de las mujeres, como si las hubieran encapuchado. Y así siguen. El Ayuntamiento de Madrid no ha movido un dedo para que Unlogic Crew acudiera con sus herramientas de reparación y lo restaurara, como sí hicieron en Getafe. En esta localidad a las afueras de Madrid habían pintado otra réplica y de igual manera había sido agredida. Lo mismo sucedió en Alcalá de Henares, aunque esta obra no la hizo Unlogic sí estaba inspirada en la de Ciudad Lineal. Y, de esa forma, el mural se multiplicó pero también lo hicieron los ataques, en lugares diversos, alrededor de la celebración del 8M.
Los chicos —“los chavales”, como se llaman entre ellos, aunque están ya en su treintena— comienzan a dar una imprimación de alkil al muro, para que aguanten mejor las dos capas de pintura rosa color yogur de fresa que le van a tener que meter para que no se transparente lo de abajo. Los grafitis comienzan a desaparecer, engullidos por la mancha clara que se extiende con rapidez. El trozo de pared que les han reservado quedará enmarcado por un tramo, a la derecha, que va a quedar intacto, y otro mural, a la izquierda, dedicado a las mujeres riojanas y que la ilustradora Antonia Santolaya tiene a medio a hacer. A Antonia le dejaron un mensajito, en forma de tachón, una de las noches anteriores. Había tapado no solo los tags (las firmas) y bubbles (firmas redonditas y grandes) que llevaban allí años sino también una de un chico fallecido, algo que debería ser intocable. Antes de irse, la dibujante le contestó escribiéndole un mensaje en la pared en el que le pedía que viniera a hablar con ella. Al día siguiente él se presentó allí. La artista le explicó que era un encargo, que la calle había sido ocupada durante mucho tiempo por los hombres y que era hora que la ocuparan las mujeres, aunque también comprendía “su sorpresa y su dolor”. Él se fue de allí diciendo que lo entendía pero que no lo compartía. “Va a haber movida”, apunta Héctor, uno de los seis miembros del colectivo que han viajado a La Rioja.
Héctor no está pensando tanto en los ataques machistas y fascistas que han vivido anteriormente sino en los grafiteros locales. Les han buscado en redes sociales hasta dar con ellos, les han dado explicaciones y les han invitado a bajar a pintar a Madrid. Lo otro, la reacción ultraderechista a un símbolo tan señalado con este, le preocupa más al Gobierno y a los artistas que a los calagurritanos, a pesar de que Vox tiene una concejal en el Ayuntamiento que es, además, la presidenta del partido en la Comunidad Autónoma. El fin de semana anterior, los chavales habían pintado a las mujeres del mural en Soria capital. El primer día, un señor que pasaba por delante les espetó: “¿Por qué no pintáis un hombre?” y al pasar por delante de nuevo, añadió: “¡Qué asco!”. Los chavales están acostumbrados a esos comentarios pero, de todas formas, están atentos a lo que dice la gente que pasa por delante.
Más allá del toque de queda, los artistas se adentran en la noche todo lo que pueden, hasta donde les permite el cansancio del viaje, el peso de la semana y la falta de luz, avanzando con la parte de su trabajo que menos les gusta mostrar. Ubicados en una calle de las afueras, junto a un polideportivo y frente a la tapia del cementerio, afortunadamente a esa hora ya no pasa nadie. Conectan el móvil a un pequeño proyector y comienzan a dibujar el cuarteado de las caras de Valentina Tereshkova, Emilia Pardo Bazán, Frida Kahlo, Chimamanda Ngozi, Clara Campoamor, Rosa Parks y Federica Montseny. Ellas son sus compañeras de viaje en esta gira, que aprovecharán todo lo que dé de sí. Proyectar sobre la pared les ayuda a rotular el contorno de lo que van a representar; tiene algo de trampa, pero les permite ir más rápido que dibujar a mano alzada. El cuarteado es la técnica por la que convierten una fotografía en manchas de color. A cada una de ellas le asignarán un código y la parte más mecánica de la obra consistirá en colorear sin salirse. Esto lo puede hacer un niño e incluso una periodista, a los Unlogic les gusta sumar apoyos.
A la mañana siguiente, el día amanece soleado y vibrante. El grupo se separa en dos mesas de la terraza del hotel para desayunar. La incidencia acumulada en los contagios de coronavirus en La Rioja es menos de la mitad de Madrid, pero las restricciones son mayores: solo cuatro personas por mesa en el exterior y prohibido fumar. Laura, la única mujer del grupo, les lleva la comunicación. Mientras toma su café, recuerda el aluvión de notificaciones cuando las redes repararon en un mural que hasta ese momento había pasado desapercibido.
Desde que la obra feminista de Ciudad Lineal se puso en peligro, “la gente está deseando ver murales por todas partes”, dice Laura. “Esto hay que convertirlo en un movimiento”, recuerda que pensaron en ese momento. Y así es como se defiende un símbolo: propagándolo. Eso sí, la visibilidad trae una lupa en la mano. Los detalles cobran importancia. Alberto arranca la jornada pintando el casco de la cosmonauta Tereshova. ¿Por qué no están las siglas CCCP (la antigua Unión Soviética) en él, como en la foto original?, les han preguntado en Twitter acusándoles de “ocultación” de las ideas socialistas. Lo primero que contesta Alberto es que se trata de un “criterio artístico”: “cuando cuarteas una imagen en Photoshop las letras desaparecen”. Las podrían haber pintado después, a mano. “No hemos prestado atención a ello hasta que no nos lo han recriminado —añade—, nosotros nos fijamos en Valentina Tereshkova como mujer, no como representante de un sistema de gobierno”. Las voces críticas les preguntaban si acaso no estaban eludiendo otra posible confrontación política al omitir las siglas. Héctor, que está pintado a su lado, se asoma a la conversación e interroga: “¿Cómo puede ponerse eso en duda en un mural en el que hemos pintado a [la anarquista] Lucía Sánchez Saornil y a [la marxista] Angela Davis?”. Alberto asiente y se hace una pregunta que él mismo se contesta: “¿Quiero limpiar el ideario patriarcal de la URSS? No. Yo lo que quiero es luchar contra el patriarcado”.
El proceso de creación de este mural no es un acto artístico en el que brochas, rodillos y espráis chocan contra una pared, sino que genera un diálogo político constante entre los miembros del colectivo a medida que aparecen bocas, rizos y mejillas. Alberto, Héctor, Jorge, Mark y Javi tienen diferentes ideologías y a la par que se divierten, escuchan música, sueltan chorradas o se meten los unos con los otros, también se confrontan, bajo la mirada de la Montseny o la Campoamor. “Como simples pinceles de este mural, a lo mejor no nos corresponde a nosotros hablar sobre su interpretación”, señala Alberto. “Se nos pide que demos respuestas pero este mural ya no nos pertenece, le pertenece a la gente”, añade, llegando a un punto en común en el que todos están muy de acuerdo.
La gente que pasa por delante, mucha y variada, se dirige al polideportivo. Al otro lado del muro se escucha con fuerza el choque de la pelota contra la raqueta de pádel. Mercedes es una de las más madrugadoras. Se para a ver cómo avanzan las manchas violetas y moradas. En seguida ha reconocido que se trata del mural de Ciudad Lineal. Quizá no saben dónde está Ciudad Lineal, qué tipo de distrito es ni cómo llegar a él pero la obra ha puesto el nombre en el mapa. “Me parece una idea estupenda porque soy defensora del feminismo”, dice. “Es un mural que no debería estar politizado, que deberían replicarlo también gobiernos que no sean progresistas”, añade.
En una ciudad de 23.000 habitantes como es Calahorra, la gente se conoce. Esto es bueno para unas cosas y malo para otras. Ejemplo de lo primero es que Mercedes fue directamente a la concejala de Igualdad y le dijo que debía poner en el mural a una mujer de Calahorra. No hay ninguna, pero en la obra de Antonia Santolaya aparecen siete riojanas. Mercedes se planta delante e intenta reconocerlas. Está Luisa Marín Lacalle, sindicalista cigarrera que peleó por la jornada laboral de ocho horas y que fue asesinada por el franquismo. A su lado, asoma la cantante folk Carmen Medrano, del grupo Carmen, Jesús e Iñaki, que compuso en 1977 ‘La Rioja existe, pero no es’, un himno proautonomía. Después aparece María del Pilar Gutiérrez, conocida como Pilarín, “una artista de la raqueta”, que dice de ella un recorte de prensa de los años 40, raquetista profesional desde los 14 años. Mercedes se da cuenta de que le faltan los nombres para reconocer los rostros: “es una cosa propia de la historia de las mujeres, que estaban en el anonimato y no las reconoces”.
La sigue María Teresa León, comprometida y brillante escritora de la Generación del 27. Carmen Nájera, catedrática de Química de la Universidad de Alicante, la única mujer viva representada en el mural. Más a la derecha aparece una alegoría de Mujeres de negro, viudas y huérfanas de hijos que acudían a la fosa común de La Barranca, hoy memorializada, semana tras semana para recordar a sus familiares represaliados por el franquismo. Y, por último, la dramaturga María de la O Lejárraga, creadora del libreto de El amor brujo de Manuel de Falla, entre otras muchísimas obras de éxito. Nájera no ha podido venir por las restricciones de movilidad, pero habría querido estar para la inauguración: “Es un honor ser reconocida en tu casa, en tu región, que ya es mucho mérito, y estarlo en un lugar público te acerca más a la gente, es algo muy especial”, dice, por teléfono y añade: “ser además la única viva, me impresiona más”.
El reverso negativo de vivir en un lugar pequeño es que es difícil manifestarse públicamente sin ser reconocido, dice Antonia, que ha vivido muchos años en Madrid: “En una mani del 8M en Madrid eres anónima, aquí si sales estás muy significada, te ve toda la familia y por eso en el 8M se sale poco”. Lo que es malo para las mujeres que tienen miedo de visibilizarse como feministas en una comunidad pequeña y que definen como conservadora —aunque recientemente ha cambiado el signo del gobierno y ahora el PSOE ocupa la alcaldía— es bueno para neutralizar los ataques; así opina Paula, una joven vecina de Calahorra que se detiene frente al mural de camino al polideportivo: “El anonimato te ayuda a volverte más radical, por eso no creo que lo que le pasó al mural en Madrid suceda aquí”. Una mujer que pasa con un deportivo caminar rápido junto a Paula grita, a todos y a nadie en particular: “¡muy bonito, a ver cuánto dura!”.
E. M. es vecino de Calahorra. Prefiere no dar su nombre de pila por lo mismo de antes: aquí todo el mundo se conoce. “Hay que plantar este mural en toda pared que haya, ¿no queréis lentejas? Pues toma dos tazas”, dice. “Aquí hay de todo: criticarán el mural pero también va a caer bien, el problema es que la gente buena hace menos ruidos y para atacar algo no hace falta mucha gente, basta con un solo brazo”. A pesar de eso, le extrañaría que “se atrevieran”. Mientras E. habla, su pareja le explica a su hija quién es cada mujer, cuyos rasgos son ya, en este punto, perfectamente reconocibles. Hay una didáctica tras el dibujo que queda en manos del observador. Es un salto al vacío. El mural propone pero quizás aporta más interrogantes que información. Una de las preguntas principales puede ser: ¿quiénes son estas mujeres y por qué no las conozco?
Se acercan al calor del mural, por separado, una mujer y un hombre que sienten una filiación personal con dos de las mujeres representadas. Acuden allí como si fueran a visitar a un familiar recobrado. Dori tiene 71 años y es feminista y activista, forma parte del grupo local Café Feminista. Es nieta de Carmen Villar Aguado, compañera cigarrera de Luisa Marín, sindicalista como ella y asesinada, junto a Luisa, en La Grajera, cerca de Logroño, en 1936. En la pared está Luisa, pero podría ser Carmen. “Es una sensación muy emotiva”, dice Dori, que sabe que cada día pasará por delante del dibujo, de camino a la piscina, y volverá a emocionarse. También ha venido a ver el mural Miguel Correas, vecino del cercano pueblo de Arnedo, maestro jubilado y poeta que compartió mítines con Federica Montseny cuando vivía en Catalunya. A pie de muro, frente al retrato de la que fuera primera mujer ministra en un Gobierno de España, le explica a los artistas cómo hace 35 años hizo un viaje a Toulouse para traer a la fundación que lleva su nombre el archivo de Montseny y cómo, en la frontera de La Jonquera, le preguntaron a qué iba a Francia. Él dio sus razones y preguntó si los agentes sabían quién era ella. “Y no tenían ni idea”, dice Miguel, exultante y orgulloso de ver ahora su rostro en grande, tan cerca de su casa. Héctor le contesta: “Ya verás, va a haber una Federica Montseny en todas las ciudades de España”.
Domingo por la mañana. Suena drum’n’bass en el altavoz de Héctor mientras comienzan a darse los últimos retoques. Marijose de 60 años y María Antonia de 70 se sienten orgullosas y piensan en que sus abuelas lo estarían “aún más”. “A ver lo que dura”, dice Marijose. “Es que hay mucho machismo en Calahorra”, le secunda su compañera. A la luz del sol, los chicos reparan las calvas y las imperfecciones escondidas al amparo de la noche. Todos, salvo Alberto, se dedican a las correcciones. Para este último, ha llegado el momento más delicado: será su mano la que dé el toque final, “rompiendo el cuarteado”, con pinceles y aerosoles, con su estilo personal. “Ahora, solo lo toca él”, dice Jorge, que le observa desde el otro lado de la carretera, sentado en un poyete del cementerio. Se aleja y se acerca una y otra vez para tomar perspectiva, agita el bote en su mano, suena el sonido característico de la bolita de acero contra las paredes metálicas que hace que el producto no se apelmace. Alberto aprieta la válvula y dispara primero contra el suelo para que salga el producto impuro. Después, dirige el espray en el ángulo adecuado, como ha hecho un millón de veces en su vida, y Emilia Pardo Bazán deja de ser un dibujo en la pared para cobrar vida, eléctrica, siempre moderna.
Laureano, de 72 años y María Luisa, de 70, son unos vecinos que pasan por allí cada día en sus paseos cotidianos. Frente al mural, del que se sienten orgullosos, intentan adivinar quién es cada una. María Luisa no entiende qué gana la gente que hace daño a un mural callejero: “Es una obra de arte que no se paga con nada en el mundo”. En esas, pasa un ciclista en medio de un pelotón que grita: “¡Ay, como vengan los de Vox!”. Javi, sin mirarlos, contesta a todos y a nadie: “Pues que vengan”. Allí nadie tiene miedo. Al rato, otro ciclista les lanza: “¡Qué bonito, qué bonito! ¡Me va a dar gusto venir a trabajar así!”, mientras toma, casi derrapando, la curva del cementerio, evitando las ardillas, escapando de la solana.
La obra está a tiempo para la inauguración. “¡Es muy emocionante veros trabajar!”, esta vez no es una vecina de camino al polideportivo sino Raquel Romero quien les anima, la consejera de Igualdad del Gobierno de La Rioja. Para ella “es muy especial” no solo por lo que significa el mural sino también “por la contestación que ha tenido por parte de la extrema derecha y teníamos miedo de que este tipo de actos se pudieran trasladar fuera de Madrid. La significación es mucha porque en La Rioja se había hecho muy poco trabajo no solo en igualdad sino en feminismo, ya que hablar de igualdad sin hablar de feminismo se queda cojo”. Romero define, sin duda alguna, el Gobierno de La Rioja como “feminista” y enmarca la aparición de este mural en el contexto de la tramitación de la Ley de Igualdad autonómica que va a tener “una perspectiva feminista”. Cuando sea publicada, solo habrá una autonomía en España sin una ley de estas características: Madrid.
Además de las representaciones autonómicas y municipales, han venido a la inauguración varios colectivos feministas de La Rioja Baja. Laura, de Café Feminista, siente que este mural, hoy aquí, es “una oportunidad” para el feminismo: “Nos han intentado borrar, pero aquí estamos”. Para Daniela, de la Asociación Luz Ultravioleta, de Arnedo, es “un orgullo” y “un avance”. Ángela, de Horizonte Violeta, de Alfaro, destaca que al fin se ponga cara a las mujeres, en lugar de a los hombres. La alcaldesa de Calahorra, Elisa Garrido, se quejó delante de los periodistas que, al abrir el periódico, solo encontraba un 30% de mujeres: ver un cien por cien de mujeres en un mural, “será una referencia para los jóvenes”, añadió.
Se cargan los restos de pintura en los coches, se recogen los abrigos tirados en el suelo, los que han venido de lejos se vuelven a sus pueblos. Miguel se despide del grupo, les ha traído una botella de pacharán de la tierra, y les dice: “seguid con la lucha feminista porque esa es la que ahora tira de las demás”. Los chavales de Unlogic se sienten cansados, dan la espalda al muro y se van al fin a comer, más bien merienda-cena, a las seis de la tarde. Alberto se descalza en la acera contraria y mira el resultado en la distancia: “estoy cansado pero satisfechísimo, a cada uno que hacemos nos queda mejor”. Dentro de dos semanas, volverán a hacer caer un muro para levantar un mural feminista, muy parecido a este, en Rivas Vaciamadrid. No lo miran mucho antes de irse. “No te puedes encariñar con tu obra —dice Jorge— , la realidad nos ha educado para asumir la temporalidad”.
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