CORONAVIRUS
De liderar las muertes a la vacunación: España da la vuelta a los datos en el final de la pandemia
Hacer balance de una pandemia es algo que ni los expertos se atreven todavía a hacer cuando los registros diarios siguen arrojando fallecidos por un virus que seguirá mucho tiempo entre nosotros aunque provoque menos daños. España atraviesa en estas semanas el final de la fase epidémica. La ocupación de la UCI está en mínimos –en el 2% de las camas de críticos hay pacientes con COVID-19– e ingresan 560 personas a la semana en los hospitales de todo el país. En lo peor de la pandemia los ingresos semanales superaron los 31.000.
Este jueves se ha cruzado otro rubicón: el riesgo de transmisión pasa a ser “bajo” al caer la incidencia por debajo de los 50 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días. Además, se ha confirmado el mejor registro de hospitalizados de la serie histórica: nunca antes habíamos tenido menos de 2.100 personas ingresadas por la infección desde que se registra la capacidad asistencial.
Aunque los expertos avisan de que puede haber repuntes en los contagios, España tiene ante sí la desescalada definitiva y la reconstrucción social, económica y sanitaria. Y los gestores de la pandemia ya empiezan a actuar en consecuencia. Sanidad ha dejado de reunir a todos los consejeros autonómicos de forma automática cada miércoles en el Consejo Interterritorial y desaparece la comparecencia semanal de la ministra Carolina Darias.
Hay países, sobre todo en Europa, que se encuentran delante del mismo reto. En otros, donde la campaña de vacunación va más atrasada –los países más pobres ni siquiera han vacunado al 10% de la población–, las elevadas cifras de mortalidad aún no dejan ver la luz al final del túnel. Lo que está claro es que la evolución y gestión de la pandemia en cada uno de ellos ha sido muy variada.
Las buenas noticias marcan la agenda española desde hace semanas, pero hubo un tiempo no tan lejano en que España ocupaba todas las portadas internacionales por encabezar el número de contagios y de muertes. El triste liderazgo se extendió también a la segunda ola.
El virus entró en Europa por Italia y saltó después a España, Francia y Reino Unido. Las primeras medidas en estos países llegaron cuando la transmisión estaba completamente desbocada. Otros territorios, como Alemania o Portugal, “tuvieron oportunidad de poner en marcha restricciones sin estar tan descontrolados”, recuerda el epidemiólogo Pedro Gullón, que considera que habría que analizar primero “por qué no se detectó que existía esa transmisión comunitaria”.
Gullón opina que “en el imaginario colectivo se ha quedado la idea de que lo hicimos mal o de que llegamos tarde, también en parte porque las olas se adelantaban en España respecto a otros países”. “Aquí, por ejemplo, el verano fue muy tranquilo mientras en Europa los contagios ascendían mucho. Los ciclos estaban desacompasados”, añade.
Gobierno y comunidades autónomas pusieron en marcha hace dos semanas el comité independiente para evaluar la gestión de la pandemia. Sanidad no ha marcado un horizonte temporal de trabajo para obtener los resultados, pero de momento solo se ha nombrado a cuatro coordinadores cuando ha pasado un año de la carta publicada por veinte especialistas de primer nivel en The Lancet que pedía al Ministerio una auditoría externa.
Los “comienzos titubeantes”
Tomando perspectiva, el presidente de la Sociedad Española de Vacunología y recién nombrado representante español en el Comité de la OMS para Europa, Amós García Rojas, sopesa que España tuvo unos “comienzos titubeantes en la gestión” pero ha terminado “como uno de los países mejor situados por la potente estrategia de vacunación”. “Había desconocimiento, el SARS-CoV-2 no vino con un manual bajo el brazo”, disculpa.
España es hoy el decimoséptimo país del mundo con más casos totales por habitante (10.581 por cada 100.000) y el vigésimosexto en muertes (1.827 por cada millón) según el análisis de elDiario.es, basado en los datos de la Universidad Johns Hopkins, que dependen en gran medida de las pruebas practicadas. Hay que tener en cuenta que es complejo sacar conclusiones robustas porque cada Gobierno ha contabilizado los casos con métodos que a veces son difícilmente comparables y existen bolsas de contagios y fallecimientos sin contabilizar, especialmente en la primera ola.
En Europa se reproduce el mismo esquema. España ocupa posiciones más avanzadas en contagios (décimo lugar) que en muertes (decimoquinto puesto). Esto muestra cómo, a pesar de la elevada transmisión del virus durante toda la pandemia, la letalidad ha sido menor que en otros países. Llevándolo a un ejemplo: España ha registrado, desde la llegada del coronavirus, un 36% más de casos por habitante que Italia pero un 16% menos de muertes per cápita.
Algo parecido pasa cuando comparamos las cifras españolas con las de Polonia, Hungría y Bulgaria: han contabilizado hasta el momento menos contagios que España pero han tenido que lamentar más muertos. En cambio, en Israel, Estonia, Países Bajos, Suecia y Serbia se han registrado más contagios por habitante que en España pero la letalidad ha sido menor. Por esto están por encima de España en contagios aunque por debajo en fallecidos por habitante, como se puede ver en la siguiente tabla.
Algunos expertos como Rojas son poco partidarios de las comparaciones por países. Los motivos detrás de los datos no son unívocos. Aunque hay uno que ejerce bastante peso sobre los demás: la vacunación ha cambiado en España por primera vez la relación entre las curvas de casos y fallecidos.
En lo que llevamos de 2021 se han registrado en España un 50% más de contagios que en 2020. Sin embargo, las muertes se han reducido un 30% con relación a los meses de pandemia del año pasado. La reducción es casi a la mitad si comparamos las 35.000 defunciones por coronavirus registradas este año con las más de 68.000 del exceso de mortalidad de 2020 estimado por el Sistema de Monitorización de la Mortalidad (MoMo), una fuente más fiable para contabilizar los fallecidos ese periodo en que no se podían hacer todas las pruebas diagnósticas de COVID-19 ni registrar todas las muertes.
Hay consenso sobre que la respuesta española a la vacunación ha destacado en la escena internacional. La ministra Carolina Darias solía contar en los corrillos los aplausos de los colegas europeos en el último G-20 que reunió a los responsables de Sanidad de los países por cómo se había desarrollado la vacunación y la amplísima aceptación de la inyección entre los ciudadanos.
España fue el territorio con una población cercana a los 50 millones de habitantes que llegó antes al objetivo del 70% de la población vacunada. Ningún lugar con un peso demográfico similar había alcanzado esta cobertura a principios de septiembre. Solo diez países, entre los que se encuentran Portugal, Chile, Dinamarca y Bélgica –todos con menos población– lo habían logrado antes. Se adelantó también a territorios que habían empezado a inocular de manera más temprana las dosis por sus acuerdos con las farmacéuticas como Estados Unidos o Reino Unido por las reticencias de parte de su población a vacunarse.
Un 30% menos de mortalidad en 2021
La reducción intensa de la mortalidad no se ha dado en todos los países de igual manera. En la misma medida que en España ha ocurrido en Eslovenia, en Suecia, en Países Bajos y en Francia. Sin embargo, en Reino Unido los casos se han duplicado de 2020 a 2021 mientras que las muertes solo se han reducido un 14%. La pauta completa allí alcanza al 66% de la población. Pero no solo ahí está la explicación, según García Rojas. “Reino Unido puso de golpe muchas primeras dosis de AstraZeneca pero retrasó muy por encima de la ficha técnica la segunda”.
Estados Unidos tiene una situación aún peor: aunque los casos solo han aumentado un 17% este año respecto al anterior, las muertes se han mantenido igual. Solo el 56% de los residentes están completamente vacunados y el número de fallecidos se acerca a los 700.000 desde el inicio de la pandemia.
Gullón y García Rojas coinciden en que el éxito en la campaña de vacunación española tiene que ver con la priorización por grupos de edad. “Las personas más vulnerables se vacunaron rápidamente y la letalidad ya empezó a bajar a finales de la tercera ola. Fue una decisión acertada ser estrictos con esto y tardar en abrir la convocatoria a más gente aunque en algunos países ya se estaba haciendo”, analiza el primero. “La ciudadanía ha sido magníficamente permeable al discurso científico y ha escapado de otros focos. Eso también es importante recordarlo”, añade el segundo, que pone en valor el “brillante trabajo” del personal sanitario “a pesar de la devaluación de la Atención Primaria”.
La diferencia en la evolución de la pandemia en los distintos países se observa en el siguiente gráfico de mortalidad. Durante todo el año 2020, España era uno de los países donde había habido más fallecidos por coronavirus en relación a su población. A partir de enero, aunque siguieron los decesos por COVID-19 en el país, no lo hicieron al mismo ritmo que en Estados Unidos, Reino Unido y República Checa, que superaron a España en fallecidos por habitante desde el inicio de la pandemia.
La emergencia sanitaria ha durado 18 meses, un año y medio que ha dado para mucha literatura científica de comparación entre países y menos conclusiones claras sobre por qué España está donde está.
Un estudio de la Universidad Johns Hopkins constató en las primeras semanas del estallido del coronavirus la respuesta descoordinada de los países europeos a los brotes. Cada uno tomó medidas restrictivas de forma autónoma en una pandemia que traspasaba fronteras. Italia, la primera gran golpeada, fue pionera en aplicar confinamientos de forma escalonada –el 10 de marzo el país entero tenía limitados los movimientos– y el cese de las actividades no esenciales. España tardó cuatro días en seguir el ejemplo. Francia o Reino Unido se demoraron más.
Cómo gestionó cada país la primera desescalada también ha sido objeto de análisis científico. Un estudio publicado en la revista The Lancet comparó las estrategias para levantar restricciones de nueve países y regiones. Las conclusiones alabaron las burbujas sociales de Nueva Zelanda, el rastreo de Corea del Sur y la inversión de Alemania en su sistema sanitario. A España le diagnosticaron un insuficiente rastreo y la falta de criterios claros para tomar las decisiones.
“Las diferencias entre países desarrollados van a ir siendo más pequeñas cada vez mientras se van ensanchando con Latinoamérica o África”, resalta el epidemiólogo Pedro Gullón, que divide Europa en dos grupos. De un lado los países con impacto más alto, como Francia, Reino Unido, Italia o España. De otro, los que escaparon con una mortalidad más baja como Dinamarca o Noruega. ¿Es una cuestión geográfica? No necesariamente, puntualiza el experto. “Suecia comparte características con sus países vecinos pero se negó al confinamiento y al cierre de fronteras y el impacto fue mucho más alto”.
En el análisis con perspectiva tiene mucho peso otro elemento, según los epidemiólogos: la capacidad de respuesta de los sistemas sanitarios. El español sufrió una tensión muy elevada. Los hospitales llegaron a practicar lo que se conoce en la jerga como “medicina de guerra” y se daban por desahuciadas a personas que en otra circunstancia probablemente habrían salvado la vida si hubiera habido respiradores suficientes. La Comunidad de Madrid o Castilla y León emitieron órdenes para no derivar a ancianos infectados.
Los primeros meses de la pandemia estuvieron condicionados por la falta de material sanitario y también de infraestructuras: desde mascarillas hasta camas UCI preparadas para responder a la exigencia de un enfermo con coronavirus. Los puestos para críticos se estiraron hasta ocupar lugares insospechados. También se situaron en carpas exteriores montadas sobre la marcha ante el colapso de los hospitales. “Reino Unido e Italia vivieron un estrés similar por su capacidad hospitalaria limitada. Alemania, sin embargo, respondió mejor porque su sistema se basa en diferentes seguros que compiten por tener pacientes y había más camas”, concluye Gullón.
Resulta una paradoja que el reto entonces fuera gestionar la escasez y ahora el Ministerio de Sanidad tenga frente a sí la complicación de lidiar con la abundancia. De vacunas, en este caso. El Gobierno centralizará a partir de ahora la recepción para evitar que se echen a perder.
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