El falso documental de Jordi Évole sobre el golpe de estado del 23F ha tocado varias fibras sensibles: la de un suceso clave de la democracia española –aunque incruento y con final feliz–, la del (cada vez más cuestionado) ejercicio periodístico y la del (cuestionadísimo) papel de los políticos. Por eso, quizás, los más activos en las redes sociales –con el efecto multiplicador que implica una audiencia de 5,2 millones de espectadores– hayan sido precisamente comunicadores y representantes públicos.
“Eso no es periodismo”, opina tajante la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Carmen del Riego. “El periodismo se basa en la verdad, y en contar la realidad”, argumenta. “El error de Jordi Évole –apunta– fue presentar este programa a la misma hora que el suyo, que se ha convertido en un referente de información para muchas personas. Los espectadores se sentaron delante de la televisión esperando periodismo. De ahí la indignación con el engaño”.
La desilusión por esas claves históricas que resultaron falsas devino en enfado, en muchos casos más airado cuantos más minutos de falsedad hubiera tragado el televidente. Para Ana Oramas, diputada de Coalición Canaria, “las consecuencias son muy fuertes porque hay personas mayores que sufrieron mucho cuando el golpe y que ahora están dudando si será o no verdad la conspiración que narra el reportaje. Con unos hechos tan graves no se juega”. La legisladora, que el 23F era secretaria de juventudes de UCD de Canarias, al principio mostró en Twitter su asombro y, tras descubrir la farsa, mostró abiertamente su indignación. “Es puro espectáculo”, se reafirma.
“Es una tormenta en un vaso de agua. Y hay que quitarle un poco de hierro al asunto”, tercia Julien Toyer, corresponsal de Reuters en España. Toyer cubrió desde Bruselas la emisión de una ficción televisiva en la que se anunciaba la independencia de Flandes. “Allí sí que provocó un gran debate, que es lo que creo que también se buscaba este domingo. Lograron que gente con mucha solidez se prestara al juego y enriqueciera la discusión con argumentos”.
La Transición es intocable
Sin embargo, en España el debate parece reducirse de momento a si el programa estaba bien o mal hecho o si se puede convertir un suceso controvertido de la historia reciente española en una ficción, como mero ejercicio televisivo. Para Toyer, una reacción tan virulenta “es sintomática de los problemas de la sociedad española para debatir con un calma todo lo relacionado con la Transición. Hay muchos temas que parecen imposibles de afrontar con una reflexión reposada y fría, sin que provoquen pasión y enfrentamiento”.
Que el objeto del falso documental fuera precisamente el golpe de Estado del 23F ha sido para muchos una ofensa y una banalización innecesaria. “Frivolidades, las justas”, ha dicho en el Congreso el coordinador general de IU, Cayo Lara. “Hay que tener mucho cuidado con estas cosas”, porque “el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 no fue una broma”.
“El golpe fue muy serio y contó con complicidades dentro y fuera, por eso su presentación como farsa me parece frívola y peligrosa”, aseguró en su cuenta de Twitter el diputado de Izquierda Abierta Gaspar Llamazares, otra de las voces más críticas con el falso documental de Évole. Y se suma a la apreciación de Lara: “No estaba en política institucional entonces. Era representante de alumnos de medicina, asustado y en la lista negra. No fue una broma”.
Su excompañera de partido en Izquierda Unida, Inés Sabanés, ahora en Equo, relativiza el carácter de intocable de estos episodios. “Nada me quita la sensación de lo terrible que fue. Pero yo no lo entendí como una frivolización”, explica. “Y eso que yo sí me lo tragué completo. Me lo creí de una manera un poco irracional. Primaba en mí más la indignación que la reflexión”, dice entre risas. “Creo que nos tenemos que quedar con la idea de que todos en el fondo creemos que falta mucho por saber, y eso no es nada frívolo”.
“El reportaje es una genialidad. Me parece mentira que haya quien se rasgue las vestiduras con este tipo de programas después de haber visto y oído tantas tramas e historias para no dormir. Hay mucho cinismo”, sostiene Gaspar Zarrías, diputado y miembro de la Ejecutiva del PSOE.
Se vende teoría de la conspiración
El argumento del falso documental de Évole –que el golpe de Estado había sido sólo un montaje urdido para fortalecer la democracia– encajó perfectamente entre los espectadores. Hubo quienes tardaron más o menos en descubrir el engaño, pero en principio nadie puso realmente en cuestión que hubiera podido ser una trampa.
Sabanés, de las más crédulas, reconoce que su experiencia profesional fue la que le jugó una mala pasada. “El tamayazo (la traición de dos diputados socialistas que dieron la presidencia de la Comunidad de Madrid a Esperanza Aguirre), la privatización sanitaria... La falta de transparencia hace que seamos más especulativos”, sostiene.
Como corresponsal, Julien Toyer sí identifica esa tendencia a la conspiranoia de los españoles. “La falta de información alimenta creencias y fantasmas. Te haces tus propias ideas, piensas que alguien está manipulando la información y te esta engañando”, asegura. “Para mí lo más importante de todo es que aún no sabemos quién escribió el guión real del 23F”, apunta José Luis Centella, portavoz de la Izquierda Plural.
“Creo que lo que pretendía el programa era llamar la atención”, contrapone Rosa Aguilar, exalcaldesa de Córdoba y diputada del PSOE. “Entiendo que lo que pretendía Évole era decirle a los telespectadores que no todo lo que se ve es cierto y que, después de tanto tiempo de unos hechos tan graves, sigue sin saberse qué es lo que ha pasado. Esa ausencia de información puede dar lugar a especular y a contar cualquier cosa”.
Pero desconfianza no es conciencia crítica, que es lo que en realidad buscan estos juegos comunicativos. La provocación como forma de mover a la reflexión.
¿Show, periodismo o las dos cosas?
Íñigo Herráiz, exeditor de La 2 Noticias, es el referente más cercano que tiene el periodismo español sobre el revuelo que puede causar una noticia-ficción. En 2012, el informativo emitió una noticia que anunciaba que los principales bancos del mundo habían decidido donar a los gobiernos sus beneficios de una década. En la pantalla se veía, eso sí, un pequeño rótulo: “La 2 Noticias Imaginado por La Fura dels Baus”, pero la confusión que causó la noticia le llevó a pedir disculpas públicamente.
“Partíamos de la base de que nos dirigíamos a un espectador suficientemente maduro”, recuerda Herráiz, hoy en el área de Internacional de RTVE. “En un programa informativo también hay margen para experimentar. ”Y creo que en el caso de Salvados es aún más evidente, porque es un formato televisivo que lleva haciéndolo mucho tiempo. Esto es una vuelta más de tuerca. No creo que pase nada por hacer partícipe a la audiencia. Es arriesgado y valiente. Y nos hace falta mucho más de eso“.
El diputado del PP Gabriel Elorriaga disiente. “Si un periodista como Évole apuesta por la información y la crítica político-social, debe mantenerse en ese ámbito. Hasta ahora había logrado tener bastante credibilidad, como en el cara a cara entre Felipe González y Artur Mas. Pero con ese reportaje creo que ha preferido dar un salto en el abismo. Como show y espéctaculo, desde luego, ha sido todo un éxito”.
Para Herráiz, “la clave es haber conseguido que personas que protagonizaron o sufrieron esos días se prestaran a participar en el programa. Si ellos no lo consideran inapropiado, es difícil pensar que un tema, aunque sensible, pueda ser considerado tabú”.
La falta de conciencia crítica
Julien Toyer vuelve sobre el tema del público, pero, desde su punto de vista, los españoles no están tan preparados. “La conciencia crítica no se construye con un programa de televisión. Hacen falta años, programas con alto contenido educativo, informativos verdaderamente críticos, no alineados con la versión oficial o con la contraria”. De modo que cuando el público se encuentra con una “provocación audiovisual sutil”, como la que proponía el programa de La Sexta, reacciona con la misma virulencia que encuentra en los medios “y se pone de un lado o del otro, sin matices”.
“Recuerdo lo que pasó en Bélgica, que en ese momento estaba al borde del abismo y de partirse en pedazos, y no hubo ni la quinta parte del enfado que hay aquí con temas relacionados con Cataluña o el País Vasco”, compara Toyer.
Carmen del Riego insiste en que lo del domingo no fue un ejercicio periodístico.“El Follonero no era periodismo, sí lo que Salvados hizo el año pasado y por lo que en la APM decidimos darle a Jordi Évole el premio al periodista del año”, dice su presidenta. “Seguro que aportaba más un programa de investigación o que, como buen periodista que es, consiguiera hablar con Antonio Tejero. A eso tiene que dedicarse”, zanja Del Riego. Para ella, el verdadero peligro de lo que ha hecho Évole es que “para justificarse” ha lanzado el mensaje de que muchas veces se cuentan mentiras. “Eso pone en cuestión nuestro trabajo”.
“Yo mismo al principio llegué a dudar de si era verdad y me indigné”, acepta el diputado de Compromís-Equo Joan Baldoví. “Con todo, y reconociendo el éxito del programa y su impacto, creo que todo esto puede afectar a la credibilidad de Jordi Évole. Y eso no es bueno para él”.
Herráiz propone separar la polémica generada por Operación Palace de la crisis del periodismo. “La credibilidad de los periodistas no tiene que ver con esto. No es algo que ha hecho Ana Blanco en el informativo de la noche. Es un guiño a los orígenes más gamberros de Évole. Y quizá los periodistas debamos preguntarnos por qué nuestro trabajo está cuestionado en lugar de criticar al primero que apuesta por hacer algo diferente”.