La falta de lluvias hace que el agua acumulada en lo que va de año apenas sea la mitad de la media histórica
A modo de recordatorio tras algunos meses de bonanza meteorológica, en lo que va de 2019 la cantidad de agua que han dejado las lluvias en la mayor parte de España no ha llegado ni a la mitad de la media histórica desde 1981. En amplísimas zonas como todo el arco mediterráneo desde Girona a Cádiz el porcentaje está incluso por debajo del 25%, según refleja la Agencia Estatal de Meteorologías (AEMET). Baleares y Canarias también se ha dado falta de lluvia prolongada.
Las precipitaciones comenzaron a escasear ya en diciembre pasado: el agua llovida fue solo un tercio de lo habitual. Enero aguantó solo un poco por debajo de la media. En el recién cerrado febrero, las precipitaciones no han aportado ni un cuarto de lo media de los últimos tres años, según el balance de la agencia.
Esta racha seca (un fenómeno climatológico propio de esta parte del mundo) ha llegado cuando, a pesar de que el curso anterior llovió el doble de lo esperable (105% más), no había bastado para llevar las reservas a la media histórica. Los embalses españoles están al 58,5% de la capacidad total. La media del último lustro está en el 65,4%. La de la década en el 67,2%.
“El problema ya no es que no llueva, sino que, con el agua, vamos al día”, explica el ingeniero agrónomo y miembro de Ecologistas en Acción Santiago Martín Barajas. “Ahora llevamos tres meses bajos de lluvia. Es normal en este clima. Lo que no es normal es que, según entra el agua en los embalses, se gaste. Si venimos de un año bueno y no se ha llegado al nivel de la media…. Se ha regado por encima de cualquier raciocinio. En verano, en primavera y en otoño. A mi no me asusta el clima, lo que me asusta es el tremendo consumo”.
Periodos más o menos prolongados con lluvia escasa son característicos del clima mediterráneo que predomina en España. Eso sí, el cambio climático los hace más frecuentes y más intensos. Además, a medida que aumenta la temperatura global se multiplica la evapotranspiración con lo que a iguales precipitaciones hay menos agua. Y en España, la temperatura media ha aumentado casi un grado en diez años (0,89 ºC, según la Agencia Estatal de Meteorología).
El agua –o la falta de ella– es uno de los grandes peligros a los que se enfrenta la España peninsular e insular. Más de dos terceras partes del territorio están calificadas como tierras secas (técnicamente llamada áridas, semiáridas y subhúmedas secas). Esas tierras son las susceptibles de sufrir desertificación, según describe la Convención Internacional de lucha contra ese fenómeno. El 80% de España corre riesgo de convertirse en desierto por el cambio climático en este siglo. Con todo ese cóctel delante, la gestión hídrica ha permitido incrementar la presión: “Se supone que los embalses se construyeron para para acumular agua para cuando no llegue la lluvia, pero el consumo se ha disparado. El uso no se ajusta a la coyuntura”, insiste Martín Barajas. El 85% del consumo de los recursos se va a la agricultura.
La demanda y presión sobre el agua ha crecido mucho. Por ejemplo, en los últimos 20 años, la superficie de cultivos de regadío en Castilla-La mancha ha subido un 46%. En Andalucía un 38%. En Extremadura un 20%. Es una causa principal de que el agua, según llega, sea utilizada llevando a diversos sistemas hidrológicos a situaciones oficialmente de sequía al tener los embalses con poca agua.
Sequía como herramienta
La sequía es un fenómeno consustancial al clima mediterráneo. Sin embargo es un concepto que se ha ido uniendo a situaciones de excepción que precisan y justifican medidas extraordinarias. La cuestión es que, al utilizarse los niveles de los embalses como parte de los indicadores para declarar sequías, y consumirse el agua embalsada para satisfacer unas demandas crecientes, se puede estar perpetuando la sequía mucho tiempo a base de extraer el recurso que va aportándose.
“La sequía no es una maldición bíblica sino algo climatológico que podría manejarse con una gestión del agua más sosegada. Ahora más que demanda hay apetencia de agua”, explica el doctor en derecho administrativo de la Universidad de Extremadura Pedro Brufau que se ha dedicado a analizar el estatus legal de la sequía en España.
Según Brufau, para gestionar este fenómeno, se abusa de la declaración de medidas extraordinarias a base de decretos, “se utilizan los decretos de sequía para acelerar licitaciones”, cuenta. Estas regulaciones especiales están “convirtiendo una situación extraordinaria en ordinaria. Por definición, las medidas y actuaciones que permiten esos decretos ”deberían ser cortos si no, ya es una cuestión estructural y requiere otra gestión de los recursos“. Actualmente, las cuencas del Segura y el Júcar tienen en vigor sendos decretos extraordinarios de sequía declarados en mayo de 2015 y prorrogados hasta, al menos, el 30 de septiembre de 2019.
Brufau apunta a que esta manera de gestionar el agua permite utilizarla como “palanca política” y recurso para acometer ciertos tipos de obras e infraestructuras y, por lo tanto, de gasto. Los planes especiales de sequía permiten saltarse algunas obligaciones legales, entre ellas, mantener el caudal ecológico de los cursos de aguas que alimentan los embalses.
“Permite la gestión por la puerta de atrás y da muchas herramientas a la Administración para seguir primando la satisfacción de la demanda”, cuenta la directora de la Fundación Nueva Cultura del Agua, Julia Martínez. “Si hay más demandas que recursos, estos planes van a permitir que se satisfagan”, alerta.
El Gobierno admitió en noviembre pasado que España va a disponer de un 30% menos de agua en las próximas décadas debido al cambio climático. El proyecto de redactar una ley de transición hidrológica en el que la disponibilidad de recursos marcase la pauta a la hora de consumirlos y no al revés ha sido uno de los planes afectados por el fin abrupto de la legislatura.