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Vivir cerca del aeropuerto aumenta el riesgo de hipertensión, diabetes y demencia por el humo de los aviones

Un Antonov despega del aeropuerto de Barcelona en marzo de 2024.

Raúl Rejón

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Vivir cerca de un aeropuerto donde miles de aviones despegan y aterrizan cada día supone respirar un aire repleto de partículas ultra finas (UFP) salidas de los motores que penetran en el organismo humano. Los daños que causan a las personas comienzan a conocerse: aumentan, al menos, un 20% el riesgo de padecer diabetes y demencia y un 7% la hipertensión arterial, según un trabajo de la organización Transport&Environment basado en datos del Instituto de Salud Pública de Países Bajos (RIVM).

El análisis sostiene que estas partículas ultra pequeñas (con un diámetro inferior a 100 nanómetros, es decir, 1.000 veces más finas que un cabello) podrían asociarse a 280.000 casos de hipertensión arterial, 333.000 de diabetes y unos 18.000 de demencia en el entorno de los 32 principales aeropuertos europeos: una población de 52 millones de personas que viven en un radio de 20 kilómetros de las pistas.

T&E toma el trabajo del Instituto neerlandés para el aeropuerto de Schipol en Ámsterdam y lo aplica a las 32 infraestructuras con más tráfico aéreo, superponiendo las poblaciones que viven en su área de influencia en tres coronas concéntricas: 5 km, de 5 a 10 km y de 10 a 20km de distancia.

Las partículas ultrafinas, debido a su menor tamaño, pueden penetran más profundamente en el cuerpo, entrar en el torrente sanguíneo y alcanzar órganos internos como el cerebro y la placenta

Informe Efectos de la aviación en ciudades cercanas a aeropuertos Transport&Environment

Madrid, Barcelona, Palma y Málaga están entre los escogidos. En el entorno de estas cuatro infraestructuras con más vuelos en España viven unos ocho millones de personas afectadas por aire con partículas ultrafinas.

Se han centrado en las UFP porque “debido a su menor tamaño, pueden penetrar más profundamente en el cuerpo, entrar en el torrente sanguíneo y alcanzar órganos internos como el cerebro y la placenta”, subraya el informe.

Las micropartículas (sean del tamaño que sean) salen del uso de combustibles fósiles en los motores de las aeronaves. Las PM10 y las PM2,5 son más conocidas e incluso la normativa europea de calidad del aire contempla límites para estos tóxicos. Sin embargo, las UFP han pasado más desapercibidas hasta la última revisión de la directiva de la UE que pide que se monitoricen, aunque no traza umbrales.

Despegue y aterrizaje, lo más 'sucio'

Dentro de todo el proceso de contaminación asociada a los aviones, el momento del despegue y el aterrizaje es uno de los más sucios. Se calcula que hasta el 14% de todas la partículas ultrafinas emitidas por la aviación se producen en el breve tiempo de tomar o abandonar tierra. Y estas operaciones se realizan en las zonas más cercanas a la población. También estas partículas de los aviones se expanden más que las que salen de tubos de escape de vehículos por carretera, según un estudio del perfil de las micropartículas llevado a cabo por la Universidad de Washington.

“El estudio del RIVM halló fuertes asociaciones entre la exposición a largo plazo a las UFP y los casos autodeclarados de diabetes, y con el uso autodeclarado de medicación para la hipertensión y la demencia”, puede leerse en el estudio. También se relacionó, a corto plazo, un empeoramiento de los problemas respiratorios y el incremento de uso de medicinas contra el asma.

Los ciudadanos más en riesgo son, lógicamente, los que viven a menos de 5 km de los aeropuertos. En esas áreas, las concentraciones de micropartículas se mueven en un promedio de 5.000 por cm3 de aire. En Heathrow (Londres) y Charles de Gaulle (París) se llega a las 10.000. En Madrid rebasan las 8.000, en Barcelona las 6.000, en Palma las 4.000 partículas y en Málaga su promedio en el área de los 5 km es de 2.000 por cm3 de aire.

En este radio de influencia, al comparar con el resto de la población, los científicos del Instituto de Salud Pública de Países Bajos observaron que las probabilidades de desarrollar una demencia o diabetes eran más de un 20% superiores en los vecinos aeroportuarios. Para el caso de la hipertensión, el estudio detectó un 7% más de riesgo.

Después se han llevado esos resultados a otros puntos para ver el efecto de la UFP a nivel continental. Los dos factores más importantes a la hora de evaluar los daños de estos tóxicos en la salud son el volumen del tráfico aéreo y la densidad de población: muchas operaciones y muchas personas cercanas resultan en más problemas de salud.

En este sentido, los grandes hubs internacionales de Londres y París presentan datos preocupantes, pero el aeropuerto de Lisboa, muy cercano a la ciudad aunque con mucha menor actividad, “tiene un alto impacto en la población”.

Los aeropuertos de Madrid y Barcelona aúnan los dos factores: tienen un alto número de vuelos y una alta densidad de población en la corona más cercana, la de menos de cinco kilómetros a la infraestructura: 207.000 ciudadanos en el caso de Barajas-Adolfo Suárez (para un total de 3,9 millones en la corona de 20 km) y 159.000 habitantes en El Prat barcelonés (con una población afectada total de 2,7 millones de personas).

“Lamentablemente, vivir cerca del aeropuerto puede enfermarte”, dice el responsable de Transportes en Ecologistas en Acción, Pablo Muñoz. “Las políticas han ignorado esta crisis sanitaria oculta”, remata.

T&E aboga por forzar un cambio en los tipos de combustible que utilizan los aviones para que estos lancen menos contaminantes. Ahora el 99% de este fuel se obtiene del petróleo crudo. Su contenido de azufre determina la cantidad de partículas que libera. La organización afirma que si se utilizan los llamados combustibles sostenibles, “se reducirían el 75% de las partículas y el 90% de la masa total”.

A pesar de las consideraciones sobre combustibles, la organización aclara que es más directo apuntar al número de vuelos: “El crecimiento del transporte aéreo constituye la medida más eficaz para reducir las emisiones y la contaminación atmosférica del sector. Establecer topes a las operaciones y sustituir vuelos cortos por alternativas ferroviarias”.

Es esencial reducir el tráfico aéreo y paralizar las ampliaciones de aeropuertos para mitigar los impactos sobre la salud de millones de personas

Pablo Muñoz Encargado de Transportes en Ecologistas en Acción

En este sentido, Pablo Muñoz habla con la mirada puesta en España al reflexionar que, trabajos como este apoyan que “es esencial reducir el tráfico aéreo y paralizar las ampliaciones de aeropuertos para mitigar los impactos sobre la salud de millones de personas”.

Se refiere el ecologista al proyecto de convertir el aeropuerto de Madrid en un nodo internacional que llevaría las operaciones aéreas a un nuevo nivel. Las previsiones del Gobierno son que ese plan incremente los pasajeros anuales de Barajas de los 60 millones actuales a los 90 millones en 2030. Y eso se consigue a base de más vuelos.

En contraposición a la opinión de Muñoz y T&E, el presidente de Aena, Maurici Lucena, ha defendido que “el transporte aéreo es fundamental para el desarrollo económico y social de España”.

El pacto de gobierno entre PSOE y Sumar citaba el impulso a la “reducción” de vuelos cortos nacionales si tienen alternativa por tren de menos de 2,5 horas para reducir emisiones de CO2 a la atmósfera. Hasta ahora, la medida sigue solo escrita. 

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