El alquiler público de bicicleta en Madrid está a punto de llegar. Sólo ha acumulado cuatro años de retraso desde que el entonces alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, anunciara su implantación en 2010. El sistema público de arrendamiento ciclista está, en realidad, privatizado y adjudicado a dos uniones temporales de empresas (UTE). Tuvieron que aceptar ese encargo para ganarse los contratos de gestión “integral de movilidad”.
Las UTES –por un lado Dornier, API Movilidad, Vinci Park Servicios Aparcamiento, SETEX Aparki y Electronic Trafic y por otro Estacionamientos y Servicios, Valoriza, Tevaseña y Montajes y Obras– tienen que gestionar 1.560 bicicletas eléctricas y 120 puestos con 3.120 anclajes (todo dentro del perímetro de la M-30).
El Ayuntamiento estableció que para acceder al servicio haya que darse de alta por 25 euros al año (15 para los que tengan abono transportes) y pagar 50 céntimos por trayecto. Los no abonados podrán usar la bici por dos euros cada viaje.
Madrid no es una urbe puntera en lo que el ciclismo ciudadano se refiere. Según los datos del Informe de Movilidad municipal, los desplazamientos en bici “no llegan al 1% del total de desplazamientos en modos mecanizados”. En 2012 fueron 71.468. Desde luego está lejos del 2% de Barcelona, el 3% de Zaragoza o el 6% de Sevilla. Abismal la diferencia con Ámsterdam (Holanda): 50%. Eso sí, en 2009, esos trayectos en bici eran 43.818.
El Consistorio asegura que la capital tiene “316 kilómetros de vías ciclistas, 1.167 aparcabicis y 76 líneas avanza-bici en los semáforos”. Lo que ocurre es que la panoplia de “vías ciclistas” es amplia y, en ocasiones, de dudosa eficacia. En Madrid hay un anillo ciclista, casi por la periferia, que suma más de 60 kilómetros. Pero no va a ninguna parte. Es un rodeo lúdico por la ciudad. De igual manera, en Madrid Río, el parque junto al Manzanares que cubre la famosa M-30 subterránea, el espacio está atravesado por 14 kilómetros de paseo que también están sumados en el Mapa Ciclista oficial. Pero ese carril es, en palabras del Ayuntamiento, una “vía ciclable” donde las bicicletas han de adaptarse al tránsito de los paseantes –en ocasiones una muchedumbre-.
La acera-bici madrileña
El catálogo de vías del consistorio incluye el concepto de acera-bici. Carriles incrustados en el espacio peatonal. Pueden ser como el de la famosa calle Serrano, que tras la multimillonaria remodelación vio aparecer una acera de 1,25 metros de ancho donde dividir ambos sentidos de la marcha. O 1,9 kilómetros en otro eje (General Ricardos) que, de repente se ve cortado por la marquesina de una parada de autobuses. También hay trayectos mejor planteados, como el de Pasillo Verde Ferroviario que reservó 2,5 metros de ancho para permitir una circulación holgada de bicis.
La última aportación del equipo de la alcaldesa Ana Botella ha sido la M-10. Un pretendido anillo ciclista por el centro de la capital de más de 10 kilómetros. Utilizado por Gallardón como reclamo electoral en mayo de 2011, iba a permitir “utilizar la bicicleta como medio de transporte gracias a carriles reservados en los bulevares y las rondas que bordean la almendra central de la capital”. Botella lo presentó otra vez en septiembre de 2013.
Un paseo por ese anillo permite comprobar que se trata del mismo carril de tráfico que ya existía, flanqueado por el carril bus a un lado y otros carriles para motores al otro, con una señalización cada cierto espacio en el que se indica velocidad a 30 km/h. Nada más (es cierto que la ordenanza de Movilidad impide a los coches adelantar bicis dentro de ese carril).
La asociación de ciclistas urbanos Pedalibre lleva años promoviendo el uso de la bici. En su opinión, la movilidad ciclista mejorará, sobre todo si el Ayuntamiento consintiera que los ciclistas circularan en sentido contrario en las calles estrechas de único sentido en áreas de prioridad residencial –que reducen el tráfico a motor- y “se hiciera cumplir la velocidad de 30 km/h”. También consideran importante permitir que las bicis ocupen el carril-bus (ahora prohibido) en los tramos descendentes y que se abran espacios protegidos para los ciclistas en las cuestas arriba.
En su opinión, conseguir un Madrid ciclista puede pasar por consentir que los menores usen las aceras con sus máquinas y facilitar físicamente “el acceso a los trenes y el metro”.