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Mucho sedimento para ser una derrota

  • Primer capítulo íntegro de 'Las 10 mareas del cambio', de Juan Luis Sánchez, un libro que mezcla ensayo y reportaje para dar claves sobre los nuevos discursos sociales y las nuevas formas de vivir la política.
  • El libro ya está a la venta, y es gratis para los nuevos socios de eldiario.es

“La marea verde está muerta”. Pues vaya forma de empezar un libro sobre mareas.

Cruz Díez es profesora de inglés de treinta y dos años en un instituto de Madrid y una de esas personas que un día se miró al espejo y se dio cuenta de que se había convertido en una activista de camiseta verde y ¡Wert, dimisión! “Me ha llevado meses asumirlo, pero está muerta. No he querido reconocerlo hasta hace muy poco, pero está muerta”, insiste. “Hemos hecho de todo, yo creo que no nos ha quedado nada por intentar. Hemos probado por lo legal, en la calle, sensibilizando, dejándonos el sueldo con las huelgas... y no ha funcionado nada, todo está igual o peor”.

Vamos a pensar en que Cruz está en un momento malo, que es una depresión pasajera personal. Ella y otra mucha gente como ella lleva desde verano de 2011 pegándose con un muro. Se pararon de pie delante de un tanque, que no se detiene como en la imagen de Tiananmen sino que les obliga a retroceder unos metros para de nuevo plantar el pie en el suelo e intentarlo de nuevo: venga, ¡arróllame! Y que el tanque no se para. Oye, y que les arrolla. Y ya no pueden más.

La aprobación de la última Ley Orgánica para la Mejora de la Ley Educativa (LOMCE) ha sido una puntilla dolorosa. La polémica entre nacionalismos ha centrado mucho el foco, dejando desapercibidos otros aspectos que pueden transformar por completo la educación pública, como bien han analizado Beatriz Lucas o Natalia Chientaroli en eldiario.es.

En primer lugar, el anteproyecto trata la educación como una fábrica de empleo, la define como un estado previo al laboral y centra ahí el espíritu de la ley y de “un futuro mejor”. La LOMCE no habla de comunidad educativa, pero sí que identifica a empresas privadas como reguladores o prestadores de servicios y parte del Sistema Educativo Español. La nueva norma elimina Educación para la Ciudadanía, aumenta la carga horaria de Religión e incluye una asignatura alternativa, Valores Culturales y Sociales.

Y más. La Ley Wert abre la puerta a que determinados centros elijan a su alumnado según su rendimiento académico en las enseñanzas obligatorias. Ya no habrá Selectividad, aunque sí reválidas antes de terminar la secundaria. Ahora las universidades tendrán mucha más responsabilidad en la selección de sus alumnos, podrá evaluar su trayectoria curricular, sus evaluaciones y podrán hacer procedimientos de selección propios.

Además, para que no vuelva a pasar como en Andalucía o Cantabria, que han retirado la subvención a colegios concertados que separaban niños y niñas en clase, la norma incluye un artículo que evita que ese tipo de escolarización deje de recibir dinero público. La redacción es un ejercicio de cinismo muy poco depurado: “No constituye discriminación la admisión de alumnos o la organización de la enseñanza diferenciada por sexos, siempre que la enseñanza que impartan se desarrolle conforme a lo dispuesto (...) por la Unesco (...). En ningún caso, la elección de la educación diferenciada por sexos podrá implicar para las familias, alumnos y centros correspondientes un trato menos favorable ni una desventaja a la hora de suscribir conciertos con las Administraciones educativas o en cualquier otro aspecto”. Discriminar por sexo no es discriminar pero no dar subvenciones a colegios que separan por sexo sí lo es.

El funcionamiento democrático diario de los colegios sufre un buen tijeretazo. El director tendrá mucho más poder, el claustro de profesores pesará menos para elegirle en detrimento de las consejerías de Educación y, duro golpe, el Consejo Escolar, donde estaban profesores, dirección y alumnos, deja de ser un órgano decisivo y pasa a ser algo meramente consultivo. Y mucho más.

Cuando uno va justo de fuerzas, lo que peor recibe no son los golpes sino los cambios de ritmo. El 9 de mayo de 2013 los profesores hicieron huelga y se concentraron contra la LOMCE, justo tres días antes de la gran convocatoria del 15M para reafirmarse en su segundo año de reivindicaciones.

Al día siguiente de la huelga, el Gobierno posponía la aprobación de la también llamada Ley Wert. Era, en realidad, una patada hacia adelante para evitar un combo que podría producir un estallido social: huelga general en la Educación + aprobación de la ley + gran convocatoria del 15M. Todo en tres días.

Ese cambio de ritmo, ese driblaje, fue muy efectivo: sacó la ley del debate quincemayista de aquel domingo 12 de mayo, evitó que se convirtiera en el pegamento que, por otra parte, faltó en una concentración mucho más escasa que otras, que dejó cierto sabor a fin de ciclo que aún paladean muchos activistas.

El proyecto de ley se aprobó en el Consejo de Ministros una semana después, el 17 de mayo de 2013. Fue un mazazo de fin de curso, coincidiendo con el momento en

que perder clases es más delicado, con exámenes por hacer, trabajos por entregar y horas que aprovechar para cumplir con la programación académica. Cuando la capacidad de movilización, por tanto, es menor, como también se ha hecho con la subida de tasas universitarias.

Y sin embargo fue precisamente un momento similar, de baja guardia, el que vio nacer la marea verde. Nadie esperaba que de las famosas vacaciones de verano de los profesores surgiera la mayor movilización de la comunidad educativa en la historia de España.

Cómo empezó todo

Se esperó a que los profesores se fueran de vacaciones. Cuatro días después de que los colegios cerraran para el verano de 2011, la Comunidad de Madrid envió una circular con instrucciones para el siguiente curso académico, con fecha 4 de julio de 2011.

“Estaba en Córdoba, en casa de mi familia, cuando recibí el papel. Inmediatamente comprendí lo que significaba y me puse a gritar, se me descompuso el estómago...”, recuerda Cruz Díez, la profesora de inglés. “Lo del estómago no lo cuentes, que fue muy desagradable”.

Lo que decía aquel papel es que los profesores de plaza fija en educación secundaria tendrían que dar clase dos horas más a la semana. De 18 horas semanales a 20 horas semanales. Lo que en realidad significaba aquel papel era que cientos de profesores interinos en Madrid no renovarían su plaza porque sus horas iban a ser cubiertas por los que aumentaran su horario. Y que la calidad del tiempo dedicado a los alumnos, por tanto, se resentiría. Que los profesores trabajarían más tiempo dentro de las aulas y menos preparando clases, en tutorías o asistiendo a alumnos en dificultades.

¡No os dais cuenta de lo que significa este papel!, gritaba Cruz Díez a su familia. Puede que la familia de Cruz no lo pillara al vuelo, pero Cruz no estaba sola. Ese mismo día, probablemente en ese mismo momento, miles de personas tenían ese papel en la mano y pensaron lo mismo que la profesora de inglés. Había comenzado el rugir de la primera ola de algo que aún no tenía nombre ni color.

La eclosión del 15M estaba muy cerca. Habían pasado 15 días desde que la acampada de Sol se levantara, se habían parado los primeros desahucios en Madrid y la manifestación del 19 de junio había sido sencillamente apabullante, con ríos que llevaban personas a miles hasta el centro de la ciudad desde barrios y pueblos de toda la comunidad y con manifestaciones masivas en muchas más ciudades. En aquel momento, el 15M apostaba por la estructura federal de asambleas. La exposición mediática las había convertido en un formato de moda, en una fórmula renovada de proceso político. Así que los profesores que acudieron, con el papel en la mano, a sus foros especializados de Internet se convocaron a una asamblea. Se realizó en el IES Beatriz Galindo, el 20 de julio y duró tres horas. El salón de actos se quedó pequeño.

Según el acta de aquella reunión se decidió promover una movilización que fuera “planificada, inteligente y organizada”, “capaz de transformar la indignación del profesorado en respuesta” y “no en lamento”; que implicara “al alumnado, a las familias y a la sociedad madrileña”. Ahí comenzó todo.

El otoño se llenó de camisetas verdes con un mensaje: “Educación pública: de tod@s, para tod@s”. La lógica del marketing político dice que primero se piensa el concepto de ser una marea, luego se elige un color para identificarla y, finalmente, se producen los materiales de propaganda, como la camiseta. Pues en este caso fue justo al revés: primero fue la camiseta, luego la movilización, luego el color y luego el concepto.

Por partes.

En mayo de 2011, el 15M revienta las costuras de la vida política institucional. Eso lo sabemos. Pero también revienta la de los movimientos sociales tradicionales, empezando por la manera de expresar el mensaje. En Sol se reinventó el imaginario y la iconografía de la política popular; la “estética de la revolución”, como se ha escrito, había cambiado.

Por eso, una camiseta de tipografía boceteada y, sobre todo, que usa la arroba para incluir a todos y todas en una sola palabra... No. No pegaba que fuera producida al calor del 15M. Y no lo había sido.

La camiseta verde con la inscripción “Escuela pública: de tod@s, para tod@s” nace mucho antes que la marea verde: se la inventa la Plataforma por la Escuela Pública de Vallecas, creada en 2007, que la usa para pequeñas movilizaciones o acciones convocadas en los muchos años de gota malaya y recortes.

El 10 de mayo de 2011, Carmen Robles, orientadora del IES Arcipreste de Hita, acude a supervisar un examen de Conocimientos y Destrezas Indispensables para Educación Primaria, que se realiza en un colegio concertado, el Liceo Cónsul, con alumnos de varios institutos. Carmen decide ir con una camiseta verde de la plataforma de Vallecas en defensa de la educación pública. La directora del centro concertado eleva una queja al inspector de la Consejería de Educación porque considera inapropiada que utilice el aula para una reivindicación. Días después, la Consejería impone a Carmen Robles una sanción.

Este hecho levanta ampollas entre parte del profesorado más activo de Madrid. A finales de junio, justo antes de las nuevas instrucciones que lo harían estallar todo, se abre una página de Facebook convocando a todos los profesores a que lleven esa camiseta en el primer día del curso siguiente.

En la primera asamblea de profesores, ese 20 de julio de 2011, alguien recuerda la existencia de ese grupo. Y recuerda la existencia de esa camiseta, y de por qué es un símbolo de desafío a la privatización de la Educación. Es en ese momento en el que se propone que como acción individual que se use la camiseta verde en las acciones de esta nueva movilización. La camiseta y el verde constan en acta.

La construcción del movimiento tenía repuntes mediáticos, pero todavía era subterránea. Un ejemplo: días después de la primera asamblea, varios medios de comunicación publicaban sobre la marea verde. Pero no, no era la de la Educación: “Decenas de jabalíes muertos reavivan la alerta por la marea verde”, decían los titulares. Se referían a la contaminación del agua en la provincia francesa de Bretaña por la ganadería intensiva. Vamos, nada que ver con la educación pública.

Los usos anteriores de “marea verde” datan de 2009, cuando los ojos de todo el mundo estaban puestos sobre una revuelta a menudo bastante olvidada en las cronologías que van de Tahrir a Sol, de Túnez a Taksim, la de la juventud en Irán. A partir del 13 de junio, una multitud ocupó durante días las calles de las grandes ciudades iraníes para denunciar un posible fraude electoral en la victoria del presidente Mahmoud Ahmadineyad en unas apretadísimas elecciones. La protesta se autodenominó Movimiento Verde porque tomaba el color asociado a la candidatura del opositor Mir Hosein Mousavi. De ahí salió la metáfora internacional de la Green Wave (la ola verde) y la traducción al español subió la apuesta: fue la marea verde iraní. Poco después, en 2010, el candidato del partido verde colombiano a las presidenciales de 2010, Antanas Mockus, que levantó expectativas no cumplidas por su carisma y capacidad de impacto en redes sociales, también usó la “marea verde” como concepto sobre el que construir una base social.

Toda esa información previa rondaba la cabeza de los que una buena tarde de agosto se pusieron a debatir en Twitter y en foros de profesores, “La idea desde el principio es que esto no era una movilización sindical ni por motivos laborales, sino de toda la sociedad”, me cuenta Fernando J. López, profesor de Literatura en el IES San Juan Bautista de Madrid, además de dramaturgo y escritor. “Necesitábamos un símbolo, un icono, una metáfora que expresara que queríamos estar en todas partes con todo el mundo. Y algo que fuera atractivo para los medios, que muchos están controlados por el poder económico que está detrás de todo este deterioro de lo público”, explica. “Y vimos que el término marea era de suma”, recuerda sin saber precisar exactamente de quién, exactamente de dónde surgió la idea.

El estado de ánimo de Fernando está tocado, como el de Cruz. “El problema de las mareas es que suben y bajan, son irregulares... y estamos muy desgastados”, dice Fernando. “Miras a tu lado y dices... bueno, a ver si salta alguna chispa, algo que de nuevo nos haga ponernos a trabajar. Porque ya sabemos cómo hacerlo. Ya sabemos a quién llamar”, explica Cruz. “Yo creía que esa chispa iba a ser la LOMCE, pero no... se ha aprobado y no ha pasado nada”.

A veces la chispa no tiene que venir como reacción a un gran gesto importante. Volviendo a los inicios: aquel agosto de 2011 una anécdota se convirtió en el catalizador mediático que arremolinó definitivamente la empatía alrededor de los profesores verdes. El gobierno de la Comunidad de Madrid, para contener una posible protesta, envió una carta a todos los docentes de secundaria para explicar las medidas tomadas. La carta estaba firmada por Esperanza Aguirre y tenía faltas de ortografía. ¡Sí!

¡La presidenta que quería recortar en educación pública para hacerla “más eficiente” escribe con faltas a los profesores! Demasiado bueno para no ocupar titulares de verano y sarcasmos en red. La carta, sin duda, no la escribió Aguirre sino algún asesor con prisa y mal supervisado. La carta, sin duda, es una anécdota. Pero de anécdotas así está lleno el surgir de las mareas.

El 31 de agosto, más de un mes después de la primera asamblea y tras semanas de polémica en todos los medios —muchos intentaban apuntalar el discurso de que el problema era que los profesores, esos vagos, no querían trabajar dos horas más— se celebra la segunda asamblea de profesores, en la sede de CCOO. Era el día antes de que comenzara el curso, ya no quedaba nadie de vacaciones, y la afluencia fue tan masiva que cientos de personas quedaron fuera de la sala, más que pensada para reuniones de este tipo. Como solución, un grupo hacía de mensajero y trasladaba a los que no habían podido entrar y esperaban en la puerta lo que se vivía dentro.

Dentro se vivía, por cierto, mucha tensión. Hasta el punto que por allí apareció Jordi Évole, el director del programa Salvados de La Sexta y uno de los periodistas que más ha hecho por explicar el descontento ciudadano, y cuando intentó subirse al escenario para grabar un vídeo mientras tomaba la palabra, fue recriminado por muchos de los asistentes. En aquel momento, Évole todavía no significaba todo lo que hoy significa. “Yo no... vamos, que no sabía quién era el Follonero”, reconoce Cruz, “y aquel no era el momento para el humor, la verdad”.

“Los sindicatos nos han frenado”

Parte de la tensión venía dada por la relación entre los profesores, organizados en federación de asambleas, y los sindicatos. La primera acta de la primera asamblea está redactada con membrete de CCOO; la segunda gran asamblea se organizó en la sede de Comisiones, y la tercera, a mediados de septiembre, en la de UGT. “Pero era una relación instrumental: esos sindicatos son los únicos que tienen estructura para convocar a todo el mundo a una reunión o a una huelga, y que se enteren los miles de profesores que hay en Madrid”, dice Cruz Díez. “Pero muchas veces nos han frenado; hemos intentado convocar cosas para un día determinado y nos decían que no, que ese día no les convenía a ellos porque estaban negociando otras cosas”, explica. Muchas más personas que no merece la pena citar solo para sostener esta afirmación se lamentan de que los sindicatos tienen mucha culpa de que la marea verde se estancara y que produjera más ruido que conflicto real.

La tercera asamblea en la sede de UGT fue especialmente desagradable. “Yo creía que nos matábamos unos a otros”, recuerda Cruz. Antes de esa asamblea, y ante la previsión de que se quisiera decidir allí la convocatoria de una huelga, los sindicatos mayoritarios pidieron que todos los profesores completaran una encuesta. Eso suponía hacer un referéndum a decenas de miles de personas. Fueron días de trabajo coordinado y muy complejo, montañas de papel. Los datos empezaron a escrutarse durante la asamblea. “Salió que el 80% estaba a favor de hacer una huelga indefinida todos los martes, miércoles y jueves hasta que se retiraran las medidas del gobierno regional”, recuerda Cruz Díez. “Y en ese momento, los sindicatos nos dicen que, bueno, la encuesta en realidad no está bien planteada y que habría que hacerla de otra manera”. Aquello sentó mal.

Muchos profesores creen que los sindicatos mayoritarios, UGT, CCOO y también el Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza (STE) vieron que aquella movilización les estaba adelantando por la derecha (o por la izquierda) y poniendo en entredicho su liderazgo social. Otros muchos creen que simplemente se estaban dejando arrastrar por agrupaciones más conservadoras como ANPE, mayoritario en colegios concertados, o CSIF, en nombre de la “unidad sindical”.

Mientras tanto, una enorme “Red Verde” de asambleas arraigaba por todos los centros públicos de Madrid, no sin dificultades. El panorama ideológico dentro de los colegios no era sencillo. Por un lado, una generación de profesores que participaron en las huelgas de los años 80 y que acabaron muy desengañados, muy quemados, muy resentidos, muy distantes, muy hastiados; abandonaron partidos y sindicatos. Por otro, otra generación de profesores jóvenes que, como el resto de sus coetáneos, se han criado de espaldas a la política, impregnados de valores de progreso que ahora se han partido por la mitad. “Estábamos dormidos, anestesiados”, reconoce Cruz.

La política piel a piel rompió esas resistencias. “Empezamos a trabajar entre compañeros, no con nadie que viniera de fuera. Era una relación entre iguales donde descubrías una nueva dimensión de la persona a la que quizá conocías hace años”, cuenta Cruz. “Ese amor que se gesta ahí es tan real, tan de verdad, te sientes tan cerca...”. Cruz fue elegida por sus compañeros como representante de su centro en las asambleas de zona. Y luego junto a otra persona representante de su zona ante la gran asamblea de profesores, en la que con vértigo hablaba en nombre de los compañeros, padres y alumnos de más de 15 institutos, a los que hay que sumar los colegios de primaria.

Un tuit de Fernando J. López, el profesor de Literatura, del domingo 4 de septiembre decía: “El verde ya no es el color de la esperanza, sino de la ilusión por una escuela pública digna y de calidad #mareaverde”; añadía un link a su blog, a un texto titulado la “Marea Verde” y que se mueve masivamente en Twitter. Ya hay camiseta, movilización, color y formato. La marea, que convocaría huelgas, manifestaciones y acciones, primero en Madrid. Luego se fueron contagiando profesores del resto de España, que pedían camisetas verdes a la plataforma de Vallecas, agotadas cada tanto.

La marea fue amarilla en Catalunya porque el verde ya lo tenía el movimiento antidesahucios, más arraigado allí desde el principio. Y porque, como han contado los compañeros de Catalunya Plural, a finales de septiembre de 2010, David Guerrero, vecino de Badalona y presidente del AMPA de una escuela local, diseñó una camiseta en la que aparecía, sobre un fondo amarillo, el lema “SOS Educació” después de que el ayuntamiento suprimiera prestaciones en actividades deportivas o eliminara el uso de un teatro municipal para actividades escolares. “Aquellos recortes nada tienen que ver con los actuales, pero aún así los maestros y las familias de la ciudad decidimos entonces hacer un frente común para defender la escuela pública”, recordaba Guerrero sobre los inicios de la protomarea, una alianza inédita entre docentes y familias.

“Nada habría sido posible sin Internet”, nos dicen varios profesores de la marea. Ser profesor implica estar mucho tiempo rodeado de gente, pero muy poco rodeado de compañeros de trabajo. Las horas en común, en el patio o en la sala común son escasas, y en Madrid desde la entrada en vigor de la reforma que lo desató todo, más aún. Eso hace que para la marea verde el uso de Internet fuera aún más importante. Lo que hay que decirse, a veces es más sencillo decirlo al llegar a casa por correo o chat que a la cara o programando reuniones. “Ahora en el instituto tenemos una lista de correo que nos resulta muy útil para cualquier cosa”, explica Cruz.

Las listas de correo sirven para mantener una conversación constante y ágil entre grupos de personas conocidas, que tienen que tomar decisiones o mantenerse informadas de manera discreta. Existen listas de correo para el profesorado de un centro, pero también para unir a representantes de diferentes centros, o una donde están los padres, los alumnos... Todas surgen por iniciativa propia, no son herramientas oficiales.

Una capa por encima de esas listas de correo está Facebook, que los profesores han utilizado sobre todo para mantener el contacto con otros profesores, a través de grupos o páginas. Facebook es un buen creador de comunidades basadas en una causa, que va enriqueciéndose con la participación de gente que empieza a conocerse e interactuar gracias a ella. Y por último está Twitter, esa jungla ruidosa en la que los más valientes salen a defender su pensamiento frente a lo que pueda venir, a alertar al resto de la sociedad conectada de cualquier novedad que pueda pasar desapercibida, a montar campañas de propaganda viral a través de etiquetas.

Las listas para el trabajo, Facebook para reafirmarse y Twitter para hacer lobby. “Sin Internet, no habríamos pasado de una pequeña protesta local. No sé cómo hacían esto antes”, dice entre bromas Cruz.

Perder clases o perder derechos

“Yo entiendo que la gente sea escéptica y que les cueste creerlo, pero no nos manifestamos por una cuestión laboral”, explica Cruz. “Zapatero ya nos había bajado el sueldo como funcionarios un 5% y, bueno, no pasó gran cosa. Pero este recorte tocaba a los alumnos, tocaba a la calidad de la enseñanza”.

Fernando lo dice con otras palabras: “es la primera vez que nos movilizamos por lo común y no por lo dispar. No nos movilizamos a través de un partido o de un sindicato, no defendíamos nuestros derechos laborales. Es más, ni siquiera la situación laboral de muchos de nosotros es para quejarse. Pero sí que tenemos una causa superior, un bien público que une a catedráticos universitarios e interinos de secundaria, a padres y alumnos”.

La repolitización de los profesores ha sido brutal. “Yo había ido a manifestaciones antes, claro, pero en mi vida había hecho algo que ahora hago a menudo: leerme el BOE, el boletín de la Comunidad de Madrid, cualquier artículo informativo o declaración que afecta a la Educación pública... Y como yo, mis compañeros”, dice Cruz. “Ahora sale cualquier cosa, cualquier medida, y la gente se lo imprime, lo manda a sus contactos, lo analiza. Llegas a la sala de profesores y siempre hay gente debatiendo”. A los centros de toda España suelen llegar circulares o propuestas del gobierno autonómico. “Antes nos venía alguien y nos decía, oye, que nos han propuesto ser un colegio bilingüe... Y la gente respondía ”ay, qué bien, vamos a ser bilingües“; que si mandaban una propuesta del ayuntamiento para cualquier actividad, ”ah, pues suena bien“. Y ahora no, ahora estamos todos alerta ante cualquier medida, ahora siempre decimos ”a ver, a ver... a ver que lo miremos, a ver qué nos estáis intentando colar...“”.

Fernando cuenta que la comunidad educativa “ha despertado de un gran letargo porque nos hemos dado cuenta de que todo lo que teníamos y tenemos aún es frágil, que para mantenerlo hay que pelearlo. Nos habíamos aburguesado”, reconoce. “Pero los centros educativos no son hoy como hace dos años, la marea ha dejado huella. Ahora hay una sensación de orgullo por ser profesor o alumno de la pública”.

A la ecuación en defensa de lo público empezaron a sumarse también el personal de primaria e infantil.

Luego, los universitarios. Y también los alumnos. Las asambleas dejaron de ser sobre condiciones laborales y empezaron a hablar de la calidad de la educación como servicio público. En el centro de la protesta ya no estaban siquiera los interinos que podían ser despedidos, sino el bien común, cuya destrucción tenía consecuencias en muchos planos además del laboral.

Las reuniones ya no eran de profesores, sino de centros, de toda la comunidad educativa relacionada con un colegio, con un instituto. “Padres, madres, mayores, hermanos, trabajadores de la escuela pública... Es que si lo piensas, eso es prácticamente toda la sociedad, por eso somos una marea”, dice Cruz. En los colegios se hacían talleres divulgativos a los que acudían familias completas.

El apoyo de las familias fue crucial, pero no fue instantáneo ni constante. Hay una tensión irresoluble: por un lado, las madres y padres saben que para ganar una sociedad mejor para sus hijos tienen que apoyar huelgas como la de los profesores; pero en el corto plazo, sus hijos están perdiendo clases, y en algunos casos, como los de los alumnos que se preparan para la Selectividad, el tiempo es oro. Sin el apoyo del entorno familiar en las escuelas la marea verde habría sido imposible, y sin él será imposible que resurja.

En el caso de los alumnos, claro, depende de la edad. La revitalización de la vida política universitaria está fuera de duda y es causa y consecuencia retroalimentada del 15M. De la universidad nace el movimiento anti-Bolonia, que en 2008 retoma el espíritu crítico contra las grandes reformas educativas que permanecía dormido desde el No a la LOU de 2002. De la universidad nace el impulso a V de Vivienda, al que luego volveremos.

En el caso de los chicos y chicas de secundaria, todo es más difuso. “Para muchas cosas son prácticamente niños”, dice Cruz. Pero lo que han visto, lo que han vivido, en lo que han participado más o menos activamente, les cambiará por dentro para siempre. Cruz cuenta la historia de un amigo invisible que organizaron para Navidad. Cada persona de la clase tenía que hacer un regalo de máximo dos euros a quien le tocara por sorteo. La profe participa. Con doce años, que entre todos los papelitos de compañeros de clase te toque el de la profesora es una faena, la verdad. Cuando llegó el momento de la entrega, la profesora de inglés que empujaba la marea verde recibió una pancarta hecha con un palo de fregona y una pizarra blanca de rotulador, donde se podía escribir y borrar. Ya venía con una inscripción: “Un día sin sueldo es duro. Una vida sin derechos es peor”. El regalo emocionó a la profesora: “para él, yo soy una persona que va a luchar por sus derechos. Me ve como un sujeto político”. También desde que existe la marea, son más frecuentes las pequeñas protestas de alumnos o la huelga como fórmula de presionar ante cualquier disputa, pequeña o grande. “Se me ponen de pie al final de la clase y me hacen pancartas. Esas cosas antes no pasaban”.

Fernando también percibe un cambio que marcará la vida de sus alumnos. “Para ellos ha sido un gran aprendizaje ver a la sociedad implicarse en su problema. Han ido a manifestaciones con su familia. Vivir una reivindicación en familia es algo que no se olvida”.

Mucho sedimento para ser una derrota.

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