Mentiras y medias verdades de la monja antivacunas

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Daniel Mediavilla —

“El tiempo le ha dado la razón”, le decía un arrobado Juan José Millás en el programa Hoy por hoy de la Cadena Ser a la monja Teresa Forcades. El escritor se refería a las advertencias hechas por la religiosa en 2009 cuando alertó frente al peligro de vacunarse contra la gripe A. Un instante antes, Forcades había recordado cómo estudios epidemiológicos en Finlandia y Suecia habían encontrado una relación entre aquella vacuna y la narcolepsia.

Millás no recordaba, sin embargo, que Forcades no había hablado en su vídeo del riesgo de sufrir narcolepsia. Entonces, para la doctora en medicina, la prueba del peligro de la vacuna se hallaba en unas muestras contaminadas con el virus de la gripe que Baxter, uno de los laboratorios que producía la vacuna, había enviado a algunos laboratorios a principios de 2009. Varios hurones inoculados con aquellas muestras murieron.

Para Forcades, el error humano al que atribuyó la contaminación la compañía era extremadamente improbable. Parece más probable pensar, decía, “que haya mala intención”. Ni en la entrevista de la SER ni en muchas otras que está realizando para promocionar el libro “Diálogos con Teresa Forcades”, recién traducido al castellano, se hizo mención a su opinión sobre los motivos que pueden estar detrás de esa contaminación voluntaria. En el famoso vídeo de 2009, la monja sugería que ante un exceso de población podía ser conveniente una pandemia promovida por unas élites dispuestas a controlar el mundo. Ahora, sin embargo, Forcades no explica cómo esas élites pretenden controlar el planeta con la aparición de unos 800 casos de narcolepsia en toda Europa.

Pese a lo delirante de algunas de sus afirmaciones, no se puede despreciar el ímpetu de la monja contra las vacunas porque, como en todas las campañas de propaganda realmente peligrosas, hay una dosis de verdad. La reacción de la Organización Mundial de la Salud ante el brote de gripe de 2009 se demostró excesiva. Su gestión de la crisis enriqueció a muchas farmacéuticas que a su vez habían pagado a los expertos que asesoraban a este organismo de la ONU que inoculó el pánico en el mundo al profetizar que el virus causaría 150 millones de muertes.

El prestigio de la OMS quedó maltrecho cuando se destapó que había ocultado esta relación entre sus científicos y quienes se beneficiaron con sus recomendaciones. Sin embargo, fue el propio organismo el que alertó de los casos de narcolepsia, un paso difícil de explicar si estuviese controlado por farmacéuticas con intenciones aviesas.

Como suelen hacer con frecuencia quienes tratan de advertir frente a un poder omnímodo que conspira para controlarnos, Forcades se pregunta por qué los medios internacionales no hablaron, por ejemplo, del caso de las vacunas contaminadas de Baxter. Sin embargo, una búsqueda en internet permite comprobar que fue la agencia de noticias Bloomberg quien lo sacó a la luz y la fuente original que permitió a innumerables blogs de activistas antivacunas destapar lo que los grandes medios supuestamente pretendían ocultar. Ni Forcades ni otros activistas explican por qué el medio que ayuda a desvelar la presunta conspiración sea precisamente Bloomberg, propiedad de Michael Bloomberg, uno de los hombres más ricos del mundo y alcalde de Nueva York.

La monja, que denuncia con razón los manejos de las farmacéuticas y señala algunos de los efectos secundarios de las vacunas, como es el caso de la narcolepsia en Finlandia o Suecia, no matiza en ningún momento sus declaraciones recordando que, pese a algunos riesgos, el balance de la vacunación sobre la salud humana es extremadamente positivo. Siguiendo con su campaña, en una entrevista relacionaba la vacuna de la gripe con el alzheimer, una vez más mezclando hechos con especulaciones. Para llegar a su conclusión, Forcades relaciona la existencia de estudios que vinculan la presencia de aluminio en el cerebro con el desarrollo de algunas demencias y la presencia de aluminio en algunas vacunas para potenciar su efecto. No explica, sin embargo, que la FDA, el organismo de EEUU encargado de velar por la seguridad de los medicamentos, ha descartado por insignificante el riesgo para la salud de estas pequeñas dosis de aluminio. Y tampoco cuenta los millones de vidas salvadas y mejoradas por vacunas que contienen aluminio como la de la difteria, el tétanos o las hepatitis.

Contra la vacuna del papiloma

En su última cruzada, Forcades se ha lanzado contra la vacuna del papilomavirus, un tipo de infección que causa el cáncer de cuello de útero. Según ella, su eficacia no está demostrada y ha causado muertes como la de una niña en Gijón, que falleció después de recibir la vacuna. Para argumentar su caso, Forcades se apoya fundamentalmente en los estudios de dos investigadores canadienses, Christopher Shaw y Lucija Tomljenovic, científicos prominentes en el movimiento antivacunas, que en un estudio del año pasado trataban de demostrar que la vacuna contra el papilomavirus había causado la muerte de dos adolescentes.

Pese a que su resultado fue positivo, un grupo de expertos del Centro para la Prevención y el Control de Enfermedades de EEUU criticó duramente el estudio por sus defectos en los métodos y la interpretación de los resultados y la falta de información sobre otras posibles causas que podrían explicar la muerte. Con frecuencia los expertos advierten ante la sensación engañosa que se puede tener cuando una persona sufre un problema de salud tras recibir una vacuna. En cualquier momento, alguno de los millones de habitantes del mundo enferma por causas diversas. Al mismo tiempo, cuando se trata de campañas de vacunación masivas que alcanzan también a millones de personas, muchas de estas personas pueden estar recibiendo una vacuna, y resulta fácil pensar que dos sucesos consecutivos son causa y efecto. Por el momento, salvo en casos de validez dudosa como el de Shaw y Tomljenovic, las pruebas realizadas no indican que la del papilomavirus sea una vacuna insegura.

El debate sobre la conveniencia de la vacunación masiva frente al papilomavirus no está cerrado y las intensas campañas de presión de las compañías farmacéuticas para hacer obligatoria la vacuna no van a hacer que la población se convenza de que las decisiones sobre políticas sanitarias tienen su salud como única prioridad. Sin embargo, habría que plantearse la conveniencia de que, junto al sano escepticismo respecto a los intereses reales de las grandes corporaciones, se asuman como guía para la discusión sin cuestionamiento alguno los argumentos de una persona que afirma sin pruebas que existe un plan para diezmar la población mundial y que vende como hechos probados científicamente meras hipótesis.