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Un mes buscando a cuatro niños perdidos en la selva colombiana: “Estamos supremamente cerca”
Bogotá, 31 may (EFE).- Ha pasado un mes y sigue siendo un misterio el paradero de los cuatro hermanos -de entre 1 y 13 años- que supuestamente sobrevivieron después de que el avión en el que viajaban se estrellase en mitad de la selva en el sur de Colombia.
Casi 200 personas (unos 120 militares y 73 indígenas) recorren día y noche la zona donde el 1 de mayo se accidentó el avión Cessna 206 en el que viajaban Lesly Mukutuy, de 13 años; Soleiny Mukutuy, de 9; Tien Noriel Ronoque Mukutuy, de 4 años, y la bebé Cristin Neriman Ronoque Mukutuy, de 1 año, junto a su madre, un líder indígena y el piloto, cuyos cuerpos fueron encontrados en la aeronave.
Y a pesar de que el paso del tiempo preocupa, las autoridades no pierden la fe: “Estamos ya cerrando el cerco; creemos que estamos supremamente cerca”, asegura a EFE el general Pedro Sánchez, comandante de las fuerzas especiales quien lidera la operación de búsqueda y rescate.
“Estamos seguros de que nos hemos cruzado con ellos”, dice el general Sánchez, pero los niños “siguen dando vueltas”, lo que hace muy complejo encontrarlos en una selva, la del Guaviare, en el Parque del Chiribiquete, virgen y espesa, donde la visibilidad se reduce a 20 metros.
Pero hay un mantra que se repite entre los equipos de búsqueda: “Ellos están vivos hasta que no confirmemos lo contrario”.
“Si estuvieran muertos, ya los hubiéramos encontrado”, explica a EFE la directora del estatal Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), Astrid Cáceres, porque “el olor atraería animales que nos orientarían dónde están”.
SIN APENAS RASTROS
La primera hipótesis actual, dice la directora del ICBF, es que al principio los niños “se alejaron, se fueron selva adentro”, pero ahora podrían haber regresado al avión o por una cañada que están siguiendo.
Las Fuerzas Militares aseguraron este martes que encontraron una huella, supuestamente de la niña más mayor, en el fango, lo que ha devuelto la “ilusión” a la búsqueda.
Pero lo cierto es que hasta el momento apenas se han encontrado varias huellas de ese tipo, un refugio que supuestamente usaron los niños, un tetero (biberón) y pañales de la más pequeña y alguna fruta mordida. Todo a pocos kilómetros del avión.
“Ahí en la selva a 20 metros no se ve absolutamente nada, así que imagínate encontrar la tapa de un tetero... es prácticamente imposible. Pero nosotros hacemos eso, desafiamos lo imposible”, asegura el general Sánchez.
ANGUSTIA Y ESPERANZA
Además de las brigadas de búsqueda, que también acompaña el padre de los dos niños más pequeños, los militares usan mensajes perifoneados con altavoces, con la voz de la abuela, diciéndoles que se queden quietos, así como panfletos y cualquier otro método.
La última estrategia ha sido poner puestos fijos que emiten luz y sonido para llamar la atención de los niños, y dejar silbatos en la cañada donde creen que pueden estar para que silben. También a los paquetes de comida que el ICBF lanzó hace unos días, van a añadir nuevos envíos con mantas, más comida y ponchos.
Y a la búsqueda se han unido en las últimas semanas casi un centenar de indígenas de varias zonas selváticas del país que buscan con sus medios y su sabiduría y conocimiento de la naturaleza a los niños que consideran hermanos, pues forman parte de la comunidad uitoto.
Los niños acompañaban a su madre en su primer viaje en avión, desde el recóndito resguardo de Araracuara, en los lindes entre los departamentos de Caquetá y Amazonas, con destino a San José del Guaviare para reunirse con su padre.
“Los abuelos nos contaban -dice la directora del ICBF- que en la zona de donde ellos vienen, que es otra selva colombiana, los niños pasaban mucho tiempo en la selva, sabían qué comer y cómo vivir ahí, por eso tenemos ilusión”.
Por eso, un mes después de la desaparición de los niños en la selva, “cada día es un día más entre angustia y esperanza”, zanja Cáceres.
Irene Escudero
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