Llega hoy a las librerías españolas 'Las Brigadas Internacionales. Fascismo, libertad y la Guerra Civil española' del periodista británico Giles Tremlett, con un certificado de calidad que cualquier historiador anhelaría: el elogio entusiasta de uno de los más respetados estudiosos de la Guerra Civil, el hispanista Paul Preston, para quien la obra, “tan conmovedora como informativa, es la historia completa de las Brigadas que se echaba en falta”.
Afincado desde hace años en Madrid, donde ha trabajado como corresponsal de The Economist y The Guardian, Tremlett ya había incursionado en la historia española con sendas biografías sobre Catalina de Aragón e Isabel de Castilla, que tuvieron una excelente acogida de crítica. El libro sobre las brigadas, que publica Debate en castellano, constituye ahora un salto cualitativo en su trayectoria de historiador. No solo por el rigor y difícil equilibrio con que abordó un tema tan delicado que sigue agitando las fibras emocionales de un país aún fracturado por la guerra de los años 30 y la posterior dictadura de Franco, sino por la forma original y eficaz en que construyó el relato: poniendo al servicio de la historia sus mejores dotes de cronista, Tremlett utiliza como hilos conductores las experiencias personales de los combatientes, siempre acreditadas documentalmente, y las entreteje con la descripción de coyunturas políticas y batallas sangrientas para formar el gran cuadro de uno de los momentos cruciales de la historia de Europa.
La narración comienza con las Olimpiadas Populares de Barcelona, convocadas para julio de 1936 como contraprogramación de los Juegos Olímpicos de Alemania organizados por Hitler. El evento se canceló por el estallido de la Guerra Civil, pero numerosos deportistas extranjeros, en vez de retornar a sus países, se unieron a las milicias republicanas y participaron en los primeros enfrentamientos. Esos deportistas, junto a cierto número de europeos de izquierdas que ya vivían exiliados en España –primordialmente en Catalunya–, formaron una especie de antesala de lo que serían las Brigadas Internacionales, la mayor movilización internacional de combatientes que hasta entonces había presenciado el mundo: en torno a 35.000 voluntarios procedentes de más de 60 países lucharon en el bando republicano, en una gesta que, como todas las grandes epopeyas, tuvo grandezas y miserias, alegrías y decepciones, escenas de amor y de odio, momentos de excitación y de tedio.
Las Brigadas se establecieron oficialmente en Albacete el 14 de octubre de 1936 por iniciativa del Comintern, el órgano rector de la Internacional Comunista pilotado por Moscú. Pese a que Hitler y Mussolini apoyaron abiertamente desde el primer día al bando nacional, la Unión Soviética intentaba mantener un bajo perfil en su apoyo al Gobierno republicano para honrar el Pacto de No Intervención y evitar choques con el Reino Unido y Francia, a quienes Stalin sabía que necesitaría como aliados cuando le tocara enfrentarse con el Eje. En ese momento, el objetivo de Moscú en la Europa no fascista no era alentar la revolución comunista, sino tener gobiernos progresistas amigos, como lo era el Frente Popular en Francia presidido por León Blum. Así, a los jefes y asesores militares enviados por la URSS a España los llamaban “los mexicanos” en un intento ridículo por disimular su procedencia. Uno de ellos fue el general Manfred Stern, alias Kleber, que tras su regreso como héroe a Moscú cayó en desgracia y murió enfermo en un gulag.
La obra de Tremlett describe a la perfección las continuas tensiones que se vivían en las brigadas no solo por el poder que acumulaban los mandos comunistas, sino por el difícil encaje que tenían los anarquistas en ese engranaje de férrea disciplina o por las rivalidades entre las distintas nacionalidades. Uno de los personajes peor librados en el libro es André Marty, jefe máximo de las Brigadas y apodado 'el carnicero de Albacete', que es descrito como un ser misógino, cruel y paranoide, que veía traidores por todas partes. No todos los brigadistas tuvieron biografías ejemplares: algunos se convirtieron tras la II Guerra Mundial en el núcleo duro de la Stasi, la temible policía secreta de la RDA. Pese a todo, el autor es generoso con los voluntarios, muchos de ellos jóvenes idealistas que, en un momento decisivo de la historia y sin haber disparado un tiro en su vida, empuñaron las armas por entender que lo que se libraba en España era mucho más que un conflicto interno de un país. Tal como lo ha señalado Tremlett en diversas entrevistas, en una coyuntura como aquella solo caben reacciones binarias: cualesquiera que hubiesen sido las motivaciones individuales de los voluntarios para venir a España (militancia comunista, idealismo puro, deseo de experiencias fuertes, alejamiento de hogares conflictivos, etc.), había un denominador común: todos tenía conciencia de participar en una lucha antifascista de la que la guerra española no era más que el preámbulo.
Metafísica hindú y filosofía alemana contra los francotiradores
El libro recoge anécdotas curiosas, como el descubrimiento que hicieron los combatientes atrincherados en la biblioteca de la facultad de Filosofía de la Complutense durante la primera batalla de Madrid, en noviembre de 1936. Tras analizar el impacto de las balas de los francotiradores nacionales en los libros que usaban como barrera, concluyeron que raramente pasaban la página 350. Los libros de metafísica hindú y los de filosofía alemana se convirtieron desde entonces en los parapetos por excelencia, al ser los más voluminosos.
Uno de los capítulos más conmovedores del libro de Tremlett, y que más enorgullecen al autor, es el que recoge la carta en que el joven Piet Akkerman revela a su madre por qué ha ido a luchar a España. “Yo nunca he rezado. Nunca he hablado a Dios solo para renunciar a él cinco minutos después. He ayudado a la gente cuando y como he podido. No todas las madres pueden decir eso de sus hijos. Crecí en una sociedad plagada de injusticia y opresión. He sufrido tanto como trabajador y como judío”, dice en un aparte. Piet y su hermano Emiel, polacos de nacimiento y exiliados económicos en Bélgica, murieron en la guerra civil. El autor parte de esta tragedia familiar para referirse a la desproporcionada presencia de judíos en las Brigadas. Calcula que al menos el 10% de los voluntarios lo eran, aunque otras fuentes elevan la cifra a casi el 25%. Una presencia que fue utilizada por el bando nacional para desarrollar su discurso sobre una supuesta conspiración judeo-masónica.
Tremlett dedicó cerca de cinco años de trabajo a este libro. Fue el primer investigador en tener pleno acceso a los archivos rusos, lo que sin duda le permitió ir mucho más lejos de lo que habían conseguido otras obras sobre las Brigadas Internacionales. Podemos decir que logró con creces su cometido de acercarnos, casi 85 años después, a uno de los episodios más singulares y emotivos de la historia moderna.