Cuando Elena, interna en la prisión de mujeres Alcalá Meco, duda sobre si contar los detalles de cómo su expareja, su maltratador, le empujó a hacer “el viaje” por el que le apresaron en Ecuador y acabó pasando dos años en una cárcel de allá, su compañera María la corta: “Da igual, todas sabemos que si estamos aquí es por algo”. “Es verdad. Pero mira, no hay mal que por bien no venga. Nunca más le volví a ver”, le contesta Elena, que se ríe. “Claro, tienes que ver las cosas buenas de cada circunstancia”. En España, alrededor del 75% de las reclusas son o han sido, como Elena, víctimas de violencia machista.
María y Elena tienen 57 y 53 años, y las dos piden que se usen nombres ficticios. Ambas tienen hijos, pero María solo menciona a su madre –“tengo ganas de mi primer permiso estas navidades sobre todo por ella, que ya está muy mayor”– y Elena dice que ha aprendido a no depender “de nadie más que de mí misma”. Les acompaña Josiane, francesa de 48 años y con una hija fuera de 20, la única de las tres que han accedido a hablar con la prensa a la que no le importa mostrar su rostro en las fotos. “Estoy muy cambiada, nadie me va a reconocer”, explica. Luego le pide a la fotógrafa si se las puede enseñar porque hacía mucho que no se veía en ninguna.
Las tres tienen más y menos avanzada su condena –Elena, en principio, tendrá la libertad en junio– pero cumplen la media del centro: entre 6 y 7 años. “Es lo que piden por los delitos de Salud Pública –consumo o tráfico de drogas–, la gran mayoría están por eso”, aclara Jesús Moreno, director del centro. Es así a nivel nacional: quitando Catalunya que tiene sus propias competencias, en España hay 4.368 reclusas, preventivas o penadas, frente a 54.563 hombres, el 7,39% del total. Dos tercios de ellas, más de 3.000, lo son o por delitos contra la Salud Pública, o contra el Patrimonio –robos–. Solo 314 mujeres frente a 3429 hombres cumplen pena por homicidio en cárceles españolas.
El dato tan alto de víctimas de violencia machista dentro de la población reclusa lo reveló sermujer.es, un programa sobre género que lleva desarrollando Instituciones Penitenciarias desde 2011. Jesús Moreno expresa también que en algunos casos es precisamente eso lo que las ha arrastrado a delinquir, que es una “pescadilla que se muerde la cola”: “Son situaciones que nacen de origen. Muchas vienen de familias en riesgo de exclusión, desestructuradas, relacionadas con el mundo de la droga. En muchos casos, su madre sufría violencia de género y lo han interiorizado como natural. Niveles económicos bajos, precariedad y parejas metidas en la delincuencia. Son todos los ingredientes para tener una mujer maltratada”.
El espacio de libertad del Prado
El espacio de libertadsermujer.es es uno de los proyectos sobre la temática. El pasado jueves en el Salón de Actos presentaban otro que comienza a las internas –como Elena, María y Josiane–, unos talleres sobre arte encajados alrededor del 25N: Las Hilanderas. Una de las entidades organizadoras, junto a Instituciones Penitenciarias, es el Museo del Prado. De ahí está como responsable Ana Moreno y también la artista María Gimeno. Se incluirán varias visitas al Museo “que es de todos. Por eso a quien no puede entrar se lo acercamos”, razona Ana Moreno. Parten del cuadro de Velázquez que da nombre al programa porque representa un “espacio de libertad: las mujeres cuando se sentaban a coser podían hablar entre ellas y de sus cosas”.
Eso sobre arte, la primera parte. La segunda es a cargo de la Fundación Uría, sobre la prevención de la violencia machista y con más víctimas de violencia machista, “recorrerá el programa de manera transversal”. Lo atravesará, por ejemplo, porque estudiarán El rapto de Europa de Rubens. Desde Uría les recuerdan a Ana Orantes –muchas la conocen–, les muestran campañas que se han realizado desde los 90 –también han visto varias– y les detallan la Ley del 2004 y sus agravantes. “Sabed que podéis denunciar, lo primero es salvar la vida”, les repiten. En las sillas se revuelven. “Sí, y luego va y nos mata”. “La policía lo suelta”. “Como si diera tiempo”.
Si la conferencia del Museo del Prado y la Fundación Uría en Alcalá Meco se parece a algo es a una clase de los últimos cursos de instituto. Hay mujeres mayores pero a la mayoría de chicas de esta cárcel se les ve muy jóvenes, probablemente más de lo que son. El grupo de edad más numeroso de reclusas en España está entre los 40 y los 60 años, 2.500 de las 3.637 penadas totales. Se parece a un instituto además porque hay dos tipos de oyentes: unas hablan entre ellas; otras levantan la mano insistentemente. “En el Prado también trataremos la invisibilización de la mujer y de los pocos cuadros de mujeres que hay. ¿Vosotras conocéis artistas mujeres?”. Las que responden: “Frida Kahlo; Marina Abramovic; Louise Bourgeois”. Luego, Ana Moreno contará que buscaban dirigirse a ellas teniendo en cuenta que el nivel intelectual iba a ser “muy diverso”.
En la charla hay unas 200 internas de las 460 de Alcalá Meco. Aunque algunas “no quieren o no pueden”, la tasa de participación en actividades voluntarias ronda el 87%. “Por mi experiencia anterior con hombres”, relata el director Jesús Moreno, “el grado de implicación de las mujeres en su propia reinserción es mucho más alto. También hay mucha menos violencia que en las masculinas. No es que no expresen sus desacuerdos o falta de sintonía entre ellas y hacia nosotros, pero lo hacen menos y de otra forma”. El 65% de las 460 son además extranjeras: “Entre las migrantes hay muchas que delinquieron de forma ocasional, por necesidad. Interceptadas con maletas en Barajas. Pero en sus países estaban integradas, normalmente con pocos recursos pero con vidas más o menos organizadas, hijos… con esos perfiles es muy fácil trabajar y que se involucren”.
La vida en la cárcel
¿Qué estarían haciendo este jueves en Alcalá Meco si no tuvieran encuentro con el Prado? La rutina implica levantarse a las 8. Es cuando los trabajadores se aseguran de que estén todas en sus celdas, divididas entre módulos “conflictivos” y “de respeto”. A las 9 el desayuno y las 9:30 empieza la escuela Clara Campoamor. A clases por las mañanas, desde educación primaria para neolectoras hasta la UNED y enseñanzas libres de inglés o informática, van unas 250 reclusas de las 460. Durante esas horas es cuando son las charlas especiales, si hay. También hacen deportes o teatro. Piscina no, ya que la tienen en medio del patio vacía e inutilizada desde que en 2005 la Comunidad de Madrid prohibió el llenado por la sequía.
En nuestro país solo hay tres cárceles de mujeres: Alcalá Meco, Alcalá de Guadaira (Sevilla) y Brieva (Ávila). Aparte, módulos de mujeres en las masculinas. Si son madres de niños de hasta menos de 3 años en Madrid, están en Aranjuez o en el Centro de Integración Social Victoria Kent. Algunas denuncias al sistema se enfocan por ahí: la penitenciaria es una estructura creada para su mayoría, hombres, en las que se “hace hueco” a las mujeres. Tradicionalmente ha sido también una institución muy cerrada. Muchos coinciden en que lo de Alcalá Meco es un caso algo diferente. Los funcionarios de prisiones llevan meses protestando para que mejoren sus condiciones y se reduzca el riesgo al que se exponen, pero valoran que esta es sin duda de las menos problemáticas.
Josiane, la interna a la que no le importaba mostrar la cara, pensaba por eso al entrar aquí “que se habían equivocado y era un centro de rehabilitación, o algo así”. Elena da fe: “Después de haber estado en una horrible cárcel de Ecuador no hay comparación”. Ahí estuvo en 2011. cuando le apresaron tras su “viaje” con su expareja. En 2012 pasó por Soto del Real tras un programa de repatriación de presos del Gobierno español: “La primera mañana en Soto me pusieron un pan con mantequilla de desayuno y lloré. Pero en Soto [donde solo hay un módulo de mujeres] tampoco era como aquí, tenías que ir pegada a un funcionario. No había tantas actividades. Y yo nunca había visto una prisión sin cámaras”.
A través de una bolsa interna algunas trabajan, cobrando por hora en base al SMI. Sobre eso, por el 8M, Comisiones Obreras criticó que, en general, en las prisiones a ellas se les reservaban “tareas definidas como propias del género femenino: lavanderías y limpieza”. Elena aquí está en Jardinería; Josiane y María en el 'office'–cocina–: “Nos da para nuestros gastos, parece que no pero aquí tenemos”. Lo bueno del 'office', dicen, es que solo les quita los tres ratos de las comidas y no se pierden “ninguna actividad”; lo malo –“todo no puede ser”– es que es que es de lunes a domingo.
María además va a Informática y a Reciclaje –justo le informan de que se llevan el árbol de Navidad que ha hecho al Ministerio, que les piden adornos–. Elena imparte de vez en cuando charlas a chavales de la ESO sobre drogadicción y violencia de género. Y Josiane busca “vocación”, aunque querría colaborar con mujeres y niñas. Están las tres interesadas en acudir al Prado, aunque habrá entre 15 y 20 plazas entre quienes cumplan los requisitos para salir. Desde Instituciones Penitenciarias lo que cuentan es que ese tipo de excursiones, al realizarse en un espacio “en el que sienten que nada les marque como mujer de centro penitenciario”, ayudan sobre todo a su autoestima. Casi todas y especialmente las víctimas de violencia machista la traen destruida. No con todas se consigue. Aquí hay dos caminos, piensan María, Elena y Josiane de lo que han vivido: “O sales mucho mejor o sales mucho peor”.