ENTREVISTA SUBSECRETARIA DEL SÍNODO

Nathalie Becquart: “La Iglesia clerical que heredamos no escucha a la mujer, pero no puede ignorar a la mitad de la humanidad”

Jesús Bastante

en religiondigital.com —
10 de abril de 2021 22:04 h

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“No es posible ignorar a la mitad de la humanidad”. La religiosa francesa Nathalie Becquart será la primera mujer en la historia con derecho a voto en un Sínodo de Obispos, un paso de gigante para la Iglesia católica, que en pleno siglo XXI sigue purgando sus pecados patriarcales. La nueva subsecretaria del Sínodo, nombrada por el Papa Francisco, habla con elDiario.es del sueño de “una Iglesia inclusiva” en la que “hombres y mujeres caminen juntos” para “salir del clericalismo, un mal que puede facilitar el abuso de poder y el abuso sexual”.

Será la primera mujer en votar en un Sínodo. ¿Qué significa este nombramiento?

Este nombramiento significa mucho para las mujeres: han sido muchas las que me han expresado su alegría por ver reforzado el lugar de las mujeres en la Iglesia. Pero, en términos más generales, el hecho de ser un no-clérigo, un laico, me vincula de manera especial con todos los bautizados, especialmente los más pobres y los que más sufren. Los últimos sínodos han puesto de relieve el reto de implicar más a las mujeres en los procesos de toma de decisiones de la Iglesia y asumir responsabilidades. En cierto modo, este nombramiento, que conlleva el derecho de voto en el sínodo por primera vez, hace visible una evolución en curso. La cuestión de la mujer, o más exactamente el nuevo equilibrio de género en la sociedad y en la Iglesia, es un signo de los tiempos. Se ha abierto una puerta, y podemos pensar que se seguirá abriendo.

¿Siguen siendo las mujeres las olvidadas en la Iglesia?

No creo que podamos decir eso. Las mujeres constituyen la mayoría de las asambleas dominicales. Están en los Evangelios –Jesús no temía encontrarse con mujeres– y desempeñan papeles importantes en la Iglesia primitiva. Pero la historia ha hecho que la responsabilidad en la Iglesia se asocie durante siglos a la ordenación, reservada a los hombres. En la Iglesia clerical que heredamos, las mujeres se sienten a menudo olvidadas porque no son escuchadas ni tenidas realmente en cuenta por muchos clérigos. Esto debe cambiar, y el Papa Francisco pide claramente una presencia más incisiva de las mujeres. Con el nombramiento de mujeres en puestos clave de la Curia pretende mostrar este camino.

Francisco fue elegido para acompañar la necesaria reforma de la Iglesia. Esto implica tanto la conversión de las mentalidades como la reforma de las estructuras

Evidentemente, quedan pasos por dar para saber cómo ser esta Iglesia sinodal en todos los lugares, una Iglesia inclusiva en la que hombres y mujeres caminen juntos en respeto mutuo, igualdad y escucha recíproca. No es posible ignorar a la mitad de la humanidad. Lo que me llama la atención hoy, y lo que ha cambiado, es que la cuestión de la mujer en la sociedad y en la Iglesia ya no la llevan sólo las mujeres sino, cada vez más, los hombres, y en particular muchos sacerdotes y obispos que aspiran a vivir esta corresponsabilidad con las mujeres.

¿Podría ser éste el primer paso hacia la ordenación de diaconisas, o hacia el sacerdocio femenino?

La propuesta elegida por el Papa Francisco es desconectar el ejercicio de la autoridad de la ordenación. De hecho, en los últimos años ha nombrado a mujeres y hombres laicos para puestos que tradicionalmente eran ocupados por clérigos. Hay un desarrollo de la corresponsabilidad de todos los bautizados en el gobierno eclesial, que no está necesariamente ligado a la ordenación. La apertura del acolitado y del lectorado a las mujeres refleja la creatividad para establecer nuevos ministerios abiertos a las mujeres, a los laicos dentro de una Iglesia totalmente ministerial.

La cuestión primordial no es la de la ordenación, sino ¿qué ministerios necesita hoy la Iglesia para cumplir su misión de evangelización? Para salir del clericalismo, identificado como un mal que puede facilitar el abuso de poder y el abuso sexual, la Iglesia debe implementar la sinodalidad en todos los niveles. Esto requiere que los pastores se consideren parte de la comunidad a la que están llamados a servir. Porque el pastor no existe sin la comunidad y la comunidad sin el pastor.

¿Cómo se posiciona usted respecto a este debate?

Estamos en un momento clave de la historia, complejo pero apasionante. Y creo que es difícil tener ideas muy fijas. Estamos llamados a estar en continuo discernimiento, porque la sinodalidad es el estilo de discernimiento, es un camino abierto, no conocido de antemano. Tengo una gran confianza en el discernimiento eclesial que se realiza teniendo en cuenta el Magisterio oficial, el “magisterio” de los teólogos y el Sensus Fidei, que interactúan en un movimiento circular. La clave del proceso sinodal es permitir que el mayor número posible de personas experimente procesos sinodales que les permitan ser actores y hacer oír su voz.

¿Cuál cree que será la contribución del pontificado de Francisco a la historia de la Iglesia?

El pontificado del Papa Francisco nos ha llevado a una nueva etapa de recepción del Concilio Vaticano II, que hace hincapié en la sinodalidad. Francisco fue elegido para acompañar la necesaria reforma de la Iglesia. Esto implica tanto la conversión de las mentalidades como la reforma de las estructuras. Su pontificado tiene lugar en un momento de crisis para la sociedad y para la Iglesia. Francisco trae una palabra de esperanza, busca pensar y construir un futuro para todos. Esto es evidente en el trabajo actual de la comisión COVID y sus reflexiones sobre la pandemia.

Algunas de sus decisiones están despertando críticas en algunos sectores. ¿Hay riesgo de cisma en la Iglesia?

Es un fenómeno que vemos en todas las instituciones. Todo cambio provoca resistencias, no debe sorprendernos. En este cambio de mundo que estamos viviendo, la Iglesia también debe cambiar. Esto puede ser aterrador. El reto es reconocer que nadie tiene la verdad por sí solo, la verdad hay que buscarla juntos humildemente en la confianza, la escucha mutua y la oración.

La Iglesia no es directamente comparable a ninguna institución humana y, por tanto, no puede ser una democracia en el sentido político, pero puede aprender e inspirarse en los procesos democráticos participativos

Desde el principio la Iglesia ha sido plural, desde el principio tenemos cuatro evangelios para contar la misma experiencia con diferentes tonos porque son vividos y expresados por diferentes comunidades. No creo que haya un riesgo real de cisma.

¿Puede la Iglesia ser una democracia?

Sí, la visión de la Iglesia sinodal implica que todos son actores, protagonistas, discípulos misioneros y, por tanto, socios en la misión de la Iglesia al servicio del mundo. La Iglesia es una realidad humano-divina, fundada y enraizada en el misterio trinitario. No es directamente comparable a ninguna institución humana y, por tanto, no puede ser una democracia en el sentido político. Al mismo tiempo, toda la historia de la Iglesia nos enseña que la Iglesia está siempre influenciada por los contextos histórico-social-políticos en los que se desarrolla. El desafío actual es discernir cómo ser una iglesia misionera en las culturas globalizadas de hoy y en una forma de cultura digital posmoderna que pone al individuo en el centro. Existe necesariamente una interacción entre la sinodalidad y la democracia porque la Iglesia está siempre en una relación recíproca con el mundo, con las sociedades. Por lo tanto, puede aprender e inspirarse en los procesos democráticos participativos y, al mismo tiempo, no puede transponerlos tal cual de la esfera política mediante un “copiar y pegar”. Es todo un trabajo de discernimiento.

¿Con qué iglesia sueña Nathalie Becquart?

Sueño con una Iglesia relacional, fraternal e inclusiva. Una Iglesia en movimiento, una Iglesia de encuentro y fraternidad en la que todos participan, aportan su voz y se escuchan. Sueño con que todos en la Iglesia puedan vivir este tipo de experiencia. Sueño que la barca de la Iglesia abrirá sus velas de par en par al soplo del Espíritu, al soplo del Concilio Vaticano II, para avanzar cada vez más mar adentro al encuentro de los hombres y mujeres de este tiempo.

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