Buenos Aires, 19 nov (EFE).- Luana siempre ha sido una niña normal y corriente. Cuando tenía dos años, la pequeña adoraba jugar con muñecas, pintar con crayones de color rosa y probarse los vestidos de su madre, pero había un “problema” que le impedía disfrutar de su infancia con naturalidad: su género no se correspondía con el que le asignaron al nacer.
En 2013, con apenas seis años de edad, Luana hizo historia al convertirse en la primera niña transgénero de Argentina y del mundo en conseguir el cambio de género en su documento de identidad, una odisea que aparece reflejada en la película “Yo nena, yo princesa”, basada en el libro homónimo de su madre, Gabriela Mansilla.
“Creo que esta película va a impactar no sólo porque te conmueve y porque es la historia de una niña, sino porque hecha luz en toda esa oscuridad que lleva a la discriminación de la comunidad trans”, cuenta a Efe Mansilla, sobre un largometraje que se estrenó hace dos semanas.
EL CAMINO HACIA EL RECONOCIMIENTO LEGAL
Los primeros años de vida de Luana fueron muy duros: terapias psicológicas de corrección, reproches permanentes de su progenitor y discriminaciones en todos los ámbitos públicos formaban parte de su día a día, una situación que su madre tardó tiempo en comprender.
“En el 2009 de esto no se hablaba, no encontraba información en ningún lugar. Luanita era una niña de dos años nada más, cómo podía yo entender todo esto”, reconoce Gabriela Mansilla, interpretada en la película por la actriz Eleonora Wexler.
Todo eso cambió cuando ambas, madre e hija, acudieron a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), una entidad que resolvió todas sus dudas. La pequeña no presentaba ninguna patología, ni tampoco se comportaba de forma extraña para llamar la atención. Luana era, simplemente, una niña transgénero.
“Esta película es muy potente porque derriba teorías, títulos académicos, creencias. Todo lo que se sostenía durante décadas, lo viene a derribar una niña de dos años cuando dice 'yo soy una nena, no ese varón que vos estás esperando'”, asevera Mansilla.
Esa ruptura con lo socialmente establecido culminó con el cambio registral de Luana en 2013, un hito posible gracias a la ley argentina de Identidad de Género y que supone el punto álgido de la película.
“Cuando Luana ve su carita, con su pelito largo, con su nombre y dándose cuenta que adonde íbamos y presentábamos ese DNI era respetada de otra manera... Inmediatamente fue muy significativo, muy simbólico y muy reparador para ella”, manifiesta la madre de la joven.
UNA PROTAGONISTA DE EXCEPCIÓN
La pequeña actriz encargada de poner voz y rostro a Luana fue Isabella G. C., cuyo nombre también quedó grabado en la historia de la cinematografía al ser la primera niña transgénero del mundo en protagonizar una película.
Así lo destaca el director del largometraje, Federico Palazzo, quien durante un mes y medio viajó todos los días a casa de Isabella para ayudarla en su interpretación.
“Primero, me preocupé de que pudiera entrar y salir de las situaciones, desde el punto de vista emocional, sabiendo que iba a salir indemne. Cuando logré esa primera capa, comprendí que esta niña podía tocar todas las teclas (del personaje)”, confiesa Palazzo en declaraciones a Efe.
“Ella tenía una herramienta de trabajo que personalmente no utilizo como director de actores, que es la memoria emotiva, pero en la corta edad de esta niña era inexorable transitar por los caminos que ella misma había transitado”, agregó el cineasta.
¿El resultado? Una actuación creíble, genuina y fiel a la historia de Luana, sin artificios ni demagogias: “No me iba a permitir hacer una película que distara del nivel de verdad que había que perseguir”, afirma el director.
ÉXITO EN TAQUILLA
La recepción de “Yo nena, yo princesa” no podría ser mejor. La película de Federico Palazzo ha colgado los carteles de “no hay billetes” en numerosas salas de Argentina, con centenares de personas transgénero emocionadas por su identificación personal con Luana.
“Nuestra voluntad es que nuestro trabajo trascienda las fronteras y muestre nuestro proceso identitario como país. Desde el punto de vista sociológico, estoy convencido de que estamos hablando el mismo idioma, porque el amor es un idioma universal”, enfatiza el director de la cinta.
Gabriela Mansilla confía en que esta película contribuya a “impulsar leyes” que protejan a las infancias trans de todo el mundo, aunque reconoce que el reconocimiento legal no es lo más importante: lo fundamental, subraya, es el “amor” y el “respeto” dentro del propio núcleo familiar.
“Las familias se desesperan cuando pasa una cosa así, es como ¿y ahora qué hacemos? Abrazala. Abrazala con todas tus fuerzas”, dice la madre de Luana, con lágrimas en los ojos y una sonrisa radiante en el rostro.
Javier Castro Bugarín