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“No puedo leerme un libro y olvido palabras”: la 'niebla mental' que afecta a enfermos de COVID persistente

Uge Díez se contagió en marzo de coronavirus y todavía hoy tiene síntomas, entre ellos, pérdidas de memoria y confusión.

Marta Borraz

6 de diciembre de 2020 21:36 h

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“No recuerdo conversaciones con gente que acabo de tener o confundo letras al escribir”. Uge Díez Moreno se contagió de coronavirus al comienzo de la primera ola. Probablemente en el hospital en el que trabaja de enfermera, el 12 de Octubre de Madrid, que a mediados de marzo aplicaba lo más parecido a una 'medicina de catástrofe'. Nueve meses después, su vida es otra. A pesar de que su PCR diera negativo en abril, sigue teniendo síntomas, algunos de los cuales afectan a su capacidad de recordar o concentrarse. “Se me olvidan palabras comunes como gafas, llaves, televisión... Es como que no las encuentro en mi cerebro”, explica.

Uge forma parte del pequeño porcentaje de personas que sufre la llamada 'COVID persistente'. Sus pruebas no detectan la infección activa, pero su cuerpo responde como si siguiera ahí. El paciente tipo es una mujer de 43 años, exactamente la edad que tiene ella, y algunos refieren alteraciones cognitivas como las que relata Uge: pérdidas de memoria, confusión, dificultad para concentrarse, para evocar palabras o para prestar atención...Es lo que se conoce como “niebla mental”, y así la llaman las investigaciones internacionales que están empezando a estudiarlo. Aún no hay certezas sobre qué lo provoca exactamente, pero a quien lo sufre le altera profundamente su vida diaria.

“Conocemos esta enfermedad desde hace poco más de ocho meses, por lo que nos queda mucho por saber, especialmente del pronóstico a largo plazo. En relación con síntomas de COVID persistente, algunos pueden estar relacionados con secuelas producidas por la neumonía inicial, pero la mayoría tienen una causa que hoy en día es desconocida”, explica David Pérez Martínez, Jefe de Servicio de Neurología del 12 de Octubre. Posiblemente, apunta, se trate de un “síndrome complejo” que al carecer de información suficiente “sobre la fisiopatología del virus” es imposible “definir claramente”.

Silvia Soler, de 52 años, descuelga el teléfono desde su casa de Casteldefels (Barcelona) y su voz suena afónica. Pasó el coronavirus en marzo con “fatiga, dolor de cabeza, febrícula, faringitis, dolores musculares, aftas en la boca, pérdida del gusto y el olfato...Menos tos, tuve de todo”, señala. En varias ocasiones acudió al hospital, pero en plena pandemia y con los servicios sanitarios saturados, los médicos decidieron no ingresarla. A los 89 días le hicieron una PCR que resultó negativa, y tampoco la prueba de serología detectó anticuerpos. Ella, como Uge, es una de las integrantes de la plataforma LongCovidACTS, en la que se ha organizado los pacientes de 'COVID persistente' de todos los puntos de España.

En la vida de esta barcelonesa hay días mejores y peores, pero cuando se despierta “con esa sensación de niebla mental” le cuesta mucho esfuerzo levantarse y planificar el día. En su caso, los síntomas neurológicos tardaron en manifestarse, y no aparecieron hasta junio. Si no se anota en un papel lo que tiene que hacer, se olvida: “Me he dejado cosas cociéndose en la cocina que se han quemado o guardado cosas en sitios que no encuentro. Soy filóloga y me cuesta horrores escribir un texto y buscar en el cajón de las palabras por así decirlo”, describe. Cuando está cansada, los síntomas empeoran. “Antes caminaba, hacía deporte, esquí, tenía vida social...Ahora hago algo de ejercicio porque tengo que hacerlo”.

“Como si me hablara en otro idioma”

“Siempre digo que es como si te apagaran y te encendieran el cerebro. No pasa constantemente, pero es como un interruptor que cuando se enciende deriva en todo esto... Llevo ocho años con el mismo coche y a veces me olvido de a qué botón tengo que darle para ver la gasolina que queda. No puedo leerme un libro. A veces me pasa que es como si me estuvieran hablando en otro idioma y me cuesta pensar o relacionar cosas. Todo va asociado como a una especie de mareo, no de equilibrio, sino como una nebulosa...”, intenta definir Uge, que tiene también otros síntomas como visión borrosa, acidez o cefaleas. La diarrea, por ejemplo, no ha permanecido. “Se alternan, es como una montaña rusa. Me levanto todos los días diciendo: 'bueno, ¿hoy qué toca?' Desgraciadamente me he casi acostumbrado”.

Los estudios sobre la “niebla mental”, que afecta a personas que estuvieron gravemente enfermas e ingresadas y a otras que pasaron el coronavirus de forma más leve, no han hecho más que empezar. Pero los científicos barajan algunas hipótesis: “Pueden ser debido a distintas causas, por eso es fundamental seguir investigando. Sabemos que el virus produce fenómenos vasculares y puede que esto acabe provocando pequeñas lesiones cerebrales que dan lugar a estos síntomas. Otra opción es que se produzcan por el propio dolor de cabeza crónico”, explica Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología. También existe la posibilidad de que el virus afecte directamente al cerebro, que “viaje por los nervios y alcance el sistema nervioso central”, ilustra el neurólogo, pero “es algo absolutamente excepcional”.

Beatriz Fernández se reincorporó a su empleo en una multinacional el pasado mes de agosto. Llevaba sin trabajar desde marzo, cuando se contagió de coronavirus. Aunque hoy en día sigue teniendo síntomas como dolores musculares, pinchazos por el cuerpo o alteraciones gástricas, la “niebla mental” se disipó hace un tiempo. “Al mes y pico de estar en activo comencé a poder funcionar normalmente, no sé si por la actividad del cerebro o por qué...”, dice. Sin embargo, venía de una época “en la que tienes la sensación de que la mitad de tu cerebro está apagado. En mi trabajo estoy acostumbrada a llevar veinte temas a la vez, pero llegó un punto que tenía que apuntar todo y estaba muy lenta”. Durante este tiempo, cuenta, intentó leerse un libro –Permafrost, de Eva Baltasar–, pero no fue capaz. “Leía una página y tenía que volver hacia atrás”. Un día llegó a meter el mando de la televisión en la nevera “y buscarlo durante horas”. Es lo que llaman en el colectivo, con un toque de humor, “covidadas”.

Una media de 36 síntomas por persona

Lo habitual, como les pasa a Uge, Silvia y Beatriz, es que las alteraciones cognitivas den la cara junto a manifestaciones de otros tipos y no de forma aislada. Es una de las conclusiones de la encuesta realizada por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), cuyos resultados se conocieron recientemente. Se registraron un total de 200 síntomas persistentes que fluctúan en el tiempo, con una media de 36 por persona. Las dolencias más frecuentes fueron el cansancio, el malestar general, los dolores de cabeza, el bajo estado de ánimo, falta de aire, diarrea, ansiedad, febrícula... Un 72% refirieron pérdidas de memoria y un 78%, dificultades de concentración.

Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta de la SEMGYF, explica que el objetivo “era conocer ante qué pacientes estamos y el grado de incapacidad que les provoca” para avanzar en una investigación “que es fundamental” para “homogeneizar la atención y prestarla de una forma adaptada”. Ahora mismo, las personas que sufren 'COVID persistente' no cuentan con un diagnóstico, y los médicos lo que hacen es tratar las manifestaciones. “Es un poco la antítesis de lo que se suele hacer en medicina. Estamos tratando los síntomas y no la causa porque no la conocemos del todo”, precisa la médica. Sin embargo, para los cognitivos asociados a la “niebla mental” no hay un tratamiento específico, explica Pérez Martínez: “Si existen síntomas emocionales o ansiedad podemos emplear algún psicofármaco desde un punto de vista sintomático. Siempre recomendamos terapias no farmacológicas en el sentido de intentar hacer ejercicio físico moderado y actividades sociales o lúdicas que generen interés y motivación”.

El factor emocional

En ocasiones, este tipo de síntomas también se han asociado con factores emocionales y psicológicos y muchos se parecen al llamado 'síndrome post-UCI', que puede desencadenar atrofia muscular, lesión en los nervios periféricos o aparición de secuelas pulmonares. “La pandemia nos ha afectado a todos y hay unas tasas de ansiedad y depresión más altas que antes. Puede que en algunas personas estas manifestaciones sean reflejo de una situación emocional más que por la afectación directa del virus”, añade el neurólogo Jesús Porta como explicación añadida a los cuadros descritos anteriormente. Para Pérez Martínez es un factor “importante” que hay que tener en cuenta, pero apunta a la necesidad “de no reducir los síntomas de la COVID persistente a un fenómeno psicológico” y llama a la cautela.

Con todo, la investigación es la única puerta abierta que ven todas las personas consultadas para este reportaje y es la gran esperanza de las pacientes, que reivindican a los sanitarios “una evaluación completa” antes de etiquetar directamente sus dolencias “como ansiedad o algo emocional”, señala Beatriz. Piden, además, el reconocimiento oficial de la enfermedad y protocolos específicos para tratarles, porque algunos se encuentran con problemas, por ejemplo, a la hora de pedir una baja laboral, pese a su situación de incapacidad. “Cuando nos preguntáis cuándo tuviste coronavirus yo siempre pienso: si es que yo todavía soy una enferma, no me he recuperado nunca”, zanja la mujer.

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