Han pasado ya varios meses desde que un coronavirus llamado SARS-CoV-2 llegó para cambiar nuestras vidas. Aunque los científicos no nos cansamos de decir que lo veíamos venir, la verdad es que en el fondo esta situación nos ha pillado tan desprevenidos como al resto de la sociedad. De la noche a la mañana nos llovieron preguntas sobre qué nos esta pasando y qué debemos hacer a continuación. Y, desafortunadamente, nadie estaba preparado para responderlas.
Cierto es que ahora, gracias a la investigación, sabemos muchas más cosas que al principio. Entre otras cosas que el virus se transmite por aerosoles, cuánto dura el período de incubación, que generamos inmunidad tras la infección, e incluso sabemos cuánto tiempo dura el virus sobre una moneda (4 horas). Pero una de las preguntas más importantes aún permanece sin respuesta definitiva: ¿por qué algunas personas pasan la infección sin enterarse mientras otras se enferman y mueren?
Solemos simplificar asumiendo que los factores de riesgo predicen la gravedad del COVID-19, de dar por supuesto que los casos graves son solo aquellos que tienen enfermedades cardiovasculares o respiratorias, diabetes, inmunodeficiencia, edad avanzada… Y sí, desde luego, todo esto lo agrava. Pero la verdadera duda es: ¿por qué esas condiciones médicas hacen que el COVID-19 sea más grave? Aún no lo tenemos claro del todo.
Para colmo, están esos otros casos que escuchamos todos los días de gente que muere sin patologías previas conocidas. Esos “estaba muy sano y aún así la COVID-19 lo mató” o “algunos jóvenes y niños también se enferman gravemente”. El hecho de que escuchemos excepciones continuamente demuestra –aceptémoslo con humildad– que aún no entendemos del todo la verdadera razón de la mayor o menor gravedad de la COVID-19.
Cómo actúan nuestras defensas tiene mucho que ver sobre cómo enfermamos
Una de las claves para entender por qué la COVID-19 causa gravedad en ciertos casos es conocer cómo reaccionan nuestros mecanismos de defensa ante la infección. Lo primero que pasa cuando el virus SARS-CoV-2 entra en nuestro cuerpo es que activa mecanismos de defensa de emergencia. Es lo que solemos llamar inmunidad innata. Se compone de actos reflejos como la tos, moléculas y células “todoterreno” que se reclutan rápidamente y que son capaces de actuar ante todo tipo de agresiones a nuestro cuerpo. Sería algo así como llamar a 112 ante una emergencia: una respuesta rápida a un peligro inmediato y poco definido.
Una vez que el problema ha sido identificado, actúa nuestro segundo mecanismo de respuesta, la inmunidad adquirida. En ese momento, nuestro cuerpo conoce al agresor y genera una respuesta más adecuada. Sería algo así como reconocer que el peligro es un incendio y llamar a los bomberos. Hasta ahí, todos reaccionamos más o menos igual. Pero lo que ocurre a partir de este momento es lo que hace que el coronavirus te enferme con mayor o menor gravedad.
Por seguir la metáfora del incendio, cómo apagar un fuego depende de muchas cosas. ¿Cómo de grande es el incendio? ¿Qué material está ardiendo exactamente? ¿Cuántos bomberos tenemos disponibles? A nivel biológico, esto significa que el cuerpo tiene que decidir cómo se moviliza contra la infección.
En ese sentido, las señales más importantes (nuestros bomberos) son un grupo de moléculas llamadas citocinas que se encargan de organizar las defensas proporcionalmente a la gravedad del problema. Como en toda situación de alarma, la actividad de unidades de emergencia puede suponer un poco de caos. ¿Quién no se ha visto alguna vez afectado por una calle cortada por un camión de bomberos o por una sirena ruidosa a mitad de la noche? Pero por lo general todos entendemos que es algo necesario para apagar un fuego.
En nuestro cuerpo, el caos estaría generado por la inflamación. Y todos entendemos que los síntomas de la inflamación, aunque molestos, suelen significar que nuestras defensas están actuando. En las personas sanas antes de infectarse, esta inflamación suele controlarse rápidamente con un manejo eficiente de la infección. Pero en algunas personas se movilizan demasiados recursos defensivos y la inflamación se vuelve un problema también. Cuando nuestros bomberos, las citocinas, se descontrolan, pueden causar un caos aún mayor que la infección por si sola y alterar muchas otras funciones corporales.
En resumen, que un mal manejo de la infección es la causa de que los síntomas de la COVID-19 sean peores. Por eso algunas personas con sistemas inmunes saturados o procesos inflamatorios previos a la enfermedad pueden llegar a enfermar con mayor gravedad y morir.
¿Qué podemos hacer para controlar la inflamación?
No le echemos la culpa a los bomberos, perdón, a las citocinas. Al fin y al cabo ellas sólo hacen su trabajo lo mejor que saben. Para enfrentar el problema lo que hace falta es controlar mejor la inflamación. Para ello, algunos científicos exploran la manera de inhibir las citocinas, pero esto es una solución parcial. Porque todos necesitamos a nuestros bomberos durante un incendio.
Una solución alternativa es controlar aquello que controla las citocinas, es decir, a las células. Que en nuestra metáfora serían los ciudadanos que llaman a emergencias. Cuando las células se encuentran estresadas por la infección, llaman a las citocinas, y cuanto más estresadas estén, más insistentemente las llaman, provocando esa inflamación descontrolada. Por eso una posibilidad para tratar la COVID-19 es reducir el estrés de las células.
Existen muchos fármacos ya aprobados que reducen el estrés celular, lo que nos acerca a un medicamento que mejore las esperanzas de recuperación de enfermos graves con COVID-19.
Predecir la gravedad
Pero aún hay más: las personas que ya tienen enfermedades que causan estrés a las células y son infectadas por el coronavirus tienen una mayor probabilidad de enfermar y morir. Esta conclusión puede sonar desesperanzadora, pero los científicos solemos ponerle al mal tiempo buena cara. Y se nos ha ocurrido usarlo para detectar ese estrés en las personas en etapas iniciales de la infección y predecir si desarrollarán una sintomatología grave o bien pasarán la infección asintomáticamente o con sintomatología leve.
Sabiendo si el paciente sufre de estrés celular mataríamos dos pájaros de un tiro: detectaríamos la gravedad antes de que ocurriera y la trataríamos a tiempo. Pero no nos adelantemos. Porque aún queda mucha investigación por hacer, y el método científico requiere paciencia. Por eso los científicos solemos dar largas cuando nos preguntan: y el remedio, ¿para cuándo?
Iván Durán, Profesor de Biología Celular, Genética y Fisiología, Universidad de Málaga.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer su versión original aquí.The Conversationaquí