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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ocio de verano, un derecho de los niños al que no todos tienen acceso

Con las manos pequeñas y hábiles de sus siete años, Lola recorta papeles de colores que luego pegará sobre el borde de un cartón triangular. Las clases acabaron hace casi tres semanas y para la familia de esta niña de Madrid, como para muchas otras en España, las vacaciones y el ocio de los niños son un lujo al que no tienen acceso. Lola participa en un campamento del Centro Lúdico Educativo Chapotea, en Puente de Vallecas, donde niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, riesgo de pobreza o exclusión acceden a actividades gratuitas de recreación y esparcimiento durante el verano.

De acuerdo con el último informe de la ONG Save The Children, para el 20% de la población con menos renta, el coste de la crianza –que se calcula en 672 euros de media– directamente supera sus ingresos: casi 900.000 hogares no pueden cubrir ese gasto incluso dedicando todos sus ingresos a ello. La inflación está empeorando esta situación ya de por sí complicada: si el gasto que implican los hijos ha aumentado un 11,3% de 2018 a 2022, el de las actividades relacionadas con el ocio y los juguetes se ha disparado hasta el 25%.

La última Encuesta de Condiciones de Vida destaca que desde la crisis de 2008 se ha producido “un proceso de reurbanización de la pobreza infantil”. La mitad de los niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo de pobreza en España se concentra ahora en zonas muy pobladas, debido al crecimiento constante de la pobreza en las ciudades. De hecho, la diferencia entre la tasa de pobreza infantil en zonas rurales y urbanas ha pasado de 15 puntos porcentuales en 2013 a dos puntos en 2020.

Imanes de patatas

Las actividades favoritas de Lola, que acude al centro desde que tiene cuatro años, son las manualidades e ir a la piscina. Pero no solo eso. “Me gustan los campamentos porque hacemos juegos y porque hay vacas. Me gustan las vacas, quiero ser veterinaria”, cuenta con entusiasmo. “Hemos hecho imanes de patatas”, dice con una sonrisa que contagia a Alisson, su compañera de mesa y amiga de la misma edad, con quien forma un dúo bautizado “Aliló” por las iniciales de sus nombres.

En este grupo de niños y niñas de seis a nueve años destaca Jonathan. Es primo de Lola y sueña con ser boxeador. “A mí no me ganas en una pelea”, dice muy serio. Con ellos está Yarisa Escudero, de 19 años. Cursa el segundo año de Bachillerato y pertenece a la comunidad gitana. Llegó a Chapotea cuando tenía tres y ha pasado todas sus vacaciones de verano ahí. Ahora colabora como voluntaria. “Cada año se forma un grupo que termina siendo como una familia. Ahora mismo seguimos en contacto”, dice sobre los amigos que hizo en estos años.

Este programa no solo la ha ayudado a descubrir su talento para el dibujo, sino que también le facilitó el curso para convertirse en monitora de tiempo libre. Aún no tiene claro qué hará en el futuro, pero lo que sí sabe es que continuará apoyando en Chapotea a que más niños de escasos recursos gocen de actividades recreativas que les ayuden en su crecimiento. “Llevo toda mi vida aquí y siempre voy a estar aquí”, sostiene.

“Aquí todo el mundo cabe”

“Los niños y niñas con los que nosotros trabajamos llevan la mochila muy cargada de experiencias a veces muy negativas o de entornos familiares o contextos sociales muy desfavorables”, detalla la coordinadora de Chapotea, Elena Rebollo. Las actividades que se imparten en este centro están financiadas por el programa CaixaProinfancia de la Fundación 'La Caixa', que sostiene otros más de 300 proyectos de este tipo en España. Rebollo explica que van desde días de piscina y manualidades a deportes y salidas a entornos naturales, lo que permite a los menores asumir roles diferentes a los de sus círculos habituales, basándose siempre en el respeto.

El distrito de Puente de Vallecas tiene una población de 239.000 habitantes, de los cuales casi 32.500 son niños, niñas y adolescentes de entre 0 y 15 años, según datos del Ayuntamiento de Madrid. “Estamos en un contexto social muy especial, tenemos las mayores tasas de absentismo y de paro. Si analizas el distrito, tiene una alta conflictividad y muchísima necesidad de intervención”, agrega Rebollo, quien detalla también que los principales problemas que atraviesan las familias de Vallecas están relacionados con la poca formación académica, la precariedad económica, la falta de trayectoria laboral estable y temas de violencia de género e intrafamiliar. “Aquí todo el mundo cabe –resume Rebollo–, da igual tu color de piel, tu arraigo familiar y tu origen cultural”.

Un derecho de la infancia

El artículo 43 de la Constitución Española enfatiza el derecho a la educación sanitaria, la educación física y el deporte, así como la “adecuada utilización del ocio”; sin embargo, cada vez se vuelve más difícil destinar recursos para la recreación infantil. La inflación ha reducido el poder adquisitivo de los hogares más pobres un 30% más que el de los ricos, según el último informe de Intermón Oxfam.

Las familias destinan mayor cantidad de dinero de su presupuesto a la alimentación y la conciliación, seguidas de los gastos extraordinarios, la educación y la vivienda, por lo que las oportunidades de recreación y esparcimiento en los niños se ven cada vez más limitadas.

“Cuando este año tenemos a chavales que se gradúan, unos diez o así, es que esto tiene sentido. O algún chaval que hemos tenido que de repente accede a la universidad o que viene a visitarte o se convierte en voluntario o voluntaria del proyecto, es un referente positivo para nosotros y [este trabajo] tiene sentido”, sentencia Rebollo.

“Hay niños que, si no hubieran estado aquí, hubieran acabado en sitios horribles”, interviene Nazaret Gabarri, de 20 años, otra de las voluntarias. Sus hermanos mayores, sus primos y ahora sus sobrinos forman y formaron parte de estas aulas. “Vengo casi todos los días, es una labor que me gusta hacer, me gusta ayudar, me gusta enseñar lo que me enseñaron aquí también”, explica Nazaret, que destaca que su principal meta es entregar un poco de lo que recibió en su niñez, continuar con esa cadena de dar para recibir. Un cartel de madera tallada despliega una frase que da sentido a su objetivo: “En esta casa somos reales, cometemos errores, decimos 'lo siento', damos segundas oportunidades, abrazamos, perdonamos, nos divertimos, amamos. Somos una familia”.