- Olga fue testigo de una de las mayores masacres de la II Guerra Mundial: 99 vecinos de Tulle fueron ahorcados y 149 deportados a campos de concentración
“Aún me parece que oigo a aquellas bestias… gritando en alemán, aporreando la puerta de casa y amenazándonos con tirarla abajo si no la abríamos”. Su rostro se ha ido cubriendo de tinieblas a medida que su envidiable memoria retrocedía en el tiempo. Aunque su trabajado cuerpo apenas le permite moverse unos pasos por la casa de Perpiñán en la que vive sola desde que falleció su marido, su mente se encuentra ya a 370 kilómetros de distancia. Muy lejos en el espacio y en el tiempo. Olga Mayans ha dejado de tener 92 años y vuelve a ser la jovencita asustada que era aquel 9 de junio de 1944.
“Hui con mi familia de Barcelona cuando las tropas franquistas estaban a las puertas de la ciudad. Nos refugiamos en Francia y yo acabé en Tulle, acogida por un matrimonio que me dio trabajo cuidando de sus tres hijos”. Olga enseña las fotos que conserva de la que, desde entonces, siempre fue su segunda familia: los Tresallet. “Tenían dos gemelos, niño y niña, y otra hija mayor. Me querían como a una hermana”. Louis, el padre, regentaba un taller de relojes en la localidad. Como tantos otros franceses y también muchos exiliados españoles, no pudo quedarse de brazos cruzados ante la invasión alemana de Francia. “Era de la Resistencia. Como en la relojería entraba y salía mucha gente, podía trabajar de correo sin levantar sospechas. Entraba uno y le dejaba un papel que más tarde alguien recogía”, relata con admiración Olga.
La tensión se había disparado en la villa tras el inicio del desembarco de los Aliados en las playas de Normandía la noche del 5 al 6 de junio. Solo 24 horas después, los guerrilleros franceses habían lanzado una ofensiva contra Tulle en la que lograron liberar la ciudad. La alegría apenas duró unas pocas horas. El 8 de junio, efectivos de la División Das Reich de las Waffen-SS recuperaron el control de la localidad y perpetraron su sangrienta venganza. “El 9 por la mañana fueron, vivienda por vivienda, sacando a todos los hombres. Si no abrías, destrozaban la puerta con hachas. En nuestra casa solo estaba mi patrona, que se llamaba Denise, los niños y yo. Lo registraron todo y nos obligaron a encerrarnos, cerrando puertas y ventanas”.
Durante varias horas los alemanes, siguiendo las órdenes del general de las SS Heinz Lammerding, reunieron a los prisioneros y realizaron una macabra selección. “Estábamos muy asustadas, pero no sabíamos exactamente lo que pasaba. Oíamos disparos, golpes y gritos. Lo más desgarrador era oír gritar a las mujeres que suplicaban por la vida de sus padres, maridos o hijos. Como nuestra casa era una especie de barraca, había muchos agujeros por los que mirar. Delante teníamos un soldado alemán con una ametralladora que se encargaba de que nadie se asomara a las ventanas ni saliera a la calle”.
A solo unos metros de distancia comenzó la masacre. Los SS eligieron a 120 hombres y empezaron a ahorcarlos: “Con mucho cuidado para que no me vieran los soldados, yo miraba por las rendijas de las paredes de la casa. Y vi a los ahorcados. Los colgaban en todas partes… Yo los que vi estaban colgados de los balcones. La calle en que vivíamos fue una de la que más utilizaron para matarlos. Entonces se llamaba del Pont Neuf, Puente Nuevo; después de aquello la rebautizaron como calle de Los Mártires”. Finalmente fueron 99 los vecinos ahorcados aquel día: “Tres eran españoles. ¡Aquello fue horrible! De una sola familia colgaron a tres”. Los SS no se conformaron con ahorcar a ese centenar de vecinos en balcones y farolas; a otros 149 hombres los subieron a unos camiones y los enviaron a un campo de concentración. “Mi patrón fue uno de ellos. Se salvó de la horca, pero lo mataron en el campo de Dachau”. Louis Tresallet no fue la excepción, sino la regla. En el campo de concentración perdieron la vida 101 de los 149 vecinos deportados durante aquella aciaga jornada.
Matanzas con víctimas españolas
La misma división Das Reich perpetraría al día siguiente, 10 de junio de 1944, otra masacre aún mayor en la localidad de Oradour-sur-Glane. En esta ocasión los miembros de las Waffen SS asesinaron a 642 personas en un solo día. “Nos enteramos de esa matanza bastante tiempo después”, recuerda Olga mientras desempolva los periódicos que guarda de aquella época negra. “Allí no fueron ahorcados. Allí los ametrallaron y hasta los quemaron dentro de la iglesia”. Así fue. 239 mujeres y 213 niños perecieron en el templo religioso de la localidad después de que los nazis les encerraran allí, les tirotearan y les arrojaran numerosas bombas de mano.
Entre las víctimas de esta segunda matanza había al menos 21 españoles, incluidos varios niños de corta edad. Sus nombres aparecen en el conmovedor mausoleo erigido en el cementerio de la ciudad. Una ciudad que conserva todas y cada una de sus cicatrices abiertas aquel día. No fue reconstruida para que las generaciones venideras recuerden todo el horror. “No se puede olvidar. ¡No se debe olvidar!”, exclama Olga con el rostro tensado por la emoción. La lucha por conservar la memoria de las víctimas del nazismo ha sido, de hecho, uno de los pilares de su vida. A ello contribuyó que el destino y el amor hicieron que se casara, poco después de acabar la guerra, con Marcial Mayans, un superviviente barcelonés del campo de concentración de Mauthausen. Ambos prestaron su testimonio, hablaron acerca de los horrores provocados por el fascismo durante los cerca de 60 años que duró su matrimonio.
Desde que Marcial falleció en octubre de 2016, Olga no deja de decir a quien la visita que está deseando reunirse con él. Los recuerdos le duelen mucho más que la ristra de achaques que la mantienen postrada en un sillón durante la mayor parte del día. Aún así siente la obligación de seguir contando lo que vio en Tulle aquel día de junio de 1944. Cree que se lo debe a Louis Tresallet y al resto de víctimas de la masacre. Es por ello, es por ellos por quienes siempre está dispuesta a viajar en el tiempo… una última vez.