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ANÁLISIS

Pablo Motos, Dani Martín, Alberto Núñez Feijóo y otros 'ofendiditos' a favor del feminismo de verdad

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Ya no se puede decir nada. Por ejemplo, no se puede escribir una canción en la que un tío de 47 liga con una chica de 25. O una en la que un tipo sigue pico y pala enviándole mensajes por redes a una chavala que apenas le responde. O bueno, sí se puede, solo que ahora esas canciones, esas columnas, esas opiniones o libros tienen una respuesta que se escucha. Es decir, sí se puede, pero quienes las escriben o las cantan tienen –los pobres– que aguantar que haya personas que les digan lo que piensan o que les critiquen. Que ejerzan su propia libertad de expresión, vaya.

Por ejemplo, Dani Martín, el excantante del grupo El canto del loco, pudo componer hace unos meses una canción en la que un tío de 47 intenta ligar con una chica de 25 (Ester Expósito se llama, porque está dedicada a la actriz). Ahora, ha lanzado una en la que un tipo sigue pico y pala enviándole mensajes por redes a una chavala que apenas le responde: “¿Qué puedo hacer para que un santo día/ Me hagas caso/Y me dejes que pase a buscarte/Y que seas mi novia y saltar al vacío?”.

Sus canciones han traído algunas críticas. Y ni él, ni Pablo Motos, que le entrevistaba este jueves en El Hormiguero, lo entienden. No solo eso, sino que aseguran que ahora vivimos en un “modo invisible de cosas prohibidas” y que un artista no debería “sentirse coaccionado”.

Si Pablo Motos da un trato cuestionable a sus invitadas o si Dani Martín escribe letras que normalizan la insistencia masculina hacia las mujeres es libertad de expresión. Si decimos lo que eso nos parece, les estamos coaccionando

En 2019, Lucía Lijtmaer publicaba Ofendiditos (Anagrama), un ensayo que bien podría servir para explicar esos cuatro minutos de conversación entre el cantante y el presentador, pero que sirve para mucho más: la escritora reflexiona sobre si de verdad vivimos en un clima de neopuritanismo y censura, y analiza de dónde vienen actualmente las auténticas amenazas a la libertad de expresión. La conclusión es justo la opuesta a lo que escandaliza a Motos y Martín. El clima de los 'ofendiditos' –alentado por poderes políticos y económicos disfrazados ahora de libertad– busca, más bien, criminalizar la protesta, señalar a quienes ahora tienen la posibilidad de apuntar y responder y de ser escuchadas y leídas.

Es decir, quienes se muestran ante el mundo como adalides de la libertad de expresión promueven, paradójicamente, la idea de que feministas, colectivos LGTBI, minorías o, simplemente, personas que señalan prácticas, ideas o costumbres rancias o discriminatorias, se sobrepasan... en su libertad de expresión. Si Pablo Motos da un trato cuestionable a sus invitadas o si Dani Martín escribe letras que normalizan la insistencia masculina hacia las mujeres es libertad de expresión. Si decimos lo que eso nos parece o hablamos de sus sesgos –y no les gusta–, entonces no estamos haciendo uso de nuestra libertad de expresión, sino que les estamos coaccionando.

De Virginia Woolf a Toy Story

Lijtmaer bucea en los ataques a la libertad de expresión que estamos viviendo y que vienen de poderes políticos y legislativos. Como ejemplos recientes (aunque hay más) tenemos las obras de teatro que municipios gobernados por PP y Vox han censurado. En Valdemorillo (Madrid), el ayuntamiento vetó Orlando, de Virginia Woolf, protagonizada por un personaje que transiciona de género. En Bezana, Cantabria, la Concejalía de Cultura quitó de la programación de cine de verano la película de dibujos Lightyear (de la saga Toy Story) porque aparece una pareja de lesbianas.

Alberto Núñez Feijóo explicaba que el feminismo de verdad "no usa políticamente" a las mujeres y niños víctimas de violencia machista y busca que "no haya rencor" ni enfrentamiento entre mujeres y hombres. Su partido forma o sostiene gobiernos que han eliminado concejalías de igualdad y aplaudido la victoria de Milei

Si miramos a otras latitudes, el gobierno de Javier Milei en Argentina se ha sumado a una campaña (iniciada por una fundación ultra) contra varias autoras del país cuyas obras consideran inmorales y pornográficas. Por eso, pretenden retirarlas de los institutos. Esta semana, decenas de escritoras y periodistas se unieron para hacer una lectura colectiva de estas autoras, y librerías y editoriales han lanzado una ola de apoyo.

El feminismo 'de verdad'

Ese estado invisible de cosas prohibidas y la coacción de la que hablaban Motos y Martín no parece, sin embargo, apuntar hacia estos hechos que sí representan un claro ataque a la libertad de expresión y creación. Se parapetan, además, en su supuesto feminismo, un feminismo “de verdad”. Dani Martín aseguraba sin tapujos durante la entrevista que se considera “súper feminista” y que había sido criado “en la educación más feminista del mundo”. ¿Qué es una educación feminista? Habría mucho que pensar y decir acerca de esa pregunta, pero un par de cosas parecen claras: una educación feminista debería hacer consciente a quien la recibe de que la 'deconstrucción' nunca termina y que la autocrítica es siempre necesaria.

Lo que no pueden seguir pretendiendo es vivir en el silencio, en la comodidad de ser los únicos autorizados para hablar, componer, cantar, escribir, definir o criticar

“Sin embargo, con La madre de José no se dijo nada” o “ya solo puedo salir ligando con señoras de 40 años” fueron otras de las frases del cantante (47 años) durante la entrevista. El tema del que habla salió al mundo en 2003 y en estos 21 años, Dani Martín, han pasado muchas cosas. Puede que en aquel momento esa canción que ahondaba en el estereotipo del chaval loco por la madre de un amigo no causara revuelo o puede que las críticas no tuvieran el altavoz que hoy tendrían. Tampoco en 2003 teníamos una Ley contra la Violencia de Género, ni habíamos vivido dos huelgas feministas, ni sabíamos qué era el #MeToo, ni Jenni Hermoso y sus compañeras habían dicho #SeAcabó, las empleadas del hogar no tenían ni derecho a paro, y no habíamos cuestionado como ahora las relaciones de poder y su relación con la edad o la posición laboral.

A este combo se suma el acto del Partido Popular para conmemorar el Día contra la Violencia de Género, en el que optaron por hablar de “feminismo de verdad” y de “feminismo real”. Alberto Núñez Feijóo explicaba que el feminismo de verdad “no usa políticamente” a las mujeres y niños víctimas de violencia machista y busca que “no haya rencor” ni enfrentamiento entre mujeres y hombres. Recordemos ahora que su partido forma o sostiene los gobiernos que han censurado obras de teatro, eliminado concejalías de igualdad y aplaudido la victoria de Milei.

Pablo Motos puede seguir babeando a sus entrevistadas, Dani Martín puede seguir componiendo letras llenas de topicazos, Alberto Núñez Feijóo puede hablar de feminismo de verdad sin ruborizarse. Lo que no pueden seguir pretendiendo es vivir en el silencio, en la comodidad de ser los únicos autorizados para hablar, componer, cantar, escribir, definir o criticar. Ellos pueden ser unos machistas. Y nosotras podemos afirmarlo. No para coaccionar o censurar a nadie, sino para intentar cambiar las cosas.