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El Estado paga y los científicos investigan, pero las revistas gestionan esa información: ¿de quién es la Ciencia?

Cada semana, según sus propios ritmos de publicación, las principales revistas científicas envían a todos los periodistas que lo hayan solicitado los –bajo su criterio– principales artículos que van a publicar en el siguiente número. Lo hacen con lo que se conoce como un “embargo”: se da acceso a los reporteros a la información, pero con la condición de que no se puede publicar hasta un determinado día a una determinada hora.

El sistema tiene una ventaja evidente. Permite a los redactores de Ciencia un extraño lujo en el periodismo actual: trabajar los temas con tiempo, valorarlos, decidir por cuál apuestan y hablar con los autores u otros expertos de ese campo que añadan contexto o más información a lo que se cuenta en los artículos sin temor a que otro medio publique antes.

Sin los embargos, explica Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universidad Pompeu Fabra, “si alguien publica mañana un tema tú ya no tienes margen para trabajarlo”. Y en asuntos complejos como suelen ser los científicos la rapidez se pelea a veces con la calidad.

Pero los embargos también tienen desventajas: la más clara es que los editores de las revistas son quienes eligen los temas que destacan y envían a los periodistas, que (casi) inevitablemente –aunque no siempre sucede– los elegirán para sus publicaciones. Entonces, ¿quién marca la agenda en el periodismo científico? ¿Quién decide de qué se habla, de qué se informa, y de qué no?

Una decisión de un mes

La cuestión toma más relevancia cuando la revista New England Journal of Medicine (NEJM) decide cortar el acceso a sus embargos –a los artículos que otros han producido– a periodistas de medios especializados que tienen como público a personal sanitario, tal y como hizo hace un mes, según informó uno de ellos, Medpage Today. NEJM tomó la decisión de no enviarles sus embargos, de manera que no podrían publicar a la vez que todos los demás. Vetados. Aunque desde la revista nunca lo confirmaron, el sector daba por hecho que se debía a que la editora de la NEJM tiene otras publicaciones especializadas para médicos y no quería dar contenido a su competencia.

Los embargos los crean las editoriales porque quieren que la información científica se trate bien y se cuente de manera correcta, y eso es loable. El problema no es el sistema, es a quién pertenecen las historias de ciencia. Y la respuesta es que a las revistas

Pero se armó tal revuelo con la decisión (revuelo dentro de un sector pequeño y ultraespecializado) que finalmente NEJM ha dado marcha atrás. “Para nosotros es importante ayudar a los periodistas a contar sus historias, y esta [política] no lo hace”, ha explicado Eric Rubin, editor jefe de la revista, tras recibir numerosas críticas por la decisión.

Aunque NEMJ se ha echado atrás, esta manera de proceder –y con esos argumentos– pone sobre la mesa otras cuestiones. ¿De quién es la ciencia? ¿A quién pertenece el resultado de las investigaciones, que en su inmensa mayoría pagamos entre todos? A la interpretación más literal de la pregunta se puede contestar con las patentes, que se crearon precisamente para proteger el fruto de ese trabajo. Lo tocante a la parte más intelectual, a la difusión del conocimiento que se genera, no está tan claro.

New England Journal of Medicine se arrogaba la capacidad de cortar el acceso a los papers a algunos periodistas, pero no deja de ser una revista que publica artículos ajenos. Artículos de científicos a los que no paga con investigaciones por las que no paga, habitualmente financiadas con dinero público. No financia la investigación ni forma parte del proceso productivo en ningún momento. Solo reciben los textos –revisados de manera gratuita por otros científicos– y tras un pequeño trabajo de edición los publican, cobrando además a los autores unas cantidades que pueden alcanzar los 10.000 euros en los casos más extremos, como Nature. ¿Tienen las revistas derecho a vetar el acceso a esa información?

El papel del intermediario

“Son grupos editoriales privados con toda la información los que limitan el acceso a la información, y cuando se habla de estas cuestiones se acaba relacionando con el sistema de embargos”, explica Pampa García Molina, directora del Science Media Centre (SMC) de España. “Pero los embargos los crean las editoriales porque quieren que la información científica se trate bien y se cuente de manera correcta, y eso es loable. El problema no es el sistema, es a quién pertenecen las historias de ciencia. Y la respuesta es que a las revistas”, reflexiona.

“Esto se ve muy bien cuando una universidad o instituto de investigación quieren sacar una nota de su propia investigación y se tienen que coordinar con la revista [que la va a publicar] porque la historia le pertenece a la revista”, ilustra García Molina. Para Revuelta, este tipo de prácticas “demuestran que las revistas ya no están dirigidas tanto por criterios científicos, sino que cada vez se ve más el interés comercial”.

Estas grandes editoriales, además de revistas científicas pueden tener plataformas que se dirigen directamente al público, y se plantean si les interesa tener una información embargada que solo beneficia al medio: ellos podrían dar la primicia

Tradicionalmente, explica la profesora de la Pompeu Fabra, el sistema de embargos ofrecía todo ventajas para las revistas. “Buscaban tener más visibilidad mediática, y dándole tiempo a los periodistas para trabajar los temas les daba más opciones de que fueran en grande”, cuenta. Pero con la llegada de las tecnologías de la comunicación el sector, que se ha ido agrupando en torno a unos pocos grandes grupos (Springer Nature, Elsevier, Frontiers o MDPI, entre otros) ha ganado en capacidad de difusión propia y se empieza a plantear cuánto necesita al intermediario (el medio de comunicación).

“Las revistas, al pertenecer a estas grandes editoriales que además de revistas científicas pueden tener plataformas que se dirigen directamente al público, a los pacientes, etc., ya no dependen tanto de los medios y pueden ir directamente a su público”, explica Revuelta. “Y se plantean si les interesa tener una información embargada durante una semana que solo beneficia al medio. Ellos podrían dar la primicia de esa información durante esa semana”.

Además, recuerda esta experta, las editoriales son empresas privadas con objetivos de mercado, que no siempre tienen por qué coincidir con los sociales o científicos. “Quitarle el [acceso al] embargo [como ha hecho NEMJ] demuestra que las revistas ya no están dirigidas con criterios científicos, sino que cada vez prima más el interés comercial”, opina.

Está demostrado que los artículos que aparecen en los medios de referencia son citados un 78% más que los que no. De ahí a entender las ventajas de promocionar unos artículos sobre otros, a unos autores sobre otros, hay un paso pequeño

Ivan Oranski, que ha dedicado media vida a vigilar las revistas científicas y fundado y trabajado en varios medios especializados de referencia en el sector como Retraction Watch, recuerda que “las revistas tienen su propio interés. Para algunas es el beneficio, para otras no. Pero al final lo que quieren es captar cuánta más atención mejor. Mejorará su índice de impacto, les llegarán más papers”. “Que marcan agenda está clarísimo”, tercia García Molina. “Eso no es malo per se. Pero, ¿quién la marca? ¿Con qué intención? Las revistas científicas tienen un sesgo anglosajón”, desliza.

Si se publica, se cita más

El interés comercial al que aluden Revuelta y Oranski coge forma al observar la evolución del sistema de embargos en las revistas. Cuando se inventaron los embargos, en los años 80 del pasado siglo, cuenta Revuelta, las revistas enviaban una selección de los temas que iban a publicar a los medios para que estos decidieran cuáles les interesaban y los trabajaran. Las más sofisticadas, como Nature, mandaban comunicados de prensa más elaborados de algunos artículos, pero siempre elegidos por ellos. “Los papers que entraban en estos press release se publicaban mucho más”, explica la profesora.

Y los artículos que se publican más en prensa obtienen más citas, un elemento fundamental en la carrera de cualquier investigador. “Está demostrado que los que aparecen en los medios de referencia son citados un 78% más que los que no”, ilustra Carlos Elías, catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid. “El artículo que publicó aquello, del 91, es la base de muchos gabinetes de comunicación de Ciencia (universidades, institutos...)”, añade. De ahí a entender las ventajas de promocionar unos artículos sobre otros, a unos autores sobre otros, hay un paso pequeño.

Para que un embargo funcione los periodistas tienen que estar de acuerdo. Tenemos que preguntarnos en qué otro campo los periodistas daríamos tanto control del flujo de información a un tercero o una parte interesada

Pero algunos se rebelaron contra ese filtro previo y pidieron a las revistas que al menos les enviaran un listado de todos los temas que iban a publicar para poder elegir. Aunque no fuera exhaustivo, al menos permitía realizar una cobertura más local, más cercana a los intereses de algunos medios. “Que las revistas seleccionen está bien, pero tienen que comunicar todo lo que van a publicar. Si por ejemplo no dicen la procedencia de los autores, los españoles tendrán menos probabilidad de salir en prensa y de ser conocidos”, pone como ejemplo Revuelta.

“Y a no ser que estén en instituciones potentes que puedan comunicar por su cuenta, nadie te va a conocer si Nature no te selecciona [para promocionarte]. Eso va en detrimento de los países no anglosajones, de las instituciones pequeñas. Si eres de la Universidad de Oxford es más fácil que te seleccionen que si eres de la Pompeu Fabra, pero para los murcianos es más importante un investigador de su universidad. Perder esa capacidad local no ayuda a nadie”.

Embargos para todos y ciencia abierta

Oranski sostiene que buena parte de la culpa de la situación actual la tenemos los periodistas, que hemos permitido que este sistema se asentara. “Para que un embargo funcione los periodistas tienen que estar de acuerdo. Creo que tenemos que mirarnos y preguntarnos en qué otro campo los periodistas daríamos tanto control del flujo de información a un tercero o una parte interesada”, reflexiona. “Esto no se ve en ningún otro sitio”, se sorprende Oranski, “hay embargos en otros campos, pero no funcionan igual”.

García Molina y Elías coinciden en esto. E inciden en la ampliación de los embargos en el ecosistema mediático más allá de los artículos científicos. “Todo se embarga ahora”, se extraña la directora del SMC España. Cada vez es más habitual que organizaciones diversas no científicas –desde think tanks como EsadeEcPol hasta organismos oficiales como Unicef, por poner dos ejemplos recientes– copien el método de las revistas: envían informes a los medios bajo embargo, ofrecen entrevistas... Se aseguran así una cobertura extensa (al invertir más horas en montar un artículo el medio querrá darle más visibilidad, posiblemente tenga algún apoyo gráfico, etc.), pero también bastante uniforme. Sucede en educación, en sanidad, en medio ambiente...

Oranski cree que pese a que los embargos están trascendiendo el mundo científico, “las cosas han cambiado para mejor. La de NEJM es una visión antigua. Cada vez hay más cosas con embargo, sí, pero los científicos no necesitan esperar. Los preprints han cambiado el juego, hay un flujo más libre de información”, sostiene.

Efectivamente, en los últimos años buena parte de la comunidad científica, incluidos muchos gestores, tratan de salirse de la dictadura de las revistas. Aunque el objetivo primario de movimientos internacionales como Dora o Coara no son los embargos sino cambiar la manera en que se evalúa la ciencia para pasar del actual sistema, que va un poco al peso, a uno más cualitativo, si se confirman sus intenciones tendrá también un efecto sobre esta cuestión. Numerosos países e instituciones apuestan por otro tipo de soportes para publicar el resultado de sus investigaciones. Libros, repositorios abiertos, de preprints incluso, o conjuntos de datos pueden limitar el control que las editoriales, a través de las revistas, tienen sobre el flujo de información. Es un movimiento incipiente que apenas está echando a andar y esta ni siquiera es su meta principal. Pero puede ser un principio.